LA CRIN ANCIANA DE MI AMADO LEÓN SERGIO RAMÍREZ

EXPLICACIÓN A UNA ANCIANA DE LOS CÁRPATOS COMPONENTE RETÓRICA
LA CRIN ANCIANA DE MI AMADO LEÓN SERGIO RAMÍREZ
RECOMENDACIONES GENERALES DE ACTUACION CON LA POBLACIÓN ANCIANA TRAS




LA CRÍN ANCIANA DE MI AMADO LEÓN…

LA CRIN ANCIANA DE MI AMADO LEÓN

Sergio Ramírez


León es mi universo narrativo desde Tiempo de Fulgor, mi primera novela de 1970. La Plaza Jerez, es el escenario central y el punto de partida de mis novelas Castigo Divino y Margarita está linda la mar; y León está presente también en Sombras nada más y en Mil y una muertes. Es mi territorio literario, que marqué desde la adolescencia, cuando a los diecisiete años, en 1959, llegué para estudiar la carrera de derecho en la Universidad.

En Tiempo de fulgor, cuento el tránsito de un estudiante, Andrés Rosales, de un pequeño poblado como Masatepe a una ciudad como León, sólo que la novela está ambientada en el siglo XIX, igual que lo está Mil y una muertes. El escenario principal es la casa de veraneo de los Guerrero, la familia de Tulita, mi esposa, en el balneario de Poneloya. Es una historia de locura y tragedia, escrita en tonos oscuros, y que tiene como trasfondo las guerras civiles, y lo sitios, los incendios, los saqueos, las hambrunas.

Siempre he partido de una imagen obsesiva para escribir una novela. Esa imagen en Tiempo de Fulgor es la de unos hombres que alumbrados con antorchas de ocote, buscan por la costa de Poneloya el cadáver de un ahogado. La casa de los Guerrero sobre las rocas y la imagen de las antorchas en la noche, me dieron pie para iniciar la novela.

Con la última de las guerras que han asolado la ciudad, la insurrección para derrocar a la dinastía Somoza en 1979, y con el huracán Mitch de 1998, se cierra, también en León, mi novela Mil y una muertes, que tiene por personaje a un fotógrafo andariego e intemporal, Castellón, hijo de don Francisco Castellón, el personaje que ayudó a salir de la prisión al que luego sería el emperador Napoleón III; el mismo que contrató a los filibusteros de William Walker, y que quería ver a León convertido en la Constantinopla del pacífico, una vez que fuera construido el canal por Nicaragua, que partiría en dos la ciudad.

En Castigo Divino utilizo el proceso judicial de Oliverio Castañeda, el seductor que envenena primero a su esposa y luego a varios de los miembros de la familia que le abrió las puertas de su casa. Fue una historia ocurrida en 1933, que sacudió por meses a la ciudad, y que estudié a fondo, porque mi profesor de instrucción criminal en la Facultad de Derecho lo incluía como tema de sus clases, y también escuché los relatos del rector Mariano Fiallos Gil, que había sido el juez del caso.

Abundé en la lectura de los legajos del proceso mismo, los periódicos de la época, repasé las fotografías de los personajes y sus ambientes, mis antiguos textos de criminología, toxicología y medicina legal. Entonces, nació en esa novela “la mesa maldita”, una tertulia de maledicientes instalada en la Casa Prío, que volvería a aparecer en Margarita, está linda la mar.

Con el libro y la serie de televisión, que se filmó luego en Colombia, todo salió nuevamente a relucir: los pormenores del asesinato, los amoríos de las Contreras con Castañeda, los entretelones ocultos de la trama. El caso no había sido nunca olvidado en León, y su memoria había pasado de generación en generación, como hasta ahora.

De mis recuerdos de estudiante partí para escribir los episodios de Sombras nada más que ocurren en León. Su personaje principal, Alirio Martinica, pudo haber sido mi contemporáneo en las aulas, y así reviví el Hotel Lacayo de Poneloya, las procesiones de cantina en cantina por toda la ciudad, el ambiente de las salas de billar, las clases en la facultad, y el mundo estudiantil.

