EL DERECHO A UNA CIUDAD IGUALITARIA1 COLECTIVO DE MUJERES

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EL DERECHO A UNA CIUDAD IGUALITARIA

EL DERECHO A UNA CIUDAD IGUALITARIA1 COLECTIVO DE MUJERES


EL DERECHO A UNA CIUDAD IGUALITARIA1

Colectivo de Mujeres Urbanistas



¿Por qué es necesaria la perspectiva de género en la planificación urbanística? ¿Acaso las ciudades no son iguales para todos sus habitantes? ¿Es que las calles no son neutras? Estas son algunas de las preguntas que surgen habitualmente ante el tema de las mujeres y la ciudad. Mientras que en otros terrenos la desigualdad de género ha sido analizada y reconocida desde hace tiempo, las relaciones espaciales han conservado un estatus de neutralidad técnica. La ciudad, como veremos, es la expresión de las relaciones de poder y resistencia de una sociedad, pero las decisiones sobre urbanismo adoptan un carácter de necesidad absoluta que hace que los ciudadanos acepten sus transformaciones como si de fenómenos naturales se tratara. Muy al contrario, la erosión, las rupturas, las concentraciones y dispersiones territoriales no son procesos geológicos sino económicos y políticos. Cambian siguiendo intereses. Pero si las ciudades están cambiando a ojos vista, las mujeres también. Comprometidas con nuestro propio cambio, las mujeres nos encontramos atrapadas por formas urbanas que facilitan u obstaculizan nuestros propósitos.


De ahí que sea necesario comentar los cambios en las vidas de las mujeres y la relación entre estos cambios y la vivencia espacial.


Un mundo cambiante, desigual y difícil para las mujeres.


El mayor cambio experimentado por la población femenina en los últimos 30 años ha sido su incorporación, de forma masiva, al mundo laboral remunerado. Esta incorporación ha supuesto el paso de la vida doméstica a la participación en la vida pública. Pero la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo no ha estado exenta de conflictos y de luchas, y está teniendo lugar en condiciones de desigualdad respecto a los hombres. Hoy en día la situación sociolaboral de las mujeres se caracteriza por la discriminación y su entrada al mercado de trabajo no se ha reflejado en una diversificación del empleo.


La realidad demuestra que la incorporación plena a todos los derechos sociales y económicos de las mujeres al mundo laboral es considerablemente deficitaria: menores tasas de ocupación, feminización del paro, salarios inferiores, mayor temporalidad, dualización y segmentación del mercado de trabajo según sexos, cualificaciones, tipo de contrato, etc. A las trabas tradicionales se une que las mujeres sufren particularmente las dinámicas desigualitarias del mercado de trabajo y la transformación de una sociedad de empleo estable a una en que se amplía la zona de vulnerabilidad social. Al mismo tiempo, las ocupaciones fuera de casa tienen escaso poder liberador de las responsabilidades domésticas y familiares. La mayoría de las mujeres están inmersas en la denominada doble jornada de trabajo: en el 3º trimestre de1999 se estimaba en 12,5 millones el número de mujeres que, en jornada de duración variable , desempeñan una doble jornada al simultanear el empleo remunerado y las labores domésticas y que dedican 7 veces más de tiempo que los hombres a las tareas de la casa 2. Es decir, las mujeres se ocupan de los niños y de los mayores, de las compras y de las asistencia, asumen buena parte del trabajo doméstico y comunitario que contribuye al mantenimiento de la sociedad y a su bienestar.


Por otro lado, asistimos a toda una serie de cambios en nuestra sociedad, siendo algunos de ellos de especial relevancia para las mujeres y entre los que se pueden señalar : la feminización de la vejez, la feminización de la pobreza, el retraso progresivo y una reducción significativa de la nupcialidad y la maternidad, nuevas formas de convivencia y relaciones familiares, incremento de los hogares unipersonales y monoparentales que tienen como referencia la mujer, importante representación de la población femenina en la inmigración extranjera.


El encarecimiento de la vivienda, indicador fundamental de integración o exclusión social, es otro dato a añadir a los cambios en el trabajo y en la demografía: en 1999 el coste de la vivienda era equivalente a 4,5 años de salario anual completo. En los últimos 15 años, el precio de la vivienda, que mide la relación entre la renta familiar y su precio en el mercado se ha incrementado en un 75%. Esto sin que exista política de alquileres, con un parque de viviendas en que el la proporción de alquiler ronda el 13%. En cuanto al volumen de vivienda protegida, ha disminuido de forma importante, pasando del 18% en 1987 a 13% en 1997.3


Por tanto, podemos afirmar, y todo esto sin hablar de la violencia y agresiones hacia las mujeres, que en este mundo en permanente cambio, las mujeres no estamos en igualdad de condiciones que los hombres. El uso que la mujer hace de la ciudad es diferente: más intenso, pues su tiempo está fragmentado por su “doble biografía”; continuo como lo es en sí mismo el trabajo doméstico; diversificado como lo son sus responsabilidades e intereses. La relación de las mujeres con el entorno inmediato, el barrio, es tremendamente estrecha, pues es en este espacio físico donde se produce la mayoría de nuestras actividades y relaciones: la utilización de los espacios públicos es muy intensa y los desplazamientos son más variados y mayoritariamente en transporte público.


