ORTEGA Y GASSET PARA LA CONTEXTUALIZACIÓN DE ORTEGA

JOSÉ TEXTO DE APOYO 2 ORTEGA
12 OLGA SANZ ORTEGA MOTIBAZIOA ETA HEZIKETA OLGA
13 DIPLOMADO DE MEDICINA ANTIENVEJECIMIENTO………DRA MARYS ORTEGA TEMA 113

13 DIPLOMADO DE MEDICINA ANTIENVEJECIMIENTO………DRA MARYS ORTEGA TEMA 114
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8 ORTEGA Y GASSET CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA JOSÉ ORTEGA Y

Ortega y Gasset

Ortega y Gasset

ORTEGA Y GASSET  PARA LA CONTEXTUALIZACIÓN DE ORTEGA

 PARA LA CONTEXTUALIZACIÓN DE ORTEGA Y GASSET



3º APARTADO:Principales influencias filosóficas que recibió Ortega y Gasset.

 

En primer lugar, hay que destacar la lectura que hizo el joven Ortega de Nietzsche, seguramente influido por sus amigos de la generación del 98. Las críticas al racionalismo y al idealismo, así como la primacía e importancia de la vida, serán una constante de su pensamiento.

En segundo lugar hay que considerar la influencia kantiana y neokantiana de sus años de estudio en Alemania con Cohen y Natorp. Esta influencia se deja sentir en la primera etapa de su pensamiento así como en su interés por los problemas relacionados con la teoría del conocimiento. De todas maneras, Ortega se alejó relativamente pronto de esta importante influencia recibida.

Significativa fue también para que Ortega encontrase su propio camino intelectual su conocimiento de la fenomenología de Husserl y Scheler, a partir de 1910, y su confrontación con ella. Así por ejemplo, la importante idea del valor de la circunstancia y la superación del idealismo, sin renunciar a sus logros.

Siempre teniendo en cuenta, como lo subraya su discípulo Julián Marías, la originalidad de la filosofía de Ortega, tampoco conviene olvidar la inmensa cultura de Ortega, que fue un lector empedernido. Así, la lectura de Dilthey le permitió asimilar aspectos importantes del historicismo como teoría filosófica que él aplica a su comprensión de la vida. Por otra parte, Ortega conoció, valoró y en parte criticó la obra de Heidegger, posiblemente el pensador más importante del siglo XX, con su célebre obra Ser y tiempo, hondo y rico análisis de la existencia humana y nueva manera de abordar la pregunta por la realidad así como por el sentido de la historia de la filosofía occidental.

Para terminar este apartado, decir que Ortega admiró a Goethe, el máximo escritor alemán, se interesó mucho por la teoría de la relatividad de Einstein y añadió, a su gran formación humanista (literatura, arte, historia, política, religiones…), un gran conocimiento de los clásicos de la filosofía: Platón y Aristóteles, Descartes y Leibniz, Kant y Hegel.

 Sobre la obra objeto del comentario de Selectividad: 

Concluimos esta contextualización con un breve resumen de la obra a la que pertenece el fragmento que tenemos que comentar.

Publicada en 1923, la primera parte del libro consiste en la redacción, algo ampliada, de la lección inaugural del curso universitario que impartió Ortega el año anterior. Para esa redacción se sirvió el autor, como él mismo reconoce, de los apuntes de uno de sus discípulos.

Es una de las obras más significativas de Ortega ya que en ella va madurando su idea de la razón vital y se consolida la noción del conocimiento como perspectiva, que ya había sido tratada unos siete años atrás en uno de los capítulos que componen esa obra magna que es El Espectador. Aquí, el filósofo español expone su crítica de la modernidad y propone, como genuina tarea de su tiempo, la superación definitiva tanto del racionalismo como del irracionalismo. De igual modo pretende superar la vieja antítesis que opone, en filosofía, al realismo [las cosas son independientes de la conciencia] y al idealismo [toda realidad se sustenta en la conciencia y depende de ella]. Además, en la obra ocupan importante lugar las reflexiones acerca de las relaciones entre la cultura y la vida, siendo otros temas tratados los que conciernen a la historia (Ortega expone su importante idea de las generaciones) y a los valores morales y su relación con la vida humana.

A los 10 capítulos del libro le siguen cuatro apéndices que versan sobre cuestiones más concretas, pero directamente conectadas con la temática principal. El propio Ortega valoraba especialmente el dedicado a la significación filosófica de la teoría de la relatividad