SEGUNDA LENGUA Y SU LITERATURA LITERATURA GRIEGA CURSO 20072008

0 SEGUNDA REUNIÓN DE LA COMISIÓN AMPLIADA
0 Segunda Reunión de la Oeaserwxiii52 Comisión
0 SEGUNDA REUNION DE LOS GRUPOS DE

2 DECIMOSEGUNDA REUNION ORDINARIA DEL CONSEJO ANDINO
2 MEMORÁNDUM DE ENTENDIMIENTO – GMPCS SEGUNDA
2 REUNIÓN PREPARATORIA DE LA SEGUNDA REUNIÓN

Segunda Lengua y su Literatura

Segunda Lengua y su Literatura

Literatura Griega

Curso 2007/2008



SEGUNDA LENGUA Y SU LITERATURA LITERATURA GRIEGA CURSO 20072008



BLOQUE I: Orientaciones generales


1. Perspectivas y enfoques de la asignatura “Literatura Griega”


Literatura o literaturas. Para hacer justicia a la materia de una asignatura como la que emprendemos, debemos sacar primero a la luz la diversidad extraordinaria que disimula su título curricular. Son, en efecto, muchas las literaturas que esconde la literatura griega y debemos proceder de manera consciente y consecuente a las necesarias opciones entre los imponentes ofrecimientos que nos hace su materia. Para nuestros propósitos entenderemos por literatura la dimensión lingüística de la producción simbólica de una sociedad determinada, sobre todo en la medida en que podemos individuar esa producción como determinadas obras y describirlas en términos de elaboración del discurso y/o la creación de ficciones, que para la literatura griega se designan mejor con el término “mímesis”.

En general, las “literaturas” objeto de las asignaturas cursadas en las carreras de filología se distinguen académicamente según lenguas y, en el caso de las modernas, por nacionalidades. En la medida de lo posible, se intenta hacer coincidir ambas, lengua y nacionalidad, por medio una proyección histórica hasta los orígenes, más o menos legítima. Un tercer criterio, menos seguido, es el “cultural”, que se suele aplicar para reunir literaturas ya establecidas y relativamente autónomas, cuando éstas exhiben cierto parentesco de lengua o nación. En el límite nos daría la asignatura ideal, la literatura universal.

En el caso que nos concierne, la literatura griega es de definición esencialmente lingüística y, por la extraordinaria vitalidad que ha demostrado la lengua griega en el espacio y en el tiempo, cultural. De este modo rebasa los límites estrictamente lingüísticos, para difundirse por las mediaciones de la traducción en otros espacios lingüísticos y culturales, algunos de ellos extraordinariamente ajenos al de origen. En estos casos hablamos más bien de la “tradición”. La literatura griega debe, pues, situarse entre las literaturas “sin nación” y conviene precaverse de las nefastas apropiaciones que se han hecho de ella, y de la cultura griega en general, para construir identidades nacionales o políticas. Con uno de los mejores conocedores de la literatura griega, conviene repetir que Grecia no es de nadie y, por eso mismo, de todo el mundo.

Considerada en su máximo alcance cultural, la literatura griega abarca en su extensión una numerosa y complicada familia de literaturas que se distinguen por épocas —que suelen ser el eje organizativo privilegiado para el tratamiento y la exposición de la materia—, variedades de lengua, géneros y contextos de recepción. Estas extensiones literarias las intentaremos contemplar de una manera que llamaremos “panorámica”, palabra derivada de la lengua griega y que significa precisamente una visión que ambiciona a contemplarlo todo y que se imagina realizada desde una suerte de mirador. Pero, por muy extensa que sea la amplitud de la mirada que se nos permite desde determinado punto, todo mirador disimula una serie de perspectivas posibles, opciones que privilegian determinados elementos del paisaje. Es más, para que la contemplación sea realmente enriquecedora, hay que moverse hasta otro punto en el que el espacio se abra a la mirada y regale otra perspectiva, también engañosamente panorámica. Mirar bien requiere, en definitiva, andar, o mejor, viajar. De manera que esta asignatura puede entenderse con toda propiedad como un viaje a un país lejano, entendiendo “país” una colección precisamente de “paisajes” y lugares conectados, más o menos como decimos expresiones del tipo “el país de las maravillas”. Y tiene su personaje emblemático, su santo patrón profano, en Odiseo/Ulises, que visitó mil ciudades y conoció, es decir, disfrutó y sufrió, sus costumbres.

Nuestro mirador literario, y nuestro punto de partida, se sitúa en el presente, temporal e institucional, y desde esa perspectiva, tras echar una mirada de conjunto, concentraremos la mirada en lo que consideramos más relevante, sin perder del todo de vista el fondo sobre el que se destaca lo más visible. Podemos, además, enfocar con determinados instrumentos conceptuales aquello que queremos conocer mejor. También aspiramos a realizar una segunda operación más ambiciosa y ardua, la de imaginar la perspectiva de otras gentes que han contemplado lo que en principio asumiremos que son, por algunas señales reconocibles, los mismos paisajes. En el extremo de la exigencia, aspiramos a ver lo que vieron quienes tuvieron el privilegio de asistir al nacimiento de lo que ahora vemos como restos más o menos imponentes. De este modo realizamos dos desiderata de la cultura moderna, el científico de conocer los objetos en determinados momentos clave de sus historia —independientemente de la importancia que demos al momento de origen—, y el ético de hacernos a conocer lo extraño, cuanto más mejor, como el mejor medio de conocerse. Ya hemos hecho un cierto movimiento de acercamiento en este sentido, cuando en el curso de esta exposición hemos privilegiado las metáforas que nos ofrece el campo semántico de la visión y la mirada. En la cultura griega se otorga, desde los que son para nosotros sus inicios, un privilegio especial al ojo sobre el oído. Al imponer la metáfora visual a nuestra comprensión de las actividades en la asignatura estamos creando una tensión fundamental permanente de la cultura literaria de los griegos, la creada por la relación de rivalidad y complementariedad entre la ver y escuchar, entre los poderes de la palabra y los de la imagen. Es una tensión análoga, pero en absoluto idéntica, a la que hoy vivimos con el privilegio de la imagen y la degradación del lenguaje, que resulta en una enfermedad: la logofobia.

