SIEMPRE SE VUELVE AL PRIMER AMOR DOMINGO CARATOZZOLO JUAN

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SIEMPRE SE VUELVE AL PRIMER AMOR

SIEMPRE SE VUELVE AL PRIMER AMOR


Domingo Caratozzolo*



Juan C. era el tío preferido de uno de mis amigos de la adolescencia. Separado de su mujer después de un matrimonio de muchos años, solía compartir algunas salidas con nosotros para mitigar su soledad. Herido por la experiencia de un amor fallido, pensaba amargamente que nunca más volvería a amar. Por ello, nos sorprendió un buen día encontrarlo alegre y optimista. Se había enterado que su primera novia, su primer amor, estaba sola.


Habían pasado muchas relaciones por la vida de Juan antes de casarse, pero era evidente que la mujer que lo había marcado era aquella de la que se había enamorado por vez primera. Esa constancia en un vínculo tan profundo como el primer amor, la pude observar en muchas otras ocasiones.


Esposos, amantes o novios, suelen experimentar celos de esa relación tan especial que compromete, turba, conmueve y trastorna. Entrega emocional que expulsa al sujeto de los brazos protectores familiares para incursionar y recorrer con un extraño una parte del camino de la vida.


Cuando la pareja o las circunstancias de la realidad niegan los sueños, surge esa imagen de la persona con la cual la vida sería diferente, la que permitiría la manifestación de los afectos sin distancias ni trabas, la que acogería con sus brazos protectores y tiernos si se necesitara un refugio de la dureza del mundo, la que amaría sin retaceos y conservaría la pasión original.


Madres y padres, abuelas y abuelos suelen sonreír con deleite y complicidad cuando hablan de ese muchacho o esa chica con quienes hubieran encontrado esa felicidad sin recortes que el destino no les otorgó. Muchas veces esta relación tiene las características de los cuentos infantiles, o el de las telenovelas, donde el príncipe descubre las virtudes y belleza de la humilde muchachita y la rescata de su mísero destino o el honrado pero pobre trabajador es amado por la joven de alcurnia. Y suspiran mientras comentan: “si me hubiera casado con esa persona...” entonces no conocería de rechazos, ni enojos, ni contratiempos, no existiría la rutina, el aburrimiento, los impuestos atrasados, las preocupaciones diarias de la existencia.


La persistencia de ese primer amor, que a pesar o por el hecho de haberse frustrado queda como dulce recuerdo o herida abierta, añoranza que moviliza intensas emociones, me invita a pensar: ¿de donde extrae esa fuerza? Sabemos, por los descubrimientos psicoanalíticos, que las primeras vivencias sexuales -entendiendo por sexualidad un conjunto más amplio que lo estrictamente genital- aparecen ligadas a las funciones vitales destinadas a la conservación de la vida. Las personas encargadas de cumplir con el cometido de cuidar, alimentar, asear, jugar y hacer dormir al niño se convertirán en sus objetos de amor.


Es así que la madre será la depositaria de los deseos tiernos y sensuales del niño; su activa participación en la crianza representará para éste una fuente de excitación por la estimulación de su cuerpo erógeno. Además, volcará sobre el niño sentimientos de su vida sexual al acariciarlo, besarlo y mecerlo.


Y ello no está mal, pues la madre no hace sino cumplir con el papel que a ella le corresponde: despertar, erogenizar el cuerpo del hijo, para que éste, dotado de una sexualidad que busque enérgicamente su satisfacción, pueda cumplir con el destino también a él asignado.


El que la madre sea el primer objeto de amor en la vida del lactante, no corresponde a una elección, pues “madre hay una sola” y no es fruto de una opción sino de una imposición; es un ser necesario, imprescindible, porque sin él el lactante no puede sobrevivir.


Freud dice que: “se inserta en esa trama infantil el rasgo sobreestimador, que convierte a la amada en única e insustituible; en efecto, nadie posee más de una madre, y el vínculo con ella descansa sobre el fundamento de un suceso a salvo de cualquier duda e irrepetible.”


En otro pasaje de su obra agrega que: “No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro.”


En el fenómeno del enamoramiento nos hallamos en presencia de ese amor, de esa sobreestimación mencionada por Freud que, por ser resultado del desplazamiento del primer amor, convierte a la amada en única, de modo que si es abandonado el sujeto queda inmerso en la más desagradable soledad y en la más absoluta indefensión.


Pero este amor infantil a la madre se irá desplazando paulatinamente para culminar en el amor adulto. Es así que habrá de recorrer un largo camino desde la libidinización de la madre como primer y privilegiado objeto de amor, hasta reemplazarla en sucesivos desplazamientos por otra persona, que si bien conserve algunos rastros o huellas de esa madre arquetípica, se encuentre lo suficientemente alejada y diferenciada de ella como para permitir la plenitud del encuentro.


En esta cadena de desplazamientos del amor infantil, los primeros eslabones serán las personas más cercanas al objeto incestuoso: la mujer que sustituye a la madre en los cuidados del niño, una tía, una hermana mayor, la maestra jardinera, formarán parte de una larga cadena que alejará al cachorro humano del lecho incestuoso para posibilitar el ejercicio de amor.


En la pubertad, la eclosión de la sexualidad trae aparejada la reactualización de los deseos incestuosos, reaviva el amor hacia aquellas personas que naturalmente constituyen los vínculos más intensos y más próximos. Nuevamente tendrá que emprenderse el camino de la transferencia de estos deseos que por su carácter no pueden satisfacerse en sus aspiraciones sexuales.


Como el amor adolescente es en un primer momento un revival del amor del lactante a su madre, aquél de los primeros pasos por la infancia, está estrechamente emparentado con el mismo y conserva muchos de sus rasgos: la convicción de que es único (aunque la persona amada sea otra), de que con él podrá lograr el sumun del goce y de que la unidad con el otro es necesaria y suficiente para la vida del sujeto. Es así que el amor se transforma en pasión, emoción que transporta y exalta a sus partícipes.


Estas emociones son tan intensas, conmueven de tal manera, que van a permanecer nostálgicamente grabadas. El tiempo difícilmente las borrará y es posible que se intente reproducirlas, pues “siempre se vuelve al primer amor” y éste está muy cerca del primer amor a la madre.


Si el amor real nos desengaña, o nos sentimos traicionados o maltratados o creemos que la vida nos mezquina el afecto que deseamos, o sea, cuando la realidad no conforma nuestras ilusiones, entonces es posible que nuestros sueños nos remitan a aquellos momentos inolvidables en que nos sentimos plenos y creímos tocar el cielo con las manos.


*Psicoanalista


AURELIO SIEMPRE TUVO CLARA SU IDENTIDAD ALHAMEÑA INCLUSO PIENSO
“ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR OTRA VEZ OS
“LA FIJEZA ES SIEMPRE MOMENTÁNEA” LUIS JAIME ARIZA TELLO


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