1. Vivir una vida con sentido: el reto de nuestro tiempo
Señala la tradición guaraní que la persona es semejante a un árbol. Tiene su copa llena de hojas, que es lo que se ve y lo que asciende hacia el infinito. Pero tiene también las raíces, que se hunden en la tierra. En nuestra sociedad se presta máxima atención a lo de arriba, a lo que se ve, a lo que asciende. Así, edificios mayores, mayor altura, incrementos en dividendos, más sueldo, mejor aspecto, más títulos. Y respecto de los hijos, igual: mejores notas, mejor carrera, más actividades, mejores perspectivas profesionales...Y nosotros mismo vamos en esa senda: comida rápida, cocina rápida, vida rápida, nunca acabado nunca terminado el trabajo, siempre más, mayores cotas de producción, mayores exigencias.
Pero cuanto más
queremos controlar el futuro, más nos controla el presente. Y
quizás es la dinámica en la que tendemos a introducir a
nuestros hijos. Más que vivos, estamos activos. Sin embargo,
el árbol vive de lo que tiene oculto, de lo profundo.
Parece
que, al cabo, estemos acercándonos a la actividad de la
máquina, más que a la vida de la persona. Respecto de
las máquinas y de las cosas en general, tenemos expectativas.
Es la mentalidad del empresario: quiero controlar el futuro y, así,
neutralizarlo. Quiero tenerlo todo previsto: seguros de vida, ahorro
seguro, sexo seguro, puerta de seguridad, guardia de seguridad...¿no
tendremos miedo a la vida?
Pero con las personas, la actitud es
la de esperanza. Es la mentalidad del agricultor: trabaja, le da la
semilla, pero tiene una actitud de disponibilidad ante lo nuevo que
nace. Y, para ello, se confía en la fuerza de la vida. Por
eso, se quiere gratuitamente, sea como sea el otro. Y esta gratuidad
es la que hace crecer.
Pues bien, alimentar
la raíz es promover una vida con sentido. Sin embargo, habrá
que analizar qué sentido es el que promocionamos con lo que
hacemos. Los sentidos más promovidos:
¿Pasarlo bien y estar a gusto?: homo ludens. Cuando más lo persigo, menos lo tengo. Resultado: persona inerme, apática, aburrida.
¿Productividad y éxito?: alienante. Homo faber. La persona termina siendo pieza en el mercado laboral. Deja de importar la persona. Resultado: respuesta neurótica, depresión,
anestesia, violencia...porque nunca se llega al éxito definitivo.
¿Tener? Homo posidens. Al final, la persona es tenida por sus cosas (coche, nicho), y nunca tiene suficiente.
¿Ver pasar la vida, ver televisión, videojuegos? Homo videns. Quien se limita a ver pasar la vida, lo único que verá pasar será su propio entierro.
En todos estos casos se deja a la persona inerme, incapaz de enfrentarse a la vida. Nada de esto ofrece un criterio ni un impulso para decir 'sí' a la vida. Así, muchos jóvenes brillantes, son incapaces de superar pequeñas dificultades, académicas, personales, afectivas. Se hunden. Son arrastrados, vagan sin sentido, acaban siendo apáticos o puede en ellos el alcohol u otras drogas. Resultado: depresión, anestesia adictiva, violencia.
Las carencias de valores, de cosmovisión y de capacitación emocional son las causas psicológicas de la violencia juvenil, de los homicidios, suicidios, incremento de las adolescentes embarazadas, trastornos de conducta alimenticia, consumo de alcohol y drogas, apatía general, miedos a enfrenarse a los problemas, baja capacidad de atención, nerviosismo, bajo rendimiento y depresión.
Además, la búsqueda del rendimiento académico se ha abslutizado. Está demostrado que la formación intelectual y académica de los niños y jovenes sólo asegura el 20% de su madurez futura, de éxito personal y profesional.