La opción decisiva la realizaremos siguiendo una consideración que llamamos “canónica”. Obedece ésta a la exigencia más extrema —y hoy día muy controvertida— de selección de lo valioso de una determinada materia en determinados contextos culturales de urgencia y/o de abundancia, —y nuestro tiempo combina exasperadamente las dos. En el mundo en que vivimos, la creación del canon es una operación de naturaleza económica que aspira a mediar racionalmente entre dos bienes, uno de ellos inconmensurable: nuestra vida y la literatura. Peor, en épocas en las que hay vigente una cierta idea de inmortalidad, y en virtud precisamente de la “inmortalidad” de que se trate, la opción canónica no tiene como referente “mi vida”, sino que pretende responder a cualidades objetivas del valor de las obras, entre ellas esencialmente la misma perduración. Podemos combinar ambas orientaciones del canon, nuestra perspectiva presente y la antigua, tomando como criterio de nuestro juicio el hecho “antiguo” de la perduración y difusión extraordinarias de determinadas obras de la literatura griega, los clásicos, una perduración que es, además, paradójica, porque realiza un curso inverso del que suele imponer el tiempo: la literatura griega ha sido cada vez más leída y mejor conocida en su lengua original. Esto nos permite imponer a la opción canónica antigua un giro moderno, es decir, subjetivo, por el cual la cuestión no es tanto que el hecho de que determinadas obras han durado, sino el de que han durado para mucha gente y muy diversa.

La literatura griega nos ha llegado ya modelada por varias operaciones de canonización, sobre las que trataremos más adelante con algún detalle ( Bloque I. 2.). Nuestra opción canónica está ya bien establecida en la práctica docente y selecciona autores y obras de la Grecia arcaica (siglos VIII-VI a.C.) y la Atenas clásica (siglos V y IV a.C.; en lo sucesivo todas las cifras de siglos se referirán a los anteriores a la era cristiana y se señalará en caso contrario) como obras prioritarias cuyo conocimiento facilita la comprensión de una serie considerable de obras posteriores. Considera el resto de la literatura griega y más allá como fondos panorámicos sobre los que destacan esas figuras provocadoramente señeras, que lo han sido ya casi tresmil años.



    1. El espacio y las instituciones literarias


Entendida, pues, como un amplio espacio por el que privilegiaremos determinados recorridos y vistas, la literatura griega aloja en primer lugar una serie de obras asignadas, de manera a veces problemática, a determinadas personas en calidad de artífices, los autores o, raramente, las autoras. Podemos considerar las obras como lugares dentro de este espacio, más o menos cercanos y más o menos estrechamente conectados. La cercanía la dictan determinados criterios de articulación del conjunto, entre los que suele dominar desde la modernidad el histórico que agrupa obras y autores por unidades de tiempo que suelen llamarse “periodos” o “épocas”.

Igualmente relevantes, aunque subordinadas siempre al criterio histórico, son lo que podemos llamar las Instituciones literarias, donde incluimos toda la serie de constantes formales, temáticas y comunicativas que atraviesan la articulación histórica según una serie de continuidades. Por seguir con la metáfora, podemos considerar que ese país maravilloso tiene sus regiones y ciudades, tiene sus gobernantes, sus ciudadanos y, en fin, sus costumbres y constitución (una monarquía con nobleza levantisca), todo sometido a las leyes del tiempo histórico cuyo efecto no es tanto el olvido como la transformación. Entre las instituciones literarias se incluyen destacadamente la mitología ( I. 1.2.), dentro del ámbito temático, y la retórica y la poética, en el ámbito formal. Los géneros literarios combinan elementos formales, temáticos y comunicativos (I.1.2.).

Las inquietudes que han dictado los nuevos paradigmas científicos, dominados por la antropología y la semiótica, han llevado a la progresiva imposición en el estudio de las instituciones de los enfoques comunicativos de la literatura griega, que han descubierto o ayudado a clarificar diferencias importantes respecto de otros espacios literarios, sobre todo el contemporáneo. Para clarificar estos enfoques ha sido muy influyente la esquematización de la relación de comunicación debida a Jacobson y que distingue seis factores en esa relación: emisión, recepción, canal, mensaje, contexto y código, a los que corresponden sendas funciones del lenguaje. Este cambio de enfoque ha llevado a una transformación radical del estudio de la literatura griega en el siglo XX y se ha impuesto en las tendencias que dominan en el siglo XXI. Este cambio se deja describir bien como un desplazamiento de perspectiva desde la que estaba dominada por la figura del autor, como creador capaz de elaborar un código para producir una obra clásica, a la perspectiva marcada por el momento de la recepción cultural e históricamente determinada. Esta perspectiva exige de nuestra concepción del código una consideración diferente, que empieza por dar cuenta de la complejidad de la comunicación literaria de los griegos en este punto: la poesía, sobre todo en las épocas que vamos a estudiar con más detalle, está inextricablemente vinculada a la música y, en no pocas ocasiones, a la danza. Afecta, además, a la forma en que hemos de entender la obra como mensaje, imponiendo una valoración en la que ya no encuentra fácil acomodo el privilegio de lo clásico y sus razones en el genio y la originalidad. El discurso del autor, por lo mismo, tiende a la fantasmagoría y la denuncia de miopía cultural.