Margarita está linda la mar se abre con la escena de Somoza bajando de la limosina con su esposa doña Salvadora para entrar a la Catedral Metropolitana, donde van a depositar una ofrenda floral sobre la lápida de Rubén Darío. Es el 21 de septiembre de 1956. La plaza Jerez está llena de manifestantes acarreados, porque ese día van a proclamar a Somoza candidato para un nuevo período presidencial, y esa noche la plaza se llenará de prisioneros, tras el atentado que cuesta la vida al dictador.

La cámara puede ir girando desde una grúa, o desde un helicóptero, y abarcará el escenario de la plaza: la mole de la catedral en el costado oriental, al sur el Colegio de la Asunción. Luego, del otro lado de la plaza, el Teatro González, donde se celebró la proclamación de Somoza como candidato. Frente al teatro, en el costado occidental, el Cuartel de la Guardia Nacional, donde esa noche llevaron el cadáver de Rigoberto López Pérez, el poeta que ajustició a Somoza. En la esquina, la Casa Prío, incendiada durante la insurrección final contra la dictadura en junio de 1979, sitio de reunión de los cofrades de la “mesa maldita”, conspiradores, y narradores de la novela. En el costado norte, el Palacio Municipal que compartían el Club Social y la Alcaldía, donde Somoza se alojó esa vez, en los mismos aposentos en que ya estaban las aulas de la Facultad de Derecho para el tiempo en que llegué a estudiar a León.

La Calle Real, que empieza frente a la iglesia del Calvario, al oriente de la ciudad, corre al lado de la catedral y llega hasta el barrio indígena de Subtiava, al occidente. Y mientras tanto pasa frente a la iglesia de San Francisco, donde se iniciaron las celebraciones de la fiesta de la Purísima en el siglo XIX, donde oía misa Rubén Darío con su tía Bernarda cada mañana, y frente a la que Oliverio Castañeda empezó envenenando perros con estricnina. Por allí cruzó Rigoberto López Pérez rumbo a la Casa del Obrero para disparar contra Somoza. Y en el viejo convento franciscano al lado de la iglesia, viví yo mi primer año en León.

La “mesa maldita”, que aparece tanto en Castigo Divino como en Margarita… tiene ahora su lugar en la memoria colectiva de León, como si de verdad hubiera existido. También hay un café que se llama “Divino Castigo”, en el viejo edificio de dos plantas que en un tiempo fue el hotel Esfinge, donde se alojó Castañeda con su esposa Marta al llegar a León.

Desde los ventanales de la Facultad de Derecho yo me asomaba entre clase y clase a la plaza Jerez, y nunca he olvidado la imagen de aquella niña vestida con la falda a cuadros escoceses del uniforme escolar y con calcetas, atravesando la plaza con los brazos en cruz para sostener los libros. Era Tulita, alumna del colegio La Asunción, con la que me casé en 1964.

Mi llegada a León un mediodía ardiente de marzo, en aquel pesado calor de infierno, fijó en mi memoria y en mis sentimientos la atmósfera de la ciudad desde que bajé del autobús frente a la Plaza Jerez. Para mí es siempre la misma ciudad, que encuentro igual cada vez que regreso, como una fotografía sin retoques. Son los mismos tejados, los mismos aleros, las mismas cuadras infinitas, las mismas torres de las iglesias sobresaliendo sobre los techos. Y cada vez vuelvo a entrar, como cualquiera de mis personajes, en esa atmósfera sin tiempo.

Y cuando alguna vez camino por el corredor de la segunda planta del edificio de la universidad, y me asomo a las puertas de vidrieras del Paraninfo, recuerdo cómo mi vida tiene que ver tanto con ese lugar: de allí salí en manifestación la tarde del 23 de julio de 1959, cuando un pelotón de la Guardia Nacional disparó contra nosotros, matando a cuatro compañeros e hiriendo a más de sesenta, una masacre de la que soy sobreviviente, y que cambió para siempre mi vida. Allí recibí, flanqueado por mis padres, mi título de abogado en 1964; y allí se instaló el 18 de julio de 1979 la Junta de Gobierno de la que yo formaba parte, cuando proclamamos a León capital provisional de Nicaragua, un día antes del triunfo de la revolución.





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