La alternativa es cuidar las raíces: el sentido. El sentido es el para qué de la vida. Y esto no se aprende en la escuela ni en las extraescolares: se aprende en familia. Lo que puede -¡y debe!- hacer la escuela es refrendarlo. Pero nunca substituirlo (así, no vale eso de enviar a la escuela religiosa para que le den lo que no le doy en casa y así me quedo con la conciencia tranquila. Como no funciona respecto de los valores o de la buena educación). Mucho más determinante que la formación intelectual y cultivo del CI (coeficiente intelectual) es la transmisión de un sentido existencial profundo, de valores, de una cosmovisión coherente y de un clima emocional adecuado. Y esto ocurre, de modo eminente, en familia.
Pero no toda familia es capaz de esta transformación, sino sólo una familia entendida como comunidad de personas.
El valor comunitario de la familia
Que la persona genere comunidad no es algo mecánico ni unívoco. Cumplen ciertas exigencias y opciones y, además, son múltiples los niveles posibles de realización de la comunidad. Podríamos, por tanto, hablar sociológicamente de tantos tipos de familia como modos de comunidad, no todas igualmente personalizantes. Según Mounier, 'nunca han existido tantas sociedades. Nunca menos comunidad' . Es, por tanto, de capital importancia analizar cuáles son estos modos y grados, para distinguir formas de familia comunitaria de lo que no lo son (sin que este no-ser-comunitario suponga la más leve valoración moral). Desde esta perspectiva encontramos los siguientes tipos:
La familia-masa o
familia nominal, que bien podríamos calificar como grupo no
sólo impersonal sino antipersonal, pues se trata de una
sociedad sin rostro, hecha de hombre sin rostro, el mundo del 'se',
donde flotan entre individuos sin carácter las ideas generales
y las opiniones vagas. Todos entran y salen del hogar sin tener más
vínculos entre ellos que ciertas frases o actividades de orden
práctico. Se trata de un grupo despersonalizante y
despersonalizado, agregados de individuos semejantes, mas no
prójimos. Todos homogéneos, indiferentes por
indiferenciados. Unos son parásitos de los otros, y se
parasita al otro para hacerse cada uno fuerte, para confirmarse a sí,
para forjarse seguridades. La base de la relación es la
reivindicación, la búsqueda de cada uno del máximo
de beneficio con el mínimo de coste en términos de
atención al otro. El cálculo es el que rige las
relaciones, para no tener uno que dar más de lo que recibe.
Ciertas formas familiares institucionalizadas en el Norte podrían
llegar, en el paroxismo de su depauperación antropológica,
a disolverse en la masa, a perder todo atisbo de comunidad. Y, sin
necesidad de apuntar al extremo, de facto, muchas familias están
con frecuencia masificadas parcialmente en cuanto sometidas
acríticamente a paradigmas axiológicos y de
comportamiento propios de la mentalidad dominante. No cabe en estos
grupos no ya ningún proceso de personalización sino,
incluso, ningún proceso de socialización, que no irá
más allá de la transmisión de los valores
vigentes en la sociedad.
Asociación de iguales. Son grupos de personas unidos por unas mismas costumbres, unos mismos entusiasmos, una causa común. Pero por tender a la hipnosis colectiva, se puede dificultar la tarea de personalización. Sus relaciones son de camaradería y compañerismo. El individuo es sacado de su comodidad en función de la llamada grupal. Sociológicamente aparecen familias de este tipo, que suponen un cultivo de lo privado, pero habitualmente superficial. En su seno se producen relaciones epidérmicas, de igualdad, unidos de un modo estrictamente sentimental sentimentalmente. En ella, los esposos se declaran compañeros o 'cómplices' (expresión muy de moda), y los padres de los hijos camaradas o amigos. Se produce, en fin, mucha vida privada, pero superficial, mecánica, mera efervescencia sin solidez. Suelen tener ciertas características que 'rompen' con los esquemas sociológicamente tradicionales (aunque esta nueva forma está ya constituyendo, en su poliformidad, un nuevo tipo de 'familia tradicional', dado su alto nivel de institucionalización): se trata de familias que institucionalizan formas igualitarias de relación (no sólo entre los miembros adultos, sino también con los más jóvenes), una estructura en la que los vínculos están basados en la afectividad (que ocurre frecuentemente en términos de sentimentalismo). En este tipo de familia, se desconstruye lo recibido de la generación anterior pero se construyen nuevas formas, organizadas en torno a la autorrealización. Se habla más, por tanto, de derechos de cada uno que de exigencias respecto de los demás.
