ESCLAVOS INTEGRALES
M e agrada saber que durante la Edad Media el currículo escolar se articulaba en dos campos designados con los nombres de quadrivium y de trivium. Eran algo así como las ciencias y las letras de la actualidad, pero sin tener que elegir entre ellas.
El quadrivium, que nació en Grecia, abrazaba la aritmética, la geometría, la astronomía y la música.
El trivium, que creció en Roma, comprendía la gramática, la retórica (y la poesía) y la dialéctica.
Estos dos bloques formaban las siete artes liberales, las que practicaban los hombres libres, porque estaban directamente relacionadas con lo que constituía la base de la educación de los patricios romanos.
L a geometría explicaba las líneas, las figuras, los sólidos, pero los jóvenes no aprendían los teoremas asentados ya por Euclides. A esto se agregaba un resumen de la geografía tal como se la figuraban en aquellos tiempos.
La aritmética servia más bien a las artes mágicas que para dar reglas sólidas de cálculo.
La música estaba reducida a nociones sobre el canto llano. En astronomía se hablaba de los círculos y los polos del globo celeste, del movimiento y de la magnitud supuesta de los astros, de la diferencia de los tiempos, de las medidas, de los instrumentos; pero sin tratar de la práctica.
Se entendía por gramática la de la lengua latina. Se daban a conocer las letras, las sílabas y las diferentes partes del discurso; se hablaba a los discípulos de los acentos, de los pies, de la prosa, del metro, de la analogía, de la etimología, de la ortografía, de barbarismos, de solecismos y tropos, pero sin dar reglas para evitar las faltas indicadas, ni para formar el estilo.
La dialéctica estaba reducida a las definiciones de las ideas generales, sobre todo de las categorías, de las divisiones y de las explicaciones, a que se agregaba la enumeración de las formas y figuras de argumentación. Pero si se exceptúan algunas reglas sobre el modo de emplear los silogismos, este arte contribuyó bien poco a despertar y guiar la reflexión y a fijar la atención del futuro orador en el desarrollo de su espíritu y en las necesidades de sus oyentes.
La retórica consistía en la definición de los diferentes géneros de elocuencia, en la indicación de las principales partes del discurso y de las principales figuras, pero sin añadir las reglas necesarias para formar al orador.
Fue en Roma donde Cicerón (siglo I a. C.) primero y el calagurritano Quintiliano (siglo I d. C.) después, sistematizaron las técnicas retóricas y conformaron el canon que voy a seguir para la redacción del presente trabajo con el fin ejemplificarlo de una manera práctica. Espero acertar.
El programa de La Sexta, Salvados, presentado por Jordi Évole y titulado “Fashion Victims”, en el que se nos muestran las condiciones laborales de las trabajadoras del textil en Camboya, nos pone frente al dilema moral de lo que realmente estamos haciendo los países capitalistas en los países en vías del desarrollo social y económico.
Viéndolo me ha venido inmediatamente a la memoria algo que oí cuando cenando veíamos en Internet una charla del escritor y economista Emilio Carrillo. Me impactó mucho escucharle decir que algunos sociólogos actuales nos están catalogando a todos, independientemente de los países en que vivamos, de esclavos integrales.
¿Y qué es un esclavo integral? Carrillo lo define como alguien al que ya no hace falta poner grilletes ni obligar para que se deje explotar laboralmente: alguien que se esclaviza él solito voluntariamente.
Esclavos integrales, dice Emilio, somos todos aquellos
que declaramos alegremente que el trabajo es un derecho (incluso lo ponemos en nuestras Constituciones), olvidando que a lo que tenemos derecho es al ocio
y que vemos en vendernos como fuerza productiva algo, además de frecuente, normal.
Es importante reconocer que eso de que el trabajo es un derecho es una falacia. Falacia, sin duda, difícil de admitir porque es intelectualmente defendida por la inmensa mayoría de nosotros. Y es oportuno hacerlo cuando voy a basar en ello mi discurso para desmontar una paradoja ética que nos recuerdan todos los días desde los medios de comunicación con pretendida conciencia social:
que nuestras sociedades más desarrolladas siguen siendo sociedades esclavistas, aunque ahora los esclavos no residan ya en nuestras casas y nos estén, además, agradecidos por serlo.
