POLÍTICA Y ACCIÓN ¿QUÉ TAL I? LOS TEXTOS QUE

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¿Qué tal cuñao

POLÍTICA Y ACCIÓN.



¿Qué tal I?, los textos que me enviaste hace unos días ya los conocía de tu Web; en cualquier caso agradecerte tu interpelación, tu inquebrantable insistencia, sin la cual, los ágrafos, posiblemente, no nos arriesgaríamos nunca a escribir.

No me lo pones fácil “mi compromiso moral con lo no humano”; inevitablemente el postulado está presente en mi aproximación a tu “Sonrían….”

¿”Avalancha de obediencia eufórica”? La verdad es que puede producir cierta fatiga sentirse cuestionado políticamente sobre todo en la medida que se opta por reivindicar algo anclado en lo no humano; oxímoron que te aproxima al juego de G. Snyder pero que, sin matices, le hubiese costado aceptar a Kant o a tu venerado Nietzsche, por cierto no siempre antiilustrado.

¿Nuestro mundo como una caricatura de Rousseau? Cada día soy menos roussoniano, creo que se produce un fuerte desequilibrio entre su antropología naif y su pensamiento político; me repelen ciertos breviarios de filosofía edificante y progresista que hacen fe de un credo egotista poseedor de una conciencia justa donde los portadores de un alma pura conservan la palabra y anuncian la muerte del hombre. Hay algo de más allá del bien y del mal en el conjunto de tus consideraciones, en mi, como lector, tienen un efecto bipolar, por una parte, más allá de acuerdos puntuales, incredulidad; me cuesta internalizar todo ese atomismo binario que deja un margen tan estrecho para la dignidad de un hombre cualsea. El panóptico que describes puede ser tan certero como excesivo; coincidimos, en que la textura de aquello que nos rodea trasluce un dinamismo esclerótico donde “todos los gatos son pardos”; pero me cuesta la expansión de la figura del “ventrílocuo”; o dicho de otra manera; la fractura social es tan obvia que no puede ser “el tema” de la filosofía. ¿Pensar en las mayorías de cualquier signo? Parece fácil. Cuestionar, parece obligado. El lugar del pensamiento, parece otro. No hay sutura para ese desgarro irremediable que es condición de posibilidad de toda existencia; el eterno retorno de Sísifo, o su permanencia, es una forma a priori de toda experiencia posible; no hay ausencias, treguas, “lo que sucede, sucede eternamente”. “Lo que no cesa” escapa a la tensión consanguínea entre la igualdad/desigualdad; las sombras existenciales,”esa desconocida raíz común”, que es la conciencia de nuestra propia finitud, es algo que no se puede ahorrar. (No deja de ser curioso este tono de disentimiento pues, ontológicamente, posiblemente, nadie me ha marcado más que tú).Las escisiones ontológicas son irreparables, sólo nos queda la “conversación”; pero produce cierto hartazgo la insistencia en esa antropología del antagonismo, de la ilusión de la superación de la separación: yo/ellos, apocalípticos/integrados, rebeldes/reaccionarios, amigos/enemigos…y en el fondo lo que se destaca es la condición angélica del que siempre está solo contra todo. La denuncia de un “feudalismo disperso” puede escorarse hacia un yihadismo sin cielo, que “tan solo ve la paja del ojo ajeno”. “¿Nadie se enfrenta sólo a las sombras?” Bien dicho, pero recuerda como San Juan se rodea de los idénticos, de los puros y recela de todos los demás; su vida sólo adquiere sentido en lo irreconciliable, en la necesidad del enemigo; haría falta Jesús para cargar de plenitud humanista el proyecto judeocristiano.

Denuncias que odiamos el panóptico exterior, pero tu construyes el envés de esa dirección demonizando el supuesto panóptico interior: el capitalismo, el confort, el consumo, los derechos humanos, el hedonismo, la democracia, la frivolidad, la riqueza, la desigualdad, la conexión, la información… Todo nos alejaría de los “espectros”. No hay reposo, calma, silencio… se extraña la indigencia, el desamparo, la desnudez de los pies de un pastor que al atardecer busca su rebaño. ¿No habíamos coincidido en que Heidegger sucumbe a la tentación de pensar el pasado como exotismo, de esencializar una experiencia del terruño que sólo existe en su nostalgia de un mundo anticristiano y desacelerado? Es cierto, el panorama es desolador; difícil elegir entre la nostalgia esencialista de lo local, “Un mundo feliz”, “1984” o “Los no lugares”.

Evidentemente todos, con más o menos fortuna, definimos nuestro logos, faltaría más, pero no en pocas ocasiones la “misión” crítica ha derivado en un estilete de tentación criminal; tú nos ayudaste a reafirmarnos en nuestro rechazo de la teleología revolucionaria, a no ser transigentes con lo que hay de inhumano en Marx: “La crítica contra ese estado de cosas no es una pasión de la cabeza; es la cabeza de la pasión. No es un escalpelo anatómico, si no un arma. Su objeto es su enemigo, al que desea no ya refutar si no aniquilar…” Marx (citado por Finkielkraut). Lenin y Hitler lo entendieron a la perfección, también George Bush y no pocos sátrapas del exterior occidental; desde R. Mugabe a Gadafi, de Castro a Putin.