Familia-clan,
consistentes en su vida común y en su organización en
la que perfectamente están diseñados los roles. Cada
uno se atiene a su papel y se logra, así, la tranquilidad y la
agradabilidad. Se atiende con esmero a los de dentro, a los 'míos'
con frialdad o, incluso, hostilidad, a los 'de fuera'. Se trata de
una sociedad cerrada, egoísta. Consiste en lo que muchos,
equívocamente, denominan 'familia tradicional', una familia
como las hay a centenares: Nadie ha anudado relaciones demasiado
fuertes con los otros miembros, pero existe todo un pasado de
hábitos, de acontecimientos, de adaptaciones comunes, un lecho
preparado para ese flujo vital. Es un grupo que busca apiñarse
en torno a un ideal burgués de bienestar, de tranquilidad. Por
ello suele se un grupo familiar estructurado desde el autoritarismo.
Se trata, por tanto, de un grupo estrecho, nuclear, que anestesia a
sus miembros con hábitos, normas e inercias. Frente a
cualquier compromiso y militancia (que son rechazadas por incómodas
e inútiles), invita al cómodo repliegue en la ternura y
en la vida placentera, en los egoísmos particulares. Grupo de
vínculos profundos, estrechos pero limitadores de toda
proyección externa. En ese sentido, tiende a ahogar a sus
miembros y a sus vocaciones.
Familia como comunidad de
personas. Tras pasar revista a todas estas formas, la conclusión
es contundente: es imposible fundar la comunidad esquivando la
persona. Y esto puede ocurrir de dos formas: mediante la con-fusión
y con la separación. Ni la fusión de la masa ni el
individualismo de la mera asociación permiten la comunidad de
personas. Comunidad de personas "en la que cada persona se
realizaría en la totalidad de una vocación
continuamente fecunda, y la comunión del conjunto sería
una resultante viva de esos logros particulares. El lugar de cada uno
sería en ella insustituible, al mismo tiempo que armonioso con
el todo. El amor sería el primer vínculo" . En
esta comunidad cada uno es tomado como persona, cada uno aprende el
'yo' desde el 'nosotros', afirmándose a sí en la
donación y apertura a los otros. En esta comunidad cada uno se
interesa por los otros como 'otros yo'.
¿Cómo es, por tanto, el tipo formal de familia que queremos? ¿Cómo creemos que tiene que ser la familia para poder seguir siendo promocionante de las personas? : una familia vivida como comunidad de personas. Una familia que se construye a imagen de la persona. Es una persona de personas. Y esto implica que cada uno de sus componentes descubre a los demás como personas y les trata como tal. Está al servicio de las personas y su vocación.
Poseen un
proyecto de vida en común, una vocación familiar. La
familia cristiana está llamada a dejar de ser ritualista,
moralista, tradicionalista, para recuperar la experiencia del
Acontecimiento cristiano: abrirse a la salvación de Cristo, a
la presencia de Cristo. Es superior a la suma de los intereses
individuales. Se construye sobre las actitudes de acogida y donación.
Por tanto, dos fuerzas han de conjugarse en esta comunidad: la del
crecimiento personal, la de la libertad y personalización de
cada uno, con la abnegación y adhesión a los otros. La
libertad-de y la libertad-para.
Desde su capacidad crítica, ha de responder en la práctica a los estilos de vida economicistas y pragmatistas que alienan a las personas. Por tanto, su estilo de vida será austero, al servicio de la promoción de las personas. Más allá de lo solidario, generoso, hacia dentro y hacia fuera. Del dinero, del tiempo y de los propios dones.