En efecto, las obras de la literatura griega tienden hoy a considerarse como mensajes inseparables de un contexto comunicativo ubicado espacial y temporalmente, en el que, por hablar con propiedad, acontecen ante un público determinado y en una situación regulada de la vida social, del modo, más o menos, en que se ejecuta una pieza de música o se representa una obra teatral hoy día. La pervivencia del texto en sí resulta ser más o menos accidental. La literatura griega se nos hace, de este modo, ajena a nuestros hábitos literarios, en los que el disfrute individual de la obra, incluso en las situaciones de recepción colectiva, es el dominante y donde la consideración del público es indeterminada y, para autores de ambos géneros, angustiosa. Así pues, para entender las obras literarias de este país griego, sobre todo para sus primeras épocas, conviene considerar como central el criterio de ocasión comunitaria que puede traducir lo esencial del término inglés performance, que se ha introducido en la jerga técnica y ha dado incluso una corriente especial de estudios, los llamados Performance Studies. Concepto importante en este enclave es el de la enunciación, por el que designamos todo aquello que concierne a la puesta en acción del lenguaje en una situación determinada y las formas en que determina el mensaje. Con todos los aspectos que vinculan el lenguaje a la acción la enunciación es estudiada por una disciplina inventada por la semiótica filosófica: la pragmática (de étimo griego que remite al campo de la acción no productiva esencialmente), para estudiar todo aquello que relaciona a los signos con sus usos. El enfoque comunicativo se considera el más abarcante y explicativo, subordinando cualquiera otro que derive de los demás factores de la comunicación, sobre todo los que conciernen al emisor, al código y al mensaje, y transformando de manera radical nuestra concepción de los mismos.

Esta orientación ha permitido, ciertamente, una nueva comprensión de la diferencias de la cultura literaria de los griegos respecto de otro factor de la relación comunicativa, el medio (canal o contacto), del que, ya desde la Ilustración, se sospechaba una diferencia radical respecto de la cultura literaria establecida. Aunque la idea fue expresada excepcionalmente en la Antigüedad, fue en el siglo XVIII cuando aparece con fuerza la idea de que los primeros poetas de Grecia, Homero en primer lugar, desconocían la escritura y que su poesía debía entenderse desde las limitaciones específicas que impone la creación en el medio oral. En el siglo XX, la idea de que la literatura griega debe entenderse teniendo en cuenta la introducción, el desarrollo y la difusión de la escritura en las prácticas sociales en una comunidad originariamente analfabeta es, si no dogma dominante, sí una cuestión ineludible que motiva diferencias y debates de cierto calado cultural. Las formas de entender este proceso han cambiado considerablemente a lo largo del siglo XX: se pasó de hablar del cambio en términos de “revolución de la escritura”, que ocasionaría en la cultura que la sufre trasformaciones casi traumáticas. Hoy día quienes han vuelto sobre el problema tienden a disociar la escritura como medio de efectos unívocos y definitivos en las culturas en cuestión, y destacan más bien la complejidad del proceso según los diversos contextos en los que se implanta, el sentido cultural diferente que adquiere en cada uno, su progresividad y las diversas soluciones de “convivencia” con otros medios ya vigentes. En cualquier caso, un efecto de esta perspectiva es modificar radicalmente el modo en que podemos entender que Grecia y su cultura literaria es de alguna manera ejemplar. Si la cultura griega tiene algún privilegio es porque, debido a la radicalidad del cambio que la lleva en su historia de ser cultura oral a cultura de bibliotecas, sirve de campo de pruebas científico para el estudio de la alfabetización de las sociedades, que hay que poner en correlato diferencial con otras culturas en situaciones análogas. Esta actitud que renuncia a los privilegios de lo clásico, demasiado relacionado con la cultura occidental, y busca una clasicidad “convergente”, es la característica ética común a esta línea de investigación. La literatura griega, muy especialmente la arcaica y, más aún, Homero, deja de ser el punto de origen en el que se Occidente se repliega sobre sí mismo, y se convierte en la puerta por la que se abre a la variedad irreductible de las culturas sin ambición de privilegios.

El nuevo paradigma comunicativo dependiente conceptualmente de las ciencias sociales lleva consigo cambios significativos en el sentido de algunos de los términos más habitualmente usados en el ámbito de nuestros estudios. Un caso especialmente llamativo es el del término “tradición”, que solía usarse para designar las líneas de continuidad que unían la cultura occidental con sus orígenes griegos en términos de legado y herencia. La tradición es, en este sentido, un repertorio heredado con el que cada época se enfrenta de manera más o menos ineludible y frente a la que debe definirse cualquier iniciativa creativa en un doble esfuerzo por recibirla y superarla. Sin embargo, la tradición en los estudios de orientación antropológica es un medio atemporal pletórico de recursos rigurosamente codificados en el que no siente la urgencia de la distinción, sino el dinamismo de la repetición en la ocasión apropiada que requiere la habilidad para ajustar la intervención conforme a determinadas variables. La excelencia de un artífice está en relación con el dominio de unos medios establecidos para dar exhibición exitosa y eficaz de su arte, no en superar a los antecesores gracias determinadas invenciones inéditas y geniales. Uno de los mejores conocedores de la épica antigua señala que la tradición debe entenderse como un lenguaje. Así como podemos hablar mejor o peor, podemos contar mejor o peor una historia.


1.2. Perspectiva y objetivos de la asignatura

1.2.1. El privilegio de las obras

Hechas las precisiones anteriores podemos exponer sin miedo al malentendido la perspectiva dominante de nuestra asignatura que toma como punto de referencia las obras y los autores o autoras en su caso. Si tenemos presentes las precisiones sobre el paradigma comunicativo dominante, hemos de aplicar a la idea de obra todas las precisiones que clarifiquen en qué sentido podemos hablar en estos términos de la producción literaria antigua, dominada por la ocasionalidad e, incluso cuando se puede hablar de cultura letrada, la perentoriedad y las limitaciones de la difusión en el medio escrito. Si hablamos de obra en la medida en que disponemos de ella hoy día como un libro más, no podemos, sin embargo, perder de vista el “milagro” de transmisión que se esconde detrás de cada letra que cómodamente leemos, desde el momento mismo en que se hace un problema saber cómo y para qué las palabras que a la ocasión pronunciara un poeta fueron fijadas por escrito, cómo una sucesión continua de copias la ha puesto a salvo en los tipos de la imprenta. Ideas comunes hoy como las de composición, redacción, edición, publicación y lectura, tienen en la cultura literaria de los antiguos un significado especial ligado a las condiciones precarias de los medios de la escritura, la limitación de la alfabetización y, más aún, la dificultad que tenemos las gentes del libro para entender ese tipo de civilización sin aplicar nuestros esquemas establecidos.

