5 IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL








5.- IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Es imprescindible hablar de las imágenes y los símbolos en la poesía de Miguel Hernández. Para iniciarnos en el estudio de los mismos, comenzaremos por Perito en luna (1933). Los poemas que encierra este poemario son , como los definió Gerardo Diego, una suerte de adivinanzas, de “acertijos líricos”, cuya solución hay que buscarla en los títulos ( no aparecen en la 1ª edición, sino que se deben a la labor investigadora de Juan Cano Ballesta). Entre los símbolos más representativos de este primer poemario podemos citar el toro (poema “Toro”) , con el significado de sacrificio y de muerte (sus cuernos son “mi luna menos cuarto” y los toreros “émulos imprudentes del lagarto”), o la palmera (poema “Palmera”) , elemento paisajístico mediterráneo que se compara con un chorro (“Anda, columna, ten un desenlace/de surtidor). Por otra parte, hay en este primer libro de Miguel Hernández imágenes y símbolos muy de su tiempo, como cuando califica a las veletas de “danzarinas en vértices cristianos/injertadas: bakeres más viudas”, en alusión a la bailarina de moda J. Baker, también negra y viuda (“Veletas). EN “Negros ahorcados por violación” abundan los símbolos referidos al sexo masculino (“su más confusa pierna”, “náufraga higuera fue de higos en pelo”, “remo exigente”), al deseo sexual (“fuego de arenal”, “serpiente”), y al sexo femenino (“nácar hostil”). Por último, en “Sexo al instante”, canto impuro al onanismo, la virilidad queda expresada a través de la “perpendicular morena de antes/bisectora de cero sobre cero”.

En el poemario El rayo que no cesa (1936) el tema fundamental, sobre el que giran todos los símbolos, es el amor insatisfecho (o imposible) y trágico. Así, el rayo, que es fuego y quemazón, representa el deseo amoroso, enlazando con nuestra tradición literaria (“Llama de amor viva, San Juan de la Cruz) y añadiendo, a su vez, el concepto de herida: el rayo es la representación hiriente del deseo, como lo es el cuchillo o la espada (“¿No cesará este rayo que me habita/ el corazón de exasperadas fieras/ y de fraguas coléricas y herreras/donde el metal más fresco se marchita?/[…] Este rayo ni cesa ni se agota/ de sí mismo tomó su procedencia/ y ejercita en mí mismo sus furores”, del poema “no cesará este rayo que me habita”). A su vez, la sangre es el deseo sexual; la camisa, el sexo masculino; y el limón, el pecho femenino, según podemos observar en un soneto como “Me tiraste un limón, y tan amargo” (“Pero al mirarte y verte la sonrisa/ […] se me durmió la sangre en la camisa,/ y se volvió el poroso y áureo pecho/una picuda y deslumbrante pena”). La frustración que produce en el poeta la esquivez de la amada se simboliza en la pena, uno de los grandes asuntos de este libro ( poema “Umbrío por la pena, casi bruno”: “ ¡cuánto penar para morirse uno!”). Todos estos temas quedan resumidos en el poema “Como el toro he nacido para el luto”, que es una especie de epifonema; hay un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia, destacando en ambos su destino trágico de dolor y de muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza, la burla y la pena: el poeta, que respira su pena por el “vendaval sonoro” de su cuello y lleva en sus palabras su profundo sentir “la lengua en corazón tengo bañada”) queda simbolizado por el empuje de su deseo y por su destino trágico ante la amada esquiva, en la figura del toro (“Como el toro he nacido para el luto/ y el dolor, como el toro estoy marcado/por un hierro infernal en el costado/ y por varón en la ingle con un fruto”). Este “hierro infernal” que marca su costado (como al toro) es un hiperónimo simbólico de la pena. En efecto, en este poemario podemos encontrar una constelación de símbolos cortantes e hirientes, como la espada, cuyo gusto baña la lengua del “toro al final de la corrida”, cornada, cuernos, puñales, turbio acero, pétalos de lumbre, carnívoro cuchillo… Todos ellos son los instrumentos de las heridas de amor y muerte del poeta (“sufrir el rigor de esta agonía/de andar de este cuchillo a aquella espada”, en el poema “Yo sé que ver y oír a un triste enfada). Pero no solo amor y muerte, también amistad y muerte; así, estos instrumentos del dolor que proporcionan alguna suerte de herida, adquieren una expresividad dramática, agónica y desesperanzada en la “Elegía” dedicada a Ramón Sijé: “manotazo duro”, “golpe helado”, “hachazo invisible y homicida”, “empujón brutal”, “tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes”, “dentelladas secas y calientes”… También en El rayo que no cesa hay poemas que se alejan de la bravura del deseo del toro para expresar el más puro vasallaje ante la amada. Así lo vemos en “Me llamo barro aunque Miguel me llame”, poema que expresa una entrega servil hacia la amada, “como un nocturno buey” (el buey es la mansedumbre en contraposición al toro). También en el soneto “Por tu pie, tu blancura más bailable” encontramos, con el símbolo el pie la misma servidumbre “pisa mi corazón que ya es maduro).