Mientras que las ciudades se parten en funciones y zonas para comprar, trabajar, dormir, o divertirse, la vida cotidiana se adapta mal a estas rupturas. Sus víctimas no son sólo las mujeres, pero son ellas las que deben procurar con su energía reunir los fragmentos, crear continuidad y sentido para ellas y para los niños, ancianos, enfermos y todos aquellos que no viven en el ritmo de la producción y el consumo.


La planificación de las ciudades.


Paralelamente, las ciudades han ido creciendo y desarrollándose. En su planificación no se han tenido en cuenta ninguno de los cambios mencionados, como si la realidad social fuera estática y no cambiante. Además, las políticas de desarrollo han alterado de manera radical su organización; el primer efecto es el consumo de un recurso finito como es el suelo y el incremento de los costes ambientales. En las grandes ciudades se observan características comunes que afectan a la calidad de vida y a la libertad de sus habitantes: segregación de actividades económicas y áreas residenciales; abandono de los centros y conversión en decorados para servicios; aumento de las necesidades de desplazamiento; grandes inversiones en infraestructura viaria e incremento de la movilidad en transporte privado, etc. Esta caracterización de las ciudades, que en definitiva no es más que el reflejo espacial de su organización económica, política y social, ha tenido unos efectos devastadores sobre la vida en la ciudad, lo que ha llevado a que:




Repercusiones sobre la vida cotidiana


Esta configuración espacial tiene evidentes repercusiones sobre la vida cotidiana de sus habitantes :


Desarrollar cualquier actividad obliga a consumir parte importante de nuestro tiempo en

desplazamientos, las calles se han visto invadidas por el coche, al habitante de la ciudad, el peatón ha sido desplazado a un segundo plano, a pesar de que mas de una tercera parte de los desplazamientos en las grandes áreas metropolitanas se realizan andando.


Los espacios públicos son cada vez menores y se les niega su primordial función que es

la de propiciar la relación y el encuentro de las personas, se especializan, se fragmentan y se restringe su uso. Gran parte del espacio público se ha monetarizado (si quieres beber agua en un parque o en una plaza tienes que compararla en el Kiosko, no hay fuentes de agua potable). Se produce una degradación creciente del espacio ciudadano y su sustitución por el “no lugar”, por las infraestructuras que permiten la movilidad

motorizada.


El entorno edificado es cada vez más monótono; los barrios centrales están perdiendo su diversidad por la terciarización, se ha roto parte importante de su tejido en aras de las vías rápidas y parte de su población se ha visto expulsada . Las periferias (barrios

dormitorio) escasamente dotadas, han crecido como manchas de aceite. El nuevo modelo de ciudad ha desdeñado las pequeñas escalas que son en definitiva donde se desarrolla la vida cotidiana. Y todo ello con un gran efecto devastador sobre el tejido social . En palabras de Jesús Ferrero: “Antes de la segunda guerra mundial, las urbanizaciones , incluso las obreras, eran de sedimentación más lenta. Daba tiempo a ir creando tejido social. Ahora, esas urbanizaciones se hacen de la noche a la mañana. De repente, un montón de gente diversa se encuentra en el mismo lugar, nada más. Tu territorio empieza y acaba en tu piso o en tu casa y el resto es oscuridad...”5


La consecuencia es que nos movemos como habitantes de la ciudad, pero no como ciudadanos, pues ciudad y ciudadanía son dos caras de la misma moneda. “La organización de la ciudad actual provoca que el espacio urbano sea cada vez un hecho más extraño, donde es imposible establecer pautas de decisión y de control sobre el mismo, donde es imposible sentirlo como propio, donde es difícil sentirse seguro y cómodo, significa una ciudad alienada, a una anticiudad. Esta se hace cada vez más hostil, incómoda e insegura. La segmentación del tiempo y la confusión del espacio, en suma, nos expulsa emocionalmente del fenómeno urbano, y así es cada vez más difícil estar en, sentirse y ser parte de, tomar parte en, es decir participar en la ciudad” 6


Repercusiones en la vida de las mujeres


Con estas transformaciones, que ponen en entredicho el derecho a la ciudad, los grupos sociales más vulnerables son los que más han perdido: los niños, los ancianos, las mujeres, los inmigrantes. Las mujeres que sufren una mayor discriminación en oferta de empleo, que constituyen el sector de población relativamente más pobre sufren los peores efectos del mal funcionamiento de las ciudades, en la dificultad de acceso a la vivienda, las limitaciones de movilidad y ante todo la violencia, porque son las primeras víctimas.


La población femenina es por esos motivos las mas interesada en mejorar el desarrollo urbano y el ordenamiento rural. Por otra parte, está el hecho de que las mujeres con nuestra presencia diaria en la calle, somos un fuerte soporte del alma colectiva que mantiene con vida la ciudad o barrio, sin la cual los asentamientos estarían muertos por muy avanzado que sea su diseño.