Por la misma razón, la idea de autoría tiene en el espacio literario de los antiguos un sentido especial que está alejada del modelo romántico que sigue dominando la cultura presente. Esto ha motivado una comprensión de las obras literarias como resultado creativo de un esfuerzo de expresión personal cualificado por el mayor o meno genio del autor, que se comunica en el espacio de las páginas con un lector que recrea el acto creador y lo vive con la misma intensidad. El nuevo paradigma ve en las obras expresión, en todo caso, de la cultura a la que pertenecen, en el seno de la cual, en las ocasiones socialmente reguladas, son generadas por individuos cualificados y autorizados en ese mismo medio cultural. Los autores son más bien una emanación de las obras mismas y de sus propiedades genéricas: sus biografías son la traslación narrativa de lo que las obras representan en la cultura en cuestión, muy lejos de la idea de individualidad vital que debe clarificar una biografía actual a partir de datos fiables y hechos fehacientes. Nos encontramos más cerca de la cultura literaria griega cuando hacemos el esfuerzo de imaginar autoras y autores a partir del sólo hecho que, en realidad, nos interesa de su persona como público lector: el hecho de que podemos leer sus obras y les hemos de juzgar por lo que nos dicen.

Las limitaciones del paradigma expresivo-romántico para la comprensión de la literatura griega se refleja bien en la importancia que reviste para la comprensión de las obras que en ella se incluyen la consideración de los géneros literarios. La denominación de “instituciones” es especialmente adecuada a esta categoría tradicional del análisis literario que se refiere a la reunión en determinado sistema y en un determinado momento histórico de elementos distintivos comunes de orden temático, formal y, sobre todo, comunicativos que permiten agrupar las obras en clases y organizar el espacio literario de una manera cercana a la percepción de los antiguos. Desde la perspectiva de la recepción, los géneros permiten recrear las expectativas del público en las ocasiones en que las obras se ejecutan y los cambios en ese horizonte a que nos permiten acceder las obras mismas. Permite así mismo constatar la diferencia que lo separa del nuestro y el modo en que se puede decir que aquél es su ancestro.


1.2.2. Otras perspectivas y otras asignaturas: “Teoría y Géneros de la Literatura griega”, “Mitología griega”, “Teatro griego”, “Cultura política griega”, “Mundo Griego”, “Griego Moderno”


1.2.3. Objetivos y metodologías. La formación del universo imaginario de la literatura griega

Los objetivos de la asignatura se describen más en detalle en la introducción a las Prácticas. Además de los ya supuestos objetivos generales de la Titulación y los de orden cognoscitivo específicos de la asignatura, glosados en el programa de contenidos, la asignatura aspira a objetivos de orden práctico o, como se llama ahora con farragosa expresión, “competencias actitudinales” (palabra esta última ausente, por cierto, del DRAE). Entre ellas figuran el suscitar interés por una determinada cultura que se revela a la vez lejana y cercana y fomentar la valoración de su tradición. Pero el principal objetivo que nos proponemos es hacer que un conocimiento derivado del estudio de la literatura griega en sus obras más señeras favorezca la creación de competencias y habilidades que nos permitan compartir historias, lo que implica saber juzgarlas a partir de los recursos que permiten crearlas y valorarlas por su valor histórico y en la medida de lo posible genéricamente humano. Para ello concentra la atención de la actividad práctica en la lectura y el conocimiento de una obra de supremacía incontestable en el canon occidental: la Ilíada de Homero. Las clases teóricas y las prácticas se alternan en la programación para construir simultáneamente una panorámica de la literatura griega y un enfoque sobre su obra más clásica, en la que se concentra la virtud de ser origen de la tradición literaria europea y punto de partida para los estudios comparados. En la clase teórica el profesor expone los contenidos fundamentales de la materia y explica las categorías y conceptos fundamentales que permitirán la comprensión y el análisis de la misma. Repasa previamente y controla la adecuada comprensión de los contenidos de la lección anterior y resuelve las dudas pendientes, de manera que quede garantizado el conocimiento de las líneas esenciales de programa sin recurrir al examen. La exposición se complementa con presentación Power Point para facilitar el seguimiento de los contenidos y la presentación de material audiovisual. Los contenidos de cada lección serán publicados en la página web del Área de Filología Griega (http://www.ual.es/personal/fjgarcia/) para que se pueda disponer libremente de ellos. El alumnado realizará para completar la evaluación una serie de actividades que siguen el orden de las clases prácticas con el propósito de alcanzar los objetivos señalados.


1.3. Espacios literarios de referencia y recepción privilegiada: Literatura española/inglesa. Proyección en la práctica


1.4. Orientaciones conceptuales y metodológicas básicas: canon, autores, temas, ocasión, relación agonal, recepción, tradición. ( Leer con Homero. Conceptos). Algunos instrumentos básicos para empezar y algunos para proseguir.


1. Colecciones de Textos

-Traducciones

Biblioteca Clásica Gredos (BCG)

Clásicos Universales Cátedra (CU)

Alianza (A)

Akal (Ak)

Ediciones clásicas (EC)

Tecnos (T)

Instituto de Estudios Constitucionales (IEC bil.)

Anthropos (An bil.)

Biblioteca Universale Rizzoli (BUR bil. it.)

-Textos

Oxford Classical Texts (OCT)

Cambridge Classical Texts (CCT. Con com. Ing.)

Les Belles Lettres. Budé (BL bil. fr.)

Alma Mater (AM bil.)

Bibliotheca Mexicana (BMSGL bil.)

Patrologia Graeca et Latina (Migne, PG, PL)


2. Direcciones web de interés (las marcadas con un * son de acceso gratuito desde la red de la Universidad. El resto, salvo indicación, son de acceso libre)

Perseus: www.perseus.tufts.edu/ (textos, traducciones y una gran variedad de utilidades para el estudio de los textos)

Kirke: www.kirke.hu-berlin.de/ressourc/ressourc.html

Année Philologique*: www.annee-philologique.com/aph/ (el repertorio bibliográfico más exhaustivo existente de la bibliografía sobre la Antigüedad)

Rassegna: www.rassegna.unibo.it/

Reception of Texts and images af Ancient Greece: www2.open.ac.uk/ClassicalStudies/GreekPlays/index.html

LION*: 0-lion.chadwyck.co.uk.almirez.ual.es/

(recursos muy completes para la literatura inglesa)

EEBO*: 0-eebo.chadwyck.com.almirez.ual.es/home (hay edición electrónica de libros ingleses antiguos entre 1450 y 1742; acceso gratuito desde la red de la Universidad)

Theoi: www.theoi.org.