Viento del pueblo (1937) ejemplifica lo que es poesía de guerra, poesía como arma de lucha. En este libro hay un desplazamiento del Yo del poeta hacia los Otros. Así, pues, “viento” es voz del pueblo encarnada en el poeta, tal y como queda expresado en el poema “Vientos del pueblo” (“Vientos del pueblo me llevan,/vientos del pueblo me arrastran,/me esparcen el corazón/y me aventan la garganta”). Justo en la siguiente estrofa del poema, al pueblo cobarde y resignado, que no lucha, se le identifica con el buey, símbolo de sumisión; el león, en cambio, es la imagen de la rebeldía y del inconformismo (“Los bueyes doblan la frente/impotentemente mansa/delante del os castigos:/los leones la levantan/y al mismo tiempo castigan/con su clamorosa zarpa”). El poeta, como combatiente, se identifica con leones, águilas y toros (una nueva lectura del símbolo toro, frente al poemario anterior), símbolos del orgullo y la lucha (“Si me muero, que me muera/con la cabeza muy alta”), y también con el ruiseñor, ya que el poeta es el cantor de los “vientos del pueblo” (“Cantando espero la muerte,/que hay ruiseñores que cantan/encima de los fusiles/y en medio de las batallas”). La mirada del poeta se vuelve también solidaria hacia los que sufren en el poema “EL niño yuntero”, que desde su nacimiento es “carne de yugo”, “como la herramienta a los golpes destinado”, que está “empezando a vivir, y empieza a morir de punta a punta”. En el poema “Las manos” encontramos la contraposición entre ricos y pobres, así como las dos Españas consideradas por Miguel Hernández; según el poeta, “unas son las manos puras de los trabajadores”, las cuales “conducen herrerías, azadas y telares”; las otras son “las manos de hueso lívido y avariento,/paisaje de asesinos”, que “empuñan crucifijos y acaparan tesoros”. Asimismo, ya no se canta tanto a la amada como deseo, sino que ahora se pone el acento en su maternidad; el símbolo, por lo tanto, va a ser el vientre, de ahí que en el comienzo de la “Canción del esposo soldado” leamos “He poblado tu vientre de amor y sementera”. El hijo futuro será la prolongación de los nuevos esposos y la esperanza de una España mejor (“Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado”, “para el hijo será la paz que estoy forjando”).

En el poemario El hombre acecha (1939) recuerda la máxima latina homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). En este sentido, nos vamos a encontrar el tema del hombre como fiera y, en consecuencia, con colmillos y garras. La garra es el símbolo de la fiera; a su vez, fiera ( y sus equivalentes tigre, lobo, chacal, bestia, animal) es símbolo de la animalización del hombre a causa de la guerra y el odio. Un ejemplo de ello lo vemos en la “Canción primera”, donde el poeta dice “Ayudadme a ser hombre; no me dejéis ser fiera/hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente”. Del libro merecen destacarse los poemas que tratan de los desastres de la guerra. Las dos Españas, enfrentadas, aparecen en “El hambre”, puesto que el poeta dice luchar “contra tantas barrigas satisfechas” (símbolo de la burguesía, del capitalismo). En “El tren de los heridos”, la muerte viene simbolizada por un tren que no se detiene más que en los hospitales, centros del dolor humano: “El tren lluvioso de la sangre suelta,/el frágil tren de los que se desangran,/el silencioso, el doloroso, el pálido,/el tren callado de los sufrimientos”. Por otro lado, el amor a la patria queda de manifiesto en “Madre España”, a la que se siente unido el poeta “como el tronco a su tierra” y de cuyo “vientre” ha nacido: el símbolo es tópico (tierra-madre/vientre-España): “Decir madre es decir tierra que me ha parido”.

Cancionero y romancero de ausencias, obra póstuma, se abre con elegías a la muerte del primer hijo del escritor (Manuel Ramón, fallecido en 1938 a los diez meses), evocado mediante imágenes intangibles (“Ropas con tu olor,/paños con tu aroma”; “Lecho sin calor,/sábana de sombra”). La esperanza, no obstante, renace con la venida de su nuevo hijo (“Hijo de la luz”), que llevará por nombre Manuel Miguel; a él, que vino al mundo a principios de 1939, van destinadas las tristes “Nanas de la cebolla”: “Tu risa me hace libre,/me pone alas./Soledades me quita,/cárcel me arranca”: las alas simbolizan la esperanza, la libertad. El amor ahora es la luz, identificada con el hijo vivo y con la amada, que ahora es esposa y madre. El amor a la esposa, como la risa del hijo (sus alas) son la libertad (“en tus brazos donde late/la libertad de los dos./Libre soy. Siénteme libre./ Solo por amor”, en el poema “Antes del odio”. Frente a la luz y las alas, la cárcel, la muerte y el sufrimiento son la sombra y la ausencia (“Hijo de la sombra”/”Ausencia en todo veo”). Es en este Cancionero del dolor, la usencia y la muerte, donde el poeta enuncia las “tres heridas” que alumbran sus versos desde siempre. Vuelve el símbolo de la herida (amor-vida-muerte, en “Llegó con tres heridas”) en las puertas de la muerte que, simbolizada por el mar (Jorge Manrique), empieza a ser la única certeza del poeta:”Esposa, sobre tu esposo/suenan los pasos del mar”, en poema “Cantar”. Claro que ante esta certeza, la boca de la esposa se encarga de dejar para la eternidad la escritura del poeta y sus heridas: “Boca que desenterraste/al amanecer más claro/con tu lengua. Tres palabras,/tres fuegos has heredado:/vida, muerte, amor. Ahí quedan/escritos sobre tus labios”, en el poema “La boca”.





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