Las ciudades tal como se diseñan dificultan la integración de barrios, edades, sexos y grupos sociales. Las mujeres sufren en mayor medida problemas de salud, estrés, fatiga, al intentar hacer compatible la vida familiar y laboral. La soledad, atribuida tradicionalmente a la “jungla de asfalto” se encuentra a sus anchas en los nuevos barrios sin espacios comunes, en las zonas residenciales sin otra salida que el consumo, en los equipamientos alejados e impersonales para enfermos, ancianos o jóvenes. La ciudad sin vida, entregada al coche, se vuelve insegura para las mujeres que no desean más vigilancia sino una vida callejera rica y variada, zonas iluminadas y comunes, por las que transitar sin temor. El acceso a los bienes sociales se vuelve difícil para todos aquellos que tienen menos movilidad, o que no pueden pagarla. De esta manera el propio espacio es fuente de desigualdades y de futuras crisis sociales que nada tienen de novedosas. Los barrios de muchas ciudades norteamericanas y europeas saben lo destructivo que puede ser deshacer la trama social y vital de las ciudades.


Crítica a la forma y el fondo de la planificación.


La planificación de las ciudades no ha tenido en cuenta ninguno de los cambios operados: se planifica con estereotipos y recetas al uso. Las Directrices Territoriales, los Planes Estratégicos, Los planes Generales, Las Normas Subsidiarias y demás figuras de desarrollo, se basan en un análisis de necesidades y de propuestas generalistas, sin tener en cuenta la realidad propia de los diferentes colectivos o grupos sociales, ancianos, niños, mujeres que habitan la ciudad. La planificación se realiza sobre valoraciones estáticas frente a la realidad dinámica de la ciudadanía y sobre intereses mercantilistas frente al interés público.


La ciudad deseable.


Cuando las mujeres tienen la oportunidad de participar manifiestan de una forma clara y contundente cuál es el modelo de ciudad que prefieren. Diversos proyectos realizados en otros países europeos y la experiencia de varios encuentros y talleres que han abierto procesos participativos de las mujeres en el diseño de la ciudad (Barcelona, Pamplona , Lorca, y Avilés, País Vasco) lo certifican. Las mujeres quieren una ciudad segura, donde sea fácil la convivencia, igualitaria, en la que los barrios se vayan equilibrando, con dotaciones y comercios próximos a la vivienda, estaciones céntricas, buen transporte publico, con unos cascos viejos revitalizados, con medidas tendentes a disminuir el tráfico privado que impide un uso tranquilo de la ciudad, con zonas verdes accesibles y utilizables por los diferentes colectivos, con espacios públicos adecuados al uso de paseo y de estancia que propicien el encuentro y la socialización, con un parque de viviendas que dé respuesta a la nueva situación de los grupos familiares, en donde se lleve a cabo una recogida selectiva de residuos y se recuperen los espacios naturales.


En definitiva , las mujeres demandan una ciudad más igualitaria y amable y por tanto, frente a otras opciones desarrollistas y excluyentes socialmente, más sostenible y beneficiosa para todos sus habitantes, que no agote los territorios y que valore el soporte suelo como algo escaso y patrimonialmente valioso. Una ciudad en la que la condición de ciudadana adquiera el valor que realmente tiene, con sus componentes de dignidad y autonomía y que no exime de belleza a los proyectos de construcción de la ciudad



La ciudad posible


Para que la ciudad demandada por las mujeres sea posible y sea incorporada como un derecho, es imprescindible que su participación en la elaboración y toma de decisiones sobre la ciudad sea real y no formal. Consideramos que las mujeres son expertas en la vida cotidiana y que su olvidada experiencia contribuiría a planificar ciudades habitables.


Para ello, es necesario la realización de actividades informativas y formativas dirigidas a las mujeres, a fin de favorecer su participación en los procesos urbanísticos (diagnósticos, propuestas, toma de decisiones...). También es fundamental facilitar la participación de las asociaciones de mujeres y de especialistas en género en la planificación urbanística, utilizando los cauces ya existentes o creando nuevos cauces de participación. Por fin, debe incluirse la variable de género en la determinación de necesidades, en los objetivos y en las medias de los diferentes instrumentos que ordenan y planifican las ciudades.



COLECTIVO DE MUJERES URBANISTAS


Noviembre de 2000

1 Ponencia basada en la Conferencia impartida por Aurora Justo en la Universidad Menéndez Pelayo , Santander, julio de 2000.

2 “Panorama sociolaboral de la mujer en España”. Boletín nº19 del. Consejo Económico y Social, enero de 2000

3 Cortés Alcalá, Luis. Revista de Documentación Social nº 199 “Ciudades habitables y solidarias”, abril-junio de 2000

4 Arias Goytre, Felix “La desigualdad urbana en España”. Ministerio de Fomento, Madrid 2000.

5 Ferrero, Jesús “La muerte de la ciudad”, Diario El País, 30 de septiembre de 1999.

6 Alguacil, Julio. Revista de Documentación Social nº 199 “Ciudades habitables y solidarias”, abril-junio de 2000


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