3. Bibliografía esencial ( IV.2)


4. Revistas

Estudios clásicos

Emerita

Tempus

Cuadernos de Filología Clásica

Classical Review

Classical Philology


5. Los Estudios clásicos



2. Espacios y tiempos de la literatura griega



2. 1. Periodización y geografía literarias


Los modelos biológicos han suministrado con frecuencia el esquema nocional básico para distinguir entre épocas de un determinada unidad histórica, entendiendo que en ellas se da un momento de plenitud consagrado como clásico, precedido por una época más primitiva y seguida de una de declive. Es conveniente despejar en lo posible de estas asociaciones biológicas las distinciones que proponemos, aunque hayan servido ocasionalmente para describir aspectos importantes de los cambios sucedidos en el espacio literario griego.

La periodización más ampliamente aceptada de la literatura griega distingue tres épocas, sujetas, a su vez, a distinciones más matizadas: arcaica (VIII-VI), clásica (s.-V-IV) y helenístico-romana (s. III-VI d.C.). En la época arcaica es frecuente separar una etapa temprana, en la que se sitúan los poemas de Homero (por eso llamada también “homérica”) y Hesíodo (VIII-VII), a la que sigue el arcaísmo propiamente dicho (s. VII-VI) y un período tardoarcaico, que se prolonga hasta los primeros decenios del clásico. Para el final del período clásico sirve como fecha de referencia la muerte de Alejandro Magno en el 323, que abre el período helenístico. La época clásica comprende por tanto los siglos V y IV, centrada en Atenas, en el curso de los cuales se produce cambios culturales de considerable trascendencia, como son la difusión de la cultura escrita y el nacimiento de las escuelas filosóficas. En el Helenismo se distingue una primera época, que cubre los siglos III-I, a la que se da también el nombre de “alejandrina” por el predominio cultural de esta ciudad fundada por el conquistador macedonio; y una época romana, también llamada “imperial”, que se extiende desde el siglo I d.C. hasta el fin de la Antigüedad, para el que suelen utilizarse dos fechas significativas: la prohibición del teatro en el 526 y el cierre de las escuelas filosóficas por Justiniano en el año 529 d.C. El grueso de las obras que conservamos procede de la época imperial.

La tendencia más general que puede detectarse en este proceso es la del clasicismo, es decir, la transformación de determinadas obras y autores, junto con el estado de lengua que ellos representan, en modelos de imitación y emulación indiscutibles. En la etapa imperial se ubica una escisión cultural y literaria con el nacimiento del cristianismo, que hace del griego la lengua primera de sus escrituras y se sirve de ella como instrumento de difusión. La literatura cristiana suele ser objeto de tratamiento independiente.

En cada uno de estos momentos de la literatura griega cambia también su proyección espacial en el sentido de una expansión que, partiendo de las costas del Egeo en una y otra ribera (Grecia continental y Asia menor) que tiene como centro las ciudades, adquiere dimensiones de lo que hemos llamado el ecumenismo literario. De este modo designamos la pretensión de hacer coincidir el alcance de un espacio literario con los límites de la tierra habitada (oikouméne), es decir de dar entidad de civilización a la propia cultura lingüística y literaria. Esta tendencia a crear una comunidad amplia de cultura a partir de la lengua y su producción simbólica es muy temprana en el caso del mundo griego. Tiene su origen ya en el período arcaico, donde recientemente se ha destacado la importancia que reviste el Panhelenismo como tendencia cultural que tiende a privilegiar en las tradiciones narrativas aquellas que son comunes al mayor número de ciudades griegas, en detrimento de las tradiciones locales. En este sentido, el panhelenismo es uno de los más antiguos criterios de canonización, del que somos, en cierto modo, herederos, cuando privilegiamos las obras a las que atribuimos un alcance universal.

Cuando la lengua y la educación en su uso correcto se hace directamente vehículo de “helenidad”, independientemente del origen étnico de los individuos, fenómeno del que tenemos ya constancia en el siglo IV, y se instala en el mundo romano como factor de prestigio, la literatura griega y su universo imaginario, tanto en lengua original como en traducción, se convierten en patrimonio simbólico de una comunidad que va desde la India hasta Hispania. Es la primera literatura universal. Momento decisivo en esta expansión es la expedición de Alejandro Magno por Asia y la difusión de la cultura griega hacia oriente más allá de los límites conocidos hasta entonces.



2.2. Lugares y centros de la cultura literaria griega


La historia de la literatura griega tiene su centro privilegiado desde finales de la época arcaica en la ciudad de Atenas. El grueso de la literatura que hoy seguimos leyendo tiene su origen en esta ciudad durante el período llamado precisamente clásico, y este prestigió durará todo la Antigüedad hasta la prohibición de la enseñanza filosófica. El urbanismo de Atenas es desde el siglo III el de sus espacios culturales, las escuelas, los gimnasios, el ágora, el teatro. La importancia de otros centros continentales, como Esparta, Tebas o Argos, se reduce para nosotros prácticamente a la época arcaica y tardoarcaica. Son, sin embargo, centros muy relevantes en la tradición narrativas panhelénicas. La costa de Asia menor es desde la época arcaica uno de los espacios de más vitalidad de la cultura griega, Sicilia y la Magna Grecia. Alejandría, Pérgamo, Roma, Bizancio.


2.3. La transmisión de la literatura griega: líneas básicas


Entre el siglo VIII y los años finales del siglo XV de nuestra era los textos griegos se han conservado en soportes materiales y por procedimientos de reproducción y difusión muy precarios, en comparación con los que están a un gran público disponibles desde la invención de la imprenta. Esta circunstancia, unida a la relativa limitación de la difusión del alfabeto y la peculiar naturaleza del espacio literario desde la perspectiva comunicativa, nos permite afirmar que todas las obras que hoy podemos leer han corrido el riesgo de perderse para siempre sin dejar rastro. Aquellas de las que disponemos son las que han sobrevivido a un constante proceso de selección en el que han entrado en juego diversos factores que no siempre han permitido salvar lo más valioso.