También me parece pertinente para este discurso diferenciar de entrada, como hace Emilio Carrillo, dos conceptos económicos que suelen confundirse muy a menudo: valor y precio.
Si consultamos al diccionario vemos que
el valor de una cosa es algo inherente, propio o esencial de esa cosa (inseparable de la cosa en sí) y que no depende de su utilidad o de su precio… Por ejemplo, el valor intrínseco de un río radica en ser lo que es: un río. No en que sirve para pescar o porque nos procure el agua que precisamos… y también la que derrochamos.
El mismo diccionario nos aclara que
el precio es la cantidad de dinero que hay que pagar por una cosa. Es decir, son los mercados los que ponen precio a las cosas. El precio es el valor de cambio de una mercancía, expresado en sus unidades monetarias: aumenta en correlación con el aumento de la demanda y la disminución de la oferta y viceversa, nos dice cualquier manual de economía.
L a diferencia entre valor y precio se explica mediante la famosa paradoja del agua y el diamante. El agua es un bien necesario para la supervivencia del hombre por lo que su valor de uso es muy alto. Pero, la capacidad de trabajo necesaria para conseguir agua es escasa ya que es la propia naturaleza la que facilita este bien. El agua, por tanto, no tiene la capacidad de comprar nada ni de ser intercambiada por nada. Un diamante en cambio tiene un valor de uso escaso, pero requiere de un proceso de trabajo complejo hasta que se convierte en una piedra preciosa y una gran cantidad de bienes pueden ser intercambiados por éste.
Así, pues:
existen cosas con un gran valor de uso y un escaso precio de mercado (agua),
y existen cosas con un gran valor de cambio (precio) y un escaso valor de uso (diamantes)
Las empresas, para poder desarrollar una estrategia de precios exitosa se centran en el consumidor, desarrollando productos y servicios que son comercializados con un precio que el consumidor está dispuesto a pagar y tomando como referencia:
El coste del producto para la empresa, precio del bien, precio de otros bienes, los precios de los factores productivos o la tecnología aplicada durante el proceso de fabricación (oferta).
El valor del producto asignado para el consumidor (demanda).
El precio, que posibilita el intercambio de bienes y servicios.
Como puede observarse, el precio y el valor son dos conceptos amplios pero interrelacionados, los dos han estado presentes a lo largo de la historia de la actividad económica, entendida ésta como un aspecto más de la conducta humana y lo seguirán estando mientras la vida del ser humano siga desarrollándose dentro de un contexto social. A modo de conclusión podría definirse el precio como la cantidad de unidades monetarias necesarias para que se produzca un intercambio, mientras que el valor es el conjunto de características y circunstancias asociadas a un objeto y servicio que le otorgan un grado de utilidad al mismo.
Con estos mimbres ya puedo enfrentarme dialécticamente a la paradoja ética que plantea el programa de Jordi Évole, Salvados, al mostrarnos la evidente explotación de las trabaja-doras camboyanas por parte de las empresas multinacionales del textil a la par que declaran sin pudor desde todas las sedes oficiales que la esclavitud ya está abolida en nuestro planeta.
Y eso a la vez que puedo descubrir las falacias, sofismas y paradojas de todos los articulistas que inmediatamente le pusieron a caldo por no ver la otra cara de la moneda: la ayuda que están prestando estas empresas multinacionales textiles al desarrollo de estos países tercermundistas.
Nuestra Historia Universal como seres humanos tiene unas cuantas constantes que la explican sobradamente. Una de ellas es muy evidente para quien quiere verla: todas las llamadas grandes civilizaciones se han levantado sobre el esclavismo. Son sociedades que han necesitado disponer, de una u otra manera, de una fuerza productiva humana masiva y barata.