Desde luego no podría decir que practicas el género del terror apocalíptico ni el del humor, y el género de la sospecha está demasiado manido; en el fondo, como en Sartre, prevalece “la tentación de escribir una página hermosa”; y “Sonría, le sonreirán” comparte la tersura de la escritura con no pocas dosis de espartaquismo, de ese linaje imperecedero que no se resiste a cuestionar el mundo. Pero ¿es posible un extremismo de la verdad, de la clarividencia…? Nietzsche nos mostró el sí y el no, pero en tu texto hay algo de discurso rutinario que se expresa como un intento de autenticidad, como el velo de una voluntad de poder que siempre es vapuleada por la uniformidad del mundo. La falta de plasticidad que encerrarían todas las formas de humanidad de nuestra civilización, engendrarían un dualismo despoblador de toda geometría del deseo; pero posiblemente tengas razón, lo que no soportamos es la vida, Tánathos ha vencido a Eros; sólo se encuentra refugio en el “narcisismo de las masas”.

La lógica del resistente también es susceptible de generar su propia doxa, de expresar una voluntad de transparencia, de verdad, que anularía platónicamente toda apariencia; por ejemplo, tu caracterización del “público cautivo”. No seré yo un populista pero da la sensación de que arrinconas permanentemente la posible fidelidad del hombre común, de la “masa”, a su testimonio vital; ignoras las quejas de Shylock, tiendes un tapiz sin contornos de permanente reciclaje del miedo, que pretende tal condena de la vida occidental que casi resulta una caricatura. Kenzaburo Oé leía a Spinoza para aprender a morir…hay algo de aplastante reduccionismo teórico en tu caracterización de un afuera, ya sea geopolítico u ontológico; pretendes que la piedad, la compasión, el amor solidario, no puedan encontrar su acción entre nosotros; piensas como si nuestras madres, nuestros amigos, etc, y todo lo que ellos representan, no existiese.

La indignación tenía que manifestarse pues nuestro entorno está tan plagado de olvidados, embrutecidos, desamparados, entumecidos, por un despliegue histórico que esparce tal cantidad de inmundicia de manera generalizada que conviene no olvidar al prójimo inmediato, al vecino, al hermano, …Los occidentales no somos culpables, sino que también somos víctimas. ¿Quiénes no? Anaximandro sabía.

Tu clima tiene algo del extranjero de Camus, que “le tenía horror a los gestos y a las conductas convencionales”; pero nuestro malestar no se reduce a dispositivos políticos, a la sucesión de paradigmas culturales o a la posibilidad de distintas formas sociales. En esto no estamos lejos, existen las inercias de las sombras y estas no son estrictamente políticas aunque adquieran consistencia en la politeia, y no evitan que aquí entre nosotros también surjan resortes de resistencia, de rebeldía, de simpatheia hacia la libertad real; pienso en Nietzsche, Jünger, Unamuno, Cioran, Althusser, etc; todos ello pensadores y personajes complejos, incómodos e irreductibles…podríamos citar docenas de pensadores de muy distinto signo político….

“Todo lo que tememos se ha quedado fuera, y algún día podría volver”. ¿Sería ingenuo recordar las enseñanzas de Freud?, nada desaparece del todo, todo está retornando eternamente, en forma de herida, de dulzura, de sabiduría, de tragedia, de alegría o de timidez. La teleología de la castración es un mito: también puede prevalecer la humanidad de algunos recuerdos y quizás también sus conflictos; la lucha siempre es doble: la moral, contra la barbarie interior y la política, contra la barbarie exterior.

Es posible que las sendas se vayan desdibujando, que ya no recorramos caminos, sino autopistas, líneas rectas trilladas y llenas de indicaciones entre claras y confusas, es posible que estemos incapacitados para ir al encuentro del “acontecimiento”, nos lo construyen en todo tipo de pantallas, es posible que no podamos eliminar la irregularidad que nos constituye, pero a mi me gusta aquello que decía Camus, “Un hombre es aquel que se contiene”. Ante las posibles bifurcaciones que nos propone el origen poético de nuestra cultura, creo que no hay que olvidar la serenidad ante la muerte de la tablilla X del “ Poema del Gilgamesh”, frente al potente, convulso y aristocrático lirismo homérico. En cierto sentido, la distancia sutil que separa el “carpe diem” del “agón”.

Bueno Ignacio, doy por acabado este galimatías que posiblemente yo solo entienda; a pesar de que intentas una sutil ironía como marca del texto, yo te leo como si un percutor estuviese martilleando mi conciencia, como si se me señalase con un dedo “culpabilizador”; por ello, ante tu condescendiente intento de crítica irónica, no puedo evitar un tono agónico; soy consciente pero me cuesta tomar distancia entre lo dicho y lo, probablemente, no pensado. Falamos. Rafael Varela Nogueiras.






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