El volumen de literatura perdida se puede estimar por las siguientes cifras aproximativas. De unas mil setecientas tragedias representadas en Atenas desde las primeras representaciones en el siglo VI hasta finales del siglo V se conservan treinta y una de tres autores. En el caso de la comedia conocemos completas sólo once, de las que pudieron ser seiscientas, y esas once sólo de Aristófanes. Sólo una pieza cómica tenemos del teatro del siglo IV, el Misántropo de Menandro, y este seriamente dañado en algunas partes. La pérdida en la historiografía es aún más monumental y se ha calculado en número de páginas: de cada cuarenta escritas originalmente podemos leer una, si contamos las recopilaciones fragmentarias.

Las condiciones materiales cambiaron considerablemente en Grecia y Roma en el curso de su historia y experimentaron un considerable avance desde el siglo IV a. en adelante. En época romana, cuando podemos localizar el momento de máxima alfabetización en la Antigüedad, encontramos una incipiente industria editorial capaz de producir modestas “ediciones” de algunas obras. Algunos soportes de escritura como el papiro (de donde deriva en definitiva nuestra palabra “papel”) se reveló muy pronto especialmente adecuado para facilitar la redacción, la copia y la difusión de los textos. Los griegos tuvieron contacto estrecho con el mundo egipcio ya en edad arcaica y conocieron las ventajas de las hojas elaboradas con esta planta muy abundante en las riberas del Nilo (para una presentación del proceso de fabricación puede visitarse http://www.lib.umich.edu/pap/k12/k12.html). La disminución de su producción, tal vez debido a la sobreexplotación, es un factor importante, aunque no determinante, en la suerte de los textos. Su sustitución progresiva por el pergamino, que requiere mayor elaboración, pero ofrece un material más durable y resistente a la humedad, suele apuntarse como factor determinante en la suerte de los textos que se sitúa en los siglo II y III d. C. Pero los azares de la transmisión son insondables. En el clima de Egipto los papiros se han conservado excelentemente durante siglos hasta que las excavaciones actuales los han sacado a la luz y han permitido su publicación. Estos papiros nos han resucitado, si bien fragmentariamente, un buen número obras perdidas, aunque no han dado todavía grandes obras.

Entre el papiro y el pergamino no sólo hay una diferencia material, sino que también estos soportes están relacionados con un cambio de formato de lo que llamamos libro. El libro de papiro se construía uniendo las hojas sucesivamente para después enrollarlas de manera que para proceder a la lectura había que desenrollarlo de izquierda a derecha, de ahí el nombre de “volumen”, del latin voluo “desenrollar”. El texto griego aparecía a la lectura como una sucesión de columnas de ancho variable, en letras capitales, sin separación de palabras ni apenas signos orientadores. Paralela a la progresiva implantación del pergamino es la introducción desde el II d.C. del formato códice, semejante al libro actual, en el que las hojas son plegadas y unidas por el pliegue para formar cuadernos que se unen en un número variable. Las hojas pueden usarse por ambos lados, mientras que las del papiro eran escritas sólo por uno, el recto, en el que las fibras corrían paralelas a la escritura. El códice por su mayor capacidad favorece la agrupación de los textos en colecciones más o menos afines (corpora) y facilita tanto la consulta como la cita. Ambos cambios son independientes: existen libros de papiro y rollos de pergamino, pero hay una relación estrecha entre los cambios de medio y formato. Hasta el siglo IV d.C. el rollo de papiro fue el soporte fundamental de la escritura y mantuvo durante mucho tiempo el prestigio de lo antiguo; preferir este formato al nuevo del códice era signo de cultura. A partir de esa época, el libro de pergamino fue imponiéndose hasta hacerse medio exclusivo, opción que fue muy pronto la del cristianismo, en cuya práctica no podía dejar de resultar ventajoso un formato que permitía reunir un conjunto amplio y definido de textos de frecuente consulta (cf. www.lib.umich.edu/pap/k12/bookforms.html).

También aparecen de manera progresiva iniciativas de conservación que testimonian de la conciencia del riesgo que corrían algunos textos valiosos, si no de su desaparición, sí de su deterioro. Una de estas iniciativas se sitúa en la Atenas del siglo VI y tiene como objeto los poemas de Homero en relación con su recitación en una de las grandes fiestas de Atenas, las Panateneas. En el siglo IV tenemos noticia de una operación semejante para el texto de los tragediógrafos clásicos, a cargo del político ateniense Licurgo. Desde el siglo III contamos con una institución definitiva en la cultura universal: la biblioteca como lugar no sólo de almacenamiento y catalogación, sino también de copia, conservación y hasta de restauración de textos originales. Era también centro de traducción de obras de otras culturas. La biblioteca más antigua y famosa, actualmente reinstituida con pretensiones ecuménicas, es la de Alejandría, anejo del Museo que instituyó Ptolomeo II. Se le atribuye la creación de otra biblioteca fuera del palacio, en el conocido como Serapeum. Los reyes de Egipto no fueron los únicos en promover estas iniciativas, sino que otros monarcas siguieron su ejemplo de crear bibliotecas de corte, entre ellas la más famosa y rival de la alejandrina es la de la ciudad de Pérgamo, fundada por el rey Eumenes II (195-158). Se tenía noticia de bibliotecas “personales” en el siglo V (de Eurípides, por ejemplo), pero se presta poco crédito a estas informaciones. De mayor importancia son las bibliotecas de escuela, entre las que destaca la del Liceo, cuya historia hasta su llegada a Roma conocemos Estrabón (XIII 1, 54). En época romana las bibliotecas personales son ya algo más habitual entre personas de distinción. El azar nos ha deparado el conocimiento de una, la de Filodemo de Gádara, en Herculano, carbonizada por la erupción del Vesubio en el año 73 d.C. Las helenísticas no son desde luego todavía públicas en un sentido propio, sino que se suele designar su estatuto como semiprivadas. Es en Roma donde aparecen las primeras bibliotecas públicas, que a comienzos del siglo IV d.C. contaban hasta veintiocho. La biblioteca de Constantinopla, especialmente importante para la transmisión de los clásicos griegos, se debe a la iniciativa de Constancio II (357 d.C.). La destrucción de las bibliotecas es tal vez uno de los episodios que más pudo determinar la pérdida de obras. La de Alejandría ardió en el 48, durante la campaña de César contra Pompeyo, cuando contenía aproximadamente unos 700.000 volúmenes. En el año 80 d.C. sufrió igual suerte la biblioteca del Pórtico de Octavia, en Roma.