E n un principio se hacía sin tapujo alguno, a golpe de espada o de legión. Después se legitimó la tropelía negando la categoría de humanos a los pacíficos negros a los que se arrancaba de sus aldeas africanas para esclavizarlos sin pudor alguno. A continuación se paso, en la denominada Revolución Industrial, a recolocar a gran parte del sector primario en trabajos industriales con unos perfiles infrahumanos por las condiciones laborales de sobreexplotación que estos puestos de trabajo llevaban asociadas.
Esto supuso de por sí una primera mutación delsistema, que disfrazó la esclavitud de intercambio justo: salario por trabajo. Un dinero que permitía a estas clases sociales acceder a los artículos que ellos mismos ayudaban a producir. Nacía así, una sociedad consumista que cambiaba dinero por bienes de consumo con alto precio de mercado pero bajo valor intrínseco.
C uando la conciencia social presionó desde el socialismo y el comunismo ideológico, el sistema cambió de estrategia. Apoyándose en las nuevas ciencias humanas que estaban emergiendo con fuerza, la psicología, la sociología, la economía y la política, el sistema se lanzó a la manipulación de los instintos, necesidades y anhelos más básicos del ser humano para lograr que fuésemos nosotros mismos quienes nos esclavizásemos voluntariamente.
¿Cómo se logra esto? Pues de una manera tan sutil como efectiva: haciéndonos creer que somos libres. Libres cuando elegimos un determinado modo de vida, cuando consumimos un reputado artículo, cuando pedimos un crédito, cuando nos creamos opinión con una tertulia teledirigida, cuando votamos en listas cerradas… y cuando vemos un programa que despierta nuestra conciencia existencial al mostrarnos nuestra incoherencia vital al decir una cosa y hacer la contraria. Por ejemplo: llamar desarrollo social a la explotación laboral de las trabajadoras textiles en Camboya.
Pero, ¿somos libres? ¿Te sientes libre sólo porque puedes ver un programa de televisión que profundiza en las evidentes lacras del sistema? ¿No has pensado nunca que el propio sistema es quien crea y difunde estos programas con la finalidad de que no mires donde tienes que mirar?
¿Y cómo se logra que no miremos donde tenemos que mirar, que no veamos lo que tendríamos que ver lúcidamente? Pues todo ayuda.
Con la psicología, y el conocimiento del inconsciente mental, llega la capacidad de condicionar necesidades que no lo son para el ser humano: ir a la moda, asociar el modelo de coche con el éxito social, su color con la personalidad, su consumo con la conciencia ecológica…
C on la tecnología llega la capacidad de producir masivamente a bajo coste. Hacer más rentable desechar que reciclar, reutilizar y reconvertir. Hasta lo increíble: la obsolescencia programada.
Con la economía llega la capacidad de especular con los vienes básicos de consumo. La capacidad de poner precios desorbitados a cosas que no tienen ningún valor. Llega la ingeniería financiera, el dinero bancario, los mercados de valores… y el crédito. Y con él la capacidad de endeudar a familias, empresas y estados.
Con la sociología llega el reforzamiento del gregarismo y de la identidad social. Pertenecer a una etnia, a una cultura, a una nación, a un club deportivo, a una sociedad gastronómica… es algo que misteriosamente nos define y nos identifica. ¡Pero siempre pagando un precio!
Y con la política se inventa el estado moderno, constitucional en apariencia pero donde los ciudadanos nunca deciden sobre cuestiones trascendentes. Donde los representantes políticos tienen el gobierno pero no el poder real. Donde el poder financiero determina quién tiene dinero y quien no para afrontar las carísimas campañas electorales. Donde se enmascaran como crisis económicas crisis artificialmente creadas para endeudar y doblegar a los estados.
Suma y sigue. Además, se nos educa creyendo que el trabajo es un derecho, que vendernos como fuerza productiva es lo normal. Que el milagro americano existe, ya que tienes la oportunidad real de emanciparte mediante el talento si te esfuerzas y trabajas duro. Y, además, se nos permite reconocer culpables para todo lo malo que nos pasa. Así el enemigo es real y está donde conviene que esté en cada caso: comunismo, sectarismo, populismo, terrorismo, separatismo… y capitalismo.
