COMO CUANDO UNO SE ACERCA A MIRAR UN ABISMO

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Como cuando uno se acerca a mirar un abismo

Como cuando uno se acerca a mirar un abismo...

Intervención del representante Gustavo Petro


Estamos frente a un inmenso fracaso nacional. Es como cuando uno se acerca a mirar un abismo. así es la realidad del hoy. Nos hemos mirado frente a un abismo. Hemos fracasado como sociedad.


Hemos fracasado porque hemos descubierto, de la noche a la mañana, que los últimos tres años, 3'200.000 colombianos pasaron de la pobreza a la indigencia, y dos millones y medio de miembros de la clase media pasaron a la pobreza. ¡Una catástrofe social absoluta! Tanto en el gobierno de Pastrana como en el actual: una catástrofe social humanitaria.


Nos hemos asomado al abismo porque hemos observado que somos absolutamente incapaces de encontrar la convivencia, que somos absolutamente incapaces de encontrar senderos de economía productiva que no sean los incrementos de las utilidades de los bancos y las compras al contado de los apartamentos de estrato 6, hechos algunos con dineros de la mafia.


Y nos estamos asomando al abismo porque hoy somos testigos de un sometimiento de las instituciones del Estado al narcotráfico. Porque el narcotráfico no hay que analizarlo mucho: es simplemente la actividad de exportar cocaína, traficar con narcóticos. No es el cultivo de la planta de la hoja de coca. Es la comercialización de la cocaína. Y el que exporte cocaína -sea comunista, sea fascista, liberal, conservador, católico, ateo o no cree en la política- es un narcotraficante.


Aquí hablaron probados narcotraficantes, invitados no por el Congreso de la República... Ojo: es fraudulento lo que se ha hecho aquí, porque ni la Comisión de Paz se reunió para invitar, ni el Congreso lo hizo... El Congreso de la República no invitó a los señores que estuvieron hablando acá.


Uno podría pensar en un proceso de paz en Colombia, claro que sí. Y quiero transmitirle estas palabras a mis conciudadanos. Un proceso de paz en Colombia ya no pasa por las opiniones de quienes están armados. Un proceso de paz hoy es una reconstrucción democrática del país, es la profundización del Estado de derecho, es el encuentro y la construcción de un pacto social. Y un pacto social lo hacen los ricos y los pobres, pero todos desarmados; un pacto social lo hacen campesinos, trabajadores, indígenas, desempleados, industriales, terratenientes, pero fundamentalmente desarmados.


Un pacto social es la base de la democracia y hoy no podemos hablar de paz sin construir democracia y sin construir nación. El nombre de la paz hoy es construir ese pacto social. Y debería ser la convocatoria del Estado a su sociedad, fundamentalmente la sociedad desarmada, que no excluye diálogos con los armados, pero tampoco los necesita. Porque en manos de un pacto social hecho entre ciudadanos desarmados, los grupos armados pueden ser derrotables militarmente, cualquiera sea su significado y su bandera ideológica, o aparentemente ideológica.


No son necesarios ni determinantes, pero tampoco se excluyen, siempre y cuando un proceso de diálogo con grupos armados lleve implícito la profundización de la democracia y la construcción del Estado de derecho. Si no, es mentira que ese sea un proceso de paz.


Bajo esta óptica debemos ver qué se ha desarrollado hasta hoy en los llamados diálogos entre el gobierno y los paramilitares. Escuchábamos aquí: ni un centímetro de tierra de las seis millones de hectáreas que acapararon con el dinero de la cocaína y la sierra eléctrica... (Entre otras cosas, la única diferencia metodológica entre la guerrilla de hoy y los paramilitares es precisamente la sierra eléctrica).


No hablaron de entregar ni un centímetro de tierra de esos seis millones de hectáreas de tierra productiva. No hablaron de un solo día de cárcel para aquellos que han cometido delitos de lesa humanidad y narcotráfico en Colombia. "¡Ni un día de cárcel!" se escuchó en los discursos. No hablaron de un gramo de verdad, que debería comenzar con este evento: mientras aparentemente se lloraba por las víctimas en uno de los discursos, golpeaban a una víctima aquí en las barras, porque se atrevía a levantar la foto de su padre asesinado.


Esa es la mentira, esa es la hipocresía con que se está construyendo este proceso de paz. Ni verdad, ni justicia, ni reparación. Y habíamos dicho que era posible hablar con narcotraficantes, que era posible hablar con gestores de delito de lesa humanidad, que era posible una negociación, pero con el eje de un sometimiento a la justicia, como debería ser, precisamente para profundizar el estado de derecho y la democracia en Colombia.


¿Y qué es lo que estamos observando? Lo contrario: la Justicia, el Congreso, la Presidencia de la República, sometidos al narcotráfico. Todo lo contrario de lo que debe ser un proceso de paz serio en Colombia... Ni verdad, ni justicia, ni reparación.