Además de las cuantiosas pérdidas explicables por la precariedad de la cultura editorial de la Antigüedad, hay que atribuir no poca responsabilidad en aquéllas a las operaciones de selección que realizaron en momentos diferentes de la historia las instituciones literarias, sobre todo cuando desarrollan funciones pedagógicas. Hemos de contar que en una cultura literaria como la que hemos descrito más arriba, donde la ejecución de las obras es literalmente su acto de publicación, la cuestión de la supervivencia de un texto tiene siempre algo de misterioso e inexplicable. Entre la ocasión (performance) de la obra y su fijación por escrito hay un salto que hemos de dar en ocasiones con poca información y mucha imaginación, como veremos en el caso de Homero: ¿sabía escribir? ¿dictó un poema a una suerte de escriba? ¿fueron sus admiradores y/o herederos quienes escribieron o hicieron escribir un texto ya fijado en su memoria? Incluso cuando podemos contar con una redacción directamente por escrito, la publicación es con mucha frecuencia cosa de un solo ejemplar. Podemos representarnos la situación si tomamos el paralelo de las cartas e imaginamos su publicación como el envío de las mismas a la persona destinataria; que se difundan más allá y se reproduzcan para destinatarios sin nombre es hasta cierto punto secundario. Todavía guardamos un rastro de esta situación en las dedicatorias de los libros. En otras instituciones literarias como el teatro, la selección estaba ya en el funcionamiento de la misma. Las obras que se representaban eran ya las seleccionadas por la ciudad misma, por medio de magistrados que contaban ésta entre sus competencias políticas. Las representaciones participaban en un certamen en el que un jurado elegido al azar otorgaba premios a obras y actores, sin necesidad de expertos como en los actuales premios literarios. Con todo, a finales del siglo V algunas alusiones permiten sospechar que el libro empieza a ser un elemento familiar en determinados géneros y contextos de recepción, como son los de la filosofía y el drama. Sócrates presenta como argumento en su discurso de defensa que el libro de Anaxágoras se puede encontrar en el ágora a un precio asequible. El comediógrafo Éupolis alude en un fragmento conservado al puesto de libros en el mercado (Fr. 327 K.-A.). En las Ranas Aristófanes bromea sobre la capacidad de los espectadores para seguir la comedia, señalando que la mayoría de ellos tienen a su disposición un libro. El dios mismo de la tragedia, Dióniso, aparece en esta pieza leyendo para sí la Andrómeda de Eurípides, lectura que le causa tanta nostalgia que emprende un viaje a los infiernos para traerlo y poder disfrutar de buenas tragedias.

El cambio cultural decisivo se da cuando puede constatarse la existencia de una conciencia de tradición, cuando se empieza a pensar en el pasado como algo que pide de nosotros un esfuerzo de conservación para garantizar la transmisión. Se asocia esta conciencia con la época helenística y las instituciones alejandrinas del Museo y la Biblioteca, emuladas después por otros monarcas y por Roma. La época de florecimiento de Alejandría, como capital del reino ptolemaico, se sitúa con los tres primeros monarcas de la dinastía entre el 322 y el 221. En esta época se realizan las empresas más importante en la recopilación de ejemplares de obras, catalogación, anotación, comentario e historia literaria que consagran por primera vez un canon literario de la literatura griega considerada en conjunto y por géneros. En este contexto se realizaron las primeras ediciones críticas, es decir textos que reflejaban juicios fundados en el cotejo de diversos ejemplares y el conocimiento erudito de los calidad de los textos. Los textos producidos en Alejandría uniformaron la escritura por medio del alfabeto jonio. En esta primera canonización de la literatura griega se inducen ya tendencias que irán en detrimento de determinadas obras, por ejemplo, los poetas de llamado Ciclo, ya poco apreciados por los eruditos de Alejandría. De enorme trascendencia es la consolidación desde el siglo II de una tendencia clasicista peculiar dentro de la prosa, el llamado “aticismo”, que toma a los prosistas de la época clásica ateniense como modelo de imitación tanto en estilo como en el estado de lengua. Suele hacerse responsable a esta corriente que toma especial fuerza en la época romana de la desaparición de la prosa de época helenística ajena a este ideal, que está en el origen de la peculiar división lingüística que genera en la lengua griega un estado de diglosia.