3. El valor de la familia como promoción de una vida plena
3.1. La familia será lo que sea la pareja (propuesta I)
La fuente de la familia es la pareja. Todo análisis de la familia debe comenzar por la pareja de matrimoniados. Comunicamos y educamos por lo que decimos y hacemos. Pero sobre todo por lo que somos. Del ser de la pareja depende la educación axiológica y afectiva de los hijos.
Toda vida verdadera es encuentro
El encuentro
hombre-mujer fuente de crecimiento: establecimiento del nosotros.
Formas de relación con el otro: como cosa, como socio o como persona.
Tipos de relación interpersonal: utilización mutua, relación parasitaria o relación personal (comunidad).
Relación personal: el otro es apoyo, impulso y fuente. Soy amado, luego existo. Se realiza como acogida y donación.
La pareja, es una forma de realidad superior. Tiene identidad propia, llamada a la plenitud y apertura fecunda.
El proyecto de pareja
Tener
una vida en común significa tener un proyecto en común
que respeta las individualidades.
El proyecto hay que
explicitarlo y ‘trabajarlo’.La mera espontaneidad sólo
lleva al empobrecimiento. La vida de pareja es más que
sentimiento: es voluntad.
Proyecto: conjunto de ideales,
valores, virtudes, criterios compartidos. Concreta el sentido que
quieren dar a su existencia: qué queremos vivir, cómo
queremos ser, para qué queremos vivir juntos y por qué.
Esto se concreta en: valores compartidos (reales e ideales, que no
siempre coinciden), hijos, economía, educación,
apertura de la familia, trabajo, estilo de vida (gastos, economía,
tiempo libre, formación), religión, medios para crecer
como pareja.
El diálogo de pareja
Diálogo: comunicación personal y apertura al otro
por medio de la palabra.
Condiciones internas para un buen diálogo:
Salir de sí.
Ponerse en el punto de vista del otro.
Benevolencia, beneficencia, confianza y confidencia.
Condiciones externas.
Lugar adecuado. Quedar con el otro.
Momento adecuado.
Frecuencia.
3.2. Valores y virtudes (propuesta II)
En familia es clave
la promoción de la vocación de cada uno de sus
integrantes. Pero esto pasa por mostrar a los demás,
especialmente a los hijos, qué es lo importante, esto es, qué
es lo valioso. Pero los valores no se muestran con discursos sino con
el testimonio. Los valores se descubren en aquella persona que los
vive.
Por otro lado, el valor ha de encarnarse en un hábito
de vida operativo para ser eficaz, es decir, ha de hacerse virtud.
En el sentido que ahora nos interesa, la virtud es un hábito positivo de comportamiento, hábitos operativos de alguna capacidad humana de modo que supone una perfección en su funcionamiento, una capacitación. Se trata, por tanto, de una disposición estable a obrar de un modo plenificante que se adquiere libre y voluntariamente. Y es que los compromisos, esto es, el ejercicio de arriesgar dando su vida por aquello que descubre como valioso, tiene unas condiciones: la realización de ciertos valores y, por tanto, un conjunto de virtudes. El conjunto de estas virtudes (y de sus contrarios), forman una segunda naturaleza o carácter moral (ethos)
Aunque cabría hablar de una multitud de virtudes, todas propias de la vida comunitaria, vamos a tratar, brevemente, sólo aquellas esenciales en la comunidad familiar: justicia, fidelidad y aquellas que se derivan del ejercicio de ambas.
La justicia. Si es auténtica, la comunidad matrimonial se construye sobre la igualdad de cada una de las personas que lo integran. Reconociendo las diferencias en lo biológico, psicológico, carateriológico, etc, la justicia supone el reconocimiento práctico (y la consiguiente realización) de la igualdad en dignidad personal de cada uno. Para tratar al otro con justicia, como igual, tiene cada uno que salir de sí, considerar la idéntica dignidad del otro y actuar en consecuencia. Esta es la primera virtud, porque sin ella no cabría en la práctica una comunidad de personas. Por eso, de esta virtud dependen todas las demás. Por tanto, el hecho de la donación y de la aceptación mutua se realiza en una cierta constelación de virtudes que penden de la justicia. Citemos algunas de las principales.