Ese sombrero voltiao que tiene el compañero allá atrás, traído quizás desde Córdoba, fue hecho por indígenas. Pero muchos de los indígenas que hicieron esos sombreros famosos en el mundo, los mataron. ¿Dónde está el cadáver de Kimi Pernía Domicó, constructor de sombreros voltiaos?


¿Sombreros voltiaos manchados de sangre? ¿Banderas de paz untadas de cocaína? ¿Eso es un proceso de paz? ¿Es lo que nos han traído hoy al Congreso, donde se hacen las leyes de la República?


Mentiras tras mentiras: el señor Mancuso dice que el Estado no le brindó protección. Pero yo tengo en mi poder el registro de Cámara de Comercio en el que el Estado otorga la personería jurídica que les permitió formar una Convivir con armas del Estado a él y al señor Gnecco. Sus primeras armas fueron armas oficiales, del Estado mismo, que fue el que lo creó.


Evadir la responsabilidad del Estado en el origen de los paramilitares, decirnos mentiras...


¿Dónde está la tierra para reparar a las víctimas? ¿Dónde van a estar los cuatro mil millones de dólares que hay en cuentas internacionales de los paramilitares para reparar a las víctimas? ¿Dónde va a estar la verdad, para que las generaciones futuras sepan quiénes, desde el Estado, desde el poder económico, desde el poder social, planificaron desde la comodidad de los escritorios los asesinatos de los humildes? ¿Dónde están las tumbas de sus víctimas? ¿Cómo entregarle a las madres los huesos y cráneos de quienes fueron desaparecidos, torturados y muertos, algunos con sierra eléctrica?


¿Dónde está esa verdad? Por lo menos para que esta sociedad salga gananciosa en algo: que por lo menos alguna madre pueda encontrar los restos de su hijo. ¿Está garantizado eso? Ustedes, señores congresistas, ¿lo han garantizado? En los discursos aquí escuchados, ¿se garantizó eso?


Y finalmente, ¿qué pasa con nuestro presidente de la República? ¿Cuál es la situación política que vamos a vivir hoy con el doctor Álvaro Uribe Vélez?


Porque aquí se ha evidenciado un hecho, y voy a terminar con esto: que numerosos congresistas responden a la voluntad del paramilitarismo narcotraficante en Colombia. Esa es la realidad contundente. No voy a dar porcentajes. Otros lo han hecho. Pero la realidad hoy es que congresistas responden a la voluntad narco-paramilitar de esta país. ¡Y son muchos! Y en el poder de voto de esos congresistas está la reelección presidencial.


Entonces, tenemos esta triste realidad, esta triste consecuencia: el presidente de la República es hoy un hombre secuestrado por los paramilitares. Porque depende de los paramilitares, depende de los narcotraficantes sentados en la mesa de Santafé de Ralito su propia reelección. Porque esos votos son determinantes en la votación de este Congreso. Porque si esos votos obedecen a la voluntad paramilitar, es el señor Mancuso el que tiene en sus manos la posibilidad de modificar la Constitución para hacer posible la reelección del señor presidente de la República; y de dos maneras: con el voto de congresistas adictos dentro de esta Plenaria y la del Senado de la República, y con los votos cautivos de los ciudadanos que controlan en sus regiones, en el caso de que ellas sean escenario electoral.


¿Qué le podemos preguntar al presidente Álvaro Uribe? ¿Tiene la suficiente claridad e independencia moral e intelectual para representar a la sociedad en la negociación con el narcotráfico en Santafé de Ralito, sabiendo que existe un nexo de conducción política entre esos señores y la capacidad y la posibilidad de poderse reelegir?


Es una pregunta que hoy debe hacerse toda la sociedad, que debe hacerse el Congreso y que debe hacerse el presidente de la República. Porque si bajo esta bandera de la paz -bandera sucia de cocaína- lo que se está presentando en el fondo es una alianza de narcotraficantes, genocidas y líderes políticos (que entre otras cosas, tiene como consecuencia la reelección presidencial) entonces nosotros no estamos construyendo ninguna paz... Si es que la paz la definimos como la construcción de un pacto social entre ciudadanos desarmados, que puedan trazar las reglas de juego para la convivencia pacífica, no sólo ahora, sino para las futuras negociaciones.


Estamos es ante una hipocresía, ante un reality: y entonces se vuelve real que mientras se trataba aquí de llorar por las víctimas despedazadas con sierra eléctrica estaban golpeando a la hija de una víctima porque trataba de sacar el retrato de su padre para que fuera una voz silenciosa la del senador Cepeda Vargas que pudiera gritar en la barra, sin la televisión, sin el micrófono "nosotros también estamos presentes y vamos a estar presentes". Porque las víctimas de la violencia tienen derecho a expresarse en una negociación de paz.



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