En la transmisión de los textos es frecuente hablar del siglo III d.C. como etapa crítica. Los rigores de las tendencias clasicistas y las exigencias de una enseñanza cada vez más difundida y estandarizada son factores importantes para explicar tanto el florecimiento de literatura que podríamos llamar de segunda mano (la literatura antológica, las misceláneas y los compendios) como la restricción del canon a prácticamente el que hoy tenemos. La difusión ya señalada del formato códice frente al rollo de papiro refuerza esa tendencia. Desde el establecimiento de la capital del Imperio en la antigua Bizancio rebautizada como Constantinopla, la suerte de los texto griegos está vinculada a la del imperio bizantino, donde además de la capital hay que tener en cuenta los centros monásticos en varias regiones del imperio. En los siglos que median entre el fin del mundo antiguo y las primeras impresiones de textos griegos los siglos VI y VIII d. C. son, desde el punto de vista de la historia de la transmisión llamados oscuros con toda razón. El imperio está amenazado por los ataques de persas, ávaros y árabes, al mismo tiempo que en su interior se enfrentan los partidarios y enemigos de las imágenes sagradas en luchas encarnizadas. En una de ellas, en el 726, se incendia la biblioteca del Patriarcado, fundada en el siglo VI d.C. Los siglos IX y X son conocidos como época de renacimiento, llamado “macedonio” por el origen de la dinastía reinante, y están dominados por las figuras del Focio y Aretas. Esta época es crucial pues a ella debemos los más antiguos ejemplares de las obra que podemos leer hoy, a los que remontan la mayoría de las copias de disponemos para constituir nuestros textos. Estos ejemplares fueron copiados de los antiguos existentes en las bibliotecas en una nueva letra, la minúscula, pero los manuscritos antiguos en mayúscula desaparecieron. Constantinopla sufrió todavía dos catástrofes cuyo efecto en la conservación de los textos es considerable pero difícil de calcular. En el 1204 los caballeros de la Cuarta Cruzada toman la ciudad e implantan un Imperio latino que resistirá hasta el 1261. En 1453 Mohamed II toma Constantinopla y la entrega durante tres días al saqueo, durante el cual queda destruida la Biblioteca Patriarcal (durante un tiempo se especuló con la posibilidad de que la Biblioteca del Serrallo de Estambul conservara algunos fondos de la antigua). Antes de esta fatídica fecha

se había ya iniciado un flujo de contactos con Occidente que puso en circulación hombres y manuscritos que, de este modo, garantizaron la supervivencia de las obras más preciadas. Hacia la mitad del siglo XV la Biblioteca Vaticana disponía de unos trescientos cincuenta manuscritos griegos.

Vista de manera panorámica, la historia de la transmisión deja ver una tendencia de conjunto que ha determinado qué literatura se ha favorecido en último término. Lo que en esencia se ha salvado es una “enciclopedia del saber” en la que se ha privilegiado la literatura técnica, científica y filosófica, así como a la oratoria, la historiografía y la literatura miscelánea, siempre buscando que los autores se complementen sin solapamiento. La literatura en el sentido más riguroso, la que conforman los diversos géneros de la poesía, constituye una mínima parte y se concede la mayor importancia a la épica, al teatro y al epigrama. Fuera de estos géneros lo que se nos ha transmitido es excepcional: en el capítulo de la lírica arcaica, los Epinicios de Píndaro y la colección de elegías de Teognis.


2.4. El griego como lengua de cultura literaria. Variedades, difusión, codificación y traducción


Destacamos dos características de la lengua literaria griega que subrayan su diferencia respecto de las literaturas modernas. En primer lugar, la griega es una literatura de fuerte extrañamiento lingüístico respecto de la lengua de uso, algo de lo que los propios griegos fueron bien conscientes. Las obras que inauguran esta literatura, las asignadas a Homero, están escritas en lo que desde comienzos de siglo se conoce como una “lengua artificial” en la que concurren variedades diacrónicas y diatópicas de la lengua griega. Jamás fue “hablada” en la forma que podemos leerla hoy, pero su vitalidad se mantuvo a lo largo de toda la Antigüedad y, debido a la importancia que la épica homérica tuvo en la enseñanza desde la primeras letras, sus formas y expresiones estaban profundamente ancladas en la competencia lingüística de toda persona educada.

La lengua griega se distingue, además, por la marcada diferenciación de sus variedades dialectales, objeto de estudio de la dialectología lingüística a partir presentemente de documentos en los que se presume un reflejo más fiel de la lengua hablada, esencialmente las inscripciones. La tendencia histórica es a la convergencia lingüística y a la pérdida de las variantes locales. Estas variedades tienen su correlato en la diversidad de formas epicóricas del alfabeto griego, cuya uniformización en la variante jonia se emprende ya en la Atenas del siglo V y se impone progresivamente en época helenística. El que utilizamos deriva en última instancia de esta variante jonia mediada por las prácticas escriturarias y la estandarización por medio de los tipos de imprenta.

La lengua literaria refleja también esta diversidad, aunque el grado en que los documentos literarios son fiel trasunto de los dialectos correspondientes es difícil de establecer. La variedad dialectal se integra entre los rasgos que definen los géneros, de modo que también es justa en este caso la idea de artificialidad, además de lo que puede haber introducido en el texto ideas poco claras o equivocadas acerca de los dialectos antiguos. La variante jonia es el componente dominante en la épica, que integra elementos del eolio, el dorio el de la poesía coral. En la poesía de Safo y Alceo se reconoce el dialecto eolio de su región de origen, así como el jonio y el ático constituyen la lengua de la prosa. En la tragedia la variedad de las partes recitadas es el ático, mientas que las cantadas están marcadas por un cierto color dorio.

Desde finales del siglo IV el prestigio y la difusión del ático va creando un espacio lingüístico considerablemente homogéneo que se conoce con el nombre de koiné (lengua común), y que representa el primer paso en la evolución de la lengua griega que culminará en el griego moderno. La variante literaria de esta lengua común se conoce por las pocas obras en prosa que nos ha llegado de esta época, y la variante hablada dispone de una inusitada fuente de información en el impresionante caudal de material que aportan los papiros, a partir de los cuales se puede acceder al conocimiento de la lengua usada en las correspondencias privadas, trámites de administración y documentos legales, si bien la información deriva de una zona tan sólo. Los dialectos locales no dejaron de ser usados, sobre todo el eolio de Lesbos.



Bibliografía específica


Cavallo, G., Libros, editores y público en el mundo Antiguo, Madrid: Alianza, 1995.


Chartier, R. - Cavallo, G. (ed), Historia de la lectura, Madrid, Taurus: 2001.


Marrou, H.I., Historia de la educación en la Antigüedad, Madrid: Akal


Pfeiffer, R., Historia de la filología clásica, Madrid, Gredos: 1995.





2 SEGUNDA REUNIÓN DE MINISTROS EN MATERIA
5 SEGUNDA REUNIÓN COMITÉ DE EXPERTOS DEL
(PRIMEIRASEGUNDATERCEIRA) ALTERAÇÃO CONTRATUAL DA SOCIEDADE (RAZÃO SOCIAL) POR ESTE


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