El sistema ya nos tiene donde quiere: somos esclavos integrales. Y para que no nos enteremos se nos desvía la mirada de nosotros mismos, se nos hace mirar hacia otro lado: hacia la explotación textil en Camboya. ¡Ellos sí que son unos esclavos, nosotros no! Nosotros sólo somos unos pobres inconscientes que ayudamos a esclavizar a otros para saciar nuestro voraz consumismo.
Ya está servida la culpabilidad, el dilema moral ocupara nuestra mente para que no pensemos, para que no veamos todas las falacias que el sistema sostiene como verdades:
que éste es un mundo de escasez en todo lo esencial,
que tenemos que competir por los escasos recursos de que disponemos,
que si no trabajamos y tributamos, no podemos tener derecho a los servicios sociales,
que todo lo que damos lo perdemos automáticamente,
que todo lo que compartimos nos empobrece,
que sólo sobrevive el más fuerte,
que ser competitivos, no colaborar para nada con los demás, es la estrategia acertada.
¿Cómo se puede sostener razonadamente que vivimos en un mundo donde los recursos son escasos? Pues elevando las falacias a verdades científicas como sucede con el darwinismo.
Y la escasez de recursos es una de esas falacias que se sostiene con argumentos ad populum, llenos de tópicos como éste: es la experiencia diaria en todo el mundo, cualquiera que haya vivido lo suficiente lo ha comprobado en sus carnes. Y con argumentos ad ignoratium de este estilo: las fuentes de energía son escasas, la biología ve en la competencia por la comida una pieza clave en la evolución de las especies. La escasez es una de esas creencias que hasta sin argumentos se sostiene.
¿Acaso el sol no nos demuestra cada día la abundancia al iluminar por igual en todas direcciones? ¿Acaso la Tierra no nos demuestra cada día la abundancia al proporcionarnos todo el aire, todo el agua y todo el alimento que necesitamos? ¿Acaso las hormigas no nos demuestran a diario que colaborar es una estrategia mucho más rentable que competir? ¿Acaso el hombre no nos demuestra cada día la abundancia en el pensamiento, en la creatividad, en la bondad… y en el altruismo?
Otra cosa es que no queramos verlo, porque siempre somos libres para creer lo que queramos creer. A estos ejemplos me remito:
Santiago Navajas arremete contra Jordi Évole por preguntar a unas trabajadoras del textil en Camboya: “¿qué os parece que lo que cuestan en España cinco jerséis made in Camboya (ha comprado uno a veinticinco dólares) equivalga a un sueldo de cada una de vosotras?”
Y añade que habría sido interesante también que el presentador de Salvados les hubiese dicho lo que gana él por presentar uno de los programas de más éxito en una cadena de televisión que presume de izquierdista y solidaria y, a continuación, les hubiese soltado ese “¿qué os parece?”. Puestos a hacer demagogia, que corra en todos los sentidos.
Y Navajas no se sonroja al verse reflejado en lo que critica. ¿Qué está utilizando él, si no es la demagogia y la descalificación más burda? Descalificar los argumentos del contrario argumentando que él no los encarna es la estrategia retórica más vieja y más desgastada.
“Camboya: una historia de éxito en el globalizado mundo laboral”. La frase no es mía dice en su artículo Juan Ramón Rallo. Tampoco pertenece a ningún desalmado capitalista textil comeniños que disfruta explotando a los camboyanos al tiempo que ve engrosar su cuenta corriente. Al contrario, es la descripción que efectúa elInforme sobre Desarrollo Humano del año 2015 elaborado por Naciones Unidas. Vaya ejemplo palmario de falacia ad verecundiam: eleva a autoridad intelectual a los que sostienen el sistema desde la posición moralmente autorizada de guardianes del orden establecido.
Por distintos motivos, desde posiciones ideológicas teóricamente opuestas, escribe Daniel Rodríguez Herrera, lo cierto es que Donald Trump y Jordi Évole opinan lo mismo: que las exportaciones desde países asiáticos deben frenarse, cuando no parar por completo. La razón es que los costes laborales son tan bajos que nos quitan empleos aquí para crearlos allí, generalmente en condiciones que nos parecerían inaceptables a españoles y norteamericanos. Es uno de los argumentos de campaña de Trump, y la base del último programa de Salvados.