En primer lugar, las referentes a la donación al otro:
La generosidad: donación a otro más allá de lo que le es debido. Se trata de darse al otro con gratuidad, desinteresadamente. Ante la generosidad de otro, la actitud adecuada es la del agradecimiento.
La benevolencia:
querer el bien para el otro y el bien del otro (que es su plenitud
personal).
La beneficencia: hacer bien al otro.
La disponibilidad: ponerse en función del otro, estando dispuestos a ejercer actos de aceptación y donación al otro en cualquier momento.
La mansedumbre: Consiste en una firmeza y valentía sin violencia y, por tanto, con dulzura y apacibilidad, en el trato con el otro. Suaviter et fortiter decían los latinos. ¿Respecto de qué? De la forma de darse al otro (pero, también, en la forma de acogerle).
Pero, en segundo lugar, también debemos tener en cuenta las virtudes que dimanan de la aceptación al otro:
El respeto:
aceptación del otro como distinto, sin pretender violentarlo
ni someterlo. Se trata de dejar al otro ser otro, de aceptarlo aunque
sea distinto.
La tolerancia:
apertura al otro a pesar de no compartir sus formas de pensar, sentir
o actuar. El tolerante es el que se abre al diálogo con el
otro y le acepta aunque opine distinto.
La misericordia:
capacidad de acoger la limitación del otro. Para ello hay que
estar dispuestos a, venciendo el malestar o el rencor, ponerse en el
punto de vista del otro y acogerle tal cual es, sabiendo perdonar y
disculpar defectos. Se trata de aceptar al otro aunque actúe
mal.
La fidelidad: Firmeza y permanencia en la donación al otro, vivida como apuesta continuada y creativa por el otro.
La confianza: creer
en el otro, en lo que el otro dice, esperar en el otro más
allá incluso de lo que dice y hace. Pero esto sólo es
posible, de modo pleno, desde el amor.
La confidencia es fruto
de la comunicación plena entre ambos. Y dar al otro lo que soy
implica abrirle mi corazón, mis afectos y pensamientos, hacer
partícipe al otro de mis inquietudes y alegrías, de mis
más íntimos movimientos y afecciones. La confidencia
es, en fin, la donación de la intimidad, la conversión
de 'lo mío' en 'lo nuestro'. Consiste la confidencia, pues, en
el ejercicio de la intimidad comunitaria..
Valor de la familia como promoción de una experiencia religiosa (propuesta III)
La experiencia religiosa es la principal fuente de sentido personal y familiar. Pero para ello hemos de tener en cuenta lo siguiente:
La experiencia
religiosa no es rito ni realización moral sino Acontecimiento:
el acontecimiento de la experiencia de Cristo en la vida de cada uno
y en la vida comunitaria.
La experiencia
religiosa ha de ser necesariamente eclesial, es decir, comunitaria.
No se trata de vivir yo mi fe, sino vivir nosotros nuestra fe. Por
eso la vida cristiana es koinonía (comunidad), liturgeia
(celebración de la fe en comunidad), diaconía (servicio
unos a otros en el seno comunitario) y martiría (testimonio de
fe unos con otros).
De modo especial es importante, para vivir
la fe en familia, orar en familia, la lectura del Evangelio, la
eucaristía vivida en familia y, de modo explícito,
enfocar los problemas de la vida cotidiana desde el Evangelio. Desde
el Evangelio afrontar la vida, los sufrimientos, los dolores, los
obstáculos...¡y las alegrías!
12 los Nuevos Modelos de Familia Ante la Ética
12 PROGRAMA NACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA FAMILIAR Y SEXUAL
1219 A FAMILIAR ESTERIFICATION DESCRIPTION ASPIRIN IS USED TO
Tags: familia es, en familia, familia