Ya estamos con lo mismo. Utilizando la falacia ad hominen: un impresentable no puede decir cosas presentables. Se descalifica un argumento por la conducta del que lo propone.
Manuel Morales do Val escribe, en sus Crónicas Bárbaras, que el pasado domingo, el periodismo de Évole ocultó la Camboya que progresa, aunque saliendo de más abajo y con mayores traumas reales que aquella España. Su sentimentalismo demagógico presentó a su gente explotada, por ejemplo por Inditex, cuando lo que hacen esa y otras empresas es llevar riqueza y progreso a donde un euro da para mucha más comida que aquí diez.
Y remata: bendita globalización, el cronista vivió entre cientos de millones de asiáticos, antes hambrientos, que gracias al capitalismo y al comercio internacional prosperan poco a poco, como ocurrió en España. Uno de los peores males del periodismo y del análisis de lo que ocurre en el mundo es la información demagógica y manipuladora, claramente malintencionada, que oculta el hambre y la miseria anteriores.
¿Y es él quién acusa de demagogia a un compañero? La suya sí que es de manual.
¿Qué es ‘un sueldo digno‘ para una persona nacida en Bangladesh?, se preguntan en otro artículo. Y a la vez citan a lareina de la ropa ‘low cost’ que dice pagar lo suficiente para que los trabajadores de sus fábricas puedan sacar a su familia adelante. En su inmensa mayoría son mujeres y cobran “tanto como un profesor” en ese país, explica el máximo responsable de Comercio Ético de Primark en una entrevista con este periódico.
Otra argumento ad verecundiam, se cita al máximo responsable de Comercio Ético. ¿Quién puede argumentar frente a tamaña autoridad en lo que no existe: el comercio ético?
Es verdad que Salvados pretende crearnos una falsa conciencia de responsabilidad social frente a las consecuencias de nuestro consumismo desaforado, y que acierta al culpabilizarnos de esclavitud. Pero no nos hace tomar conciencia de que nosotros, los consumistas occidentales compulsivos, estamos tan autoexplotados como las trabajadoras camboyanas del textil. Ni reconoce, tampoco, que esas sociedades oprimidas van tras nuestro mismo sueño de alcanzar la felicidad mediante el consumo. Sí, porque todos, vivamos donde vivamos, somos unos esclavos integrales, personas que nos creemos que el trabajo es un derecho y que el vendernos como fuerza productiva es algo normal.
Todas nuestras sociedades siguen siendo esclavistas, claro que sí, pero los grilletes ya no nos los ponemos unos a otros. Voluntariamente nos los ponemos nosotros mismos con nuestro estilo de vida, con nuestros credos de consenso, con nuestra incoherencia vital. Todo vale para que no entendamos claramente que somos nosotros los responsables al cien por cien de la realidad que creamos para nosotros mismos con nuestras creencias limitantes: la culpabilidad y el victimismo incluidas. Como víctimas ya no somos responsables, podemos quejarnos en vez de entrar en coherencia: que nuestro pensar, decir, sentir y hacer sean siempre una misma y sola cosa.
Y los que arremeten contra el programa desde otros medios de comunicación con un discurso demagógico plagado de falacias, sofismas y paradojas, no nos ayudan en absoluto con sus argumentos a hacer más soportable nuestra incoherencia consumista: ésa que se plasma al confundir diariamente el valor con el precio de las cosas. Porque no son capaces de hacernos ver que hay muchas cosas valiosas para nuestras vidas que no cuestan nada, y que por eso no las apreciamos. Por ejemplo, la sonrisa en un rostro, la fragancia de un flor… y la belleza de una puesta de sol.
Pero que mi retórica no te confunda, éste es un trabajo de filosofía creado sólo para ejemplificar la lógica, la paradoja y la argumentación en el discurso. Con él no prendo salvar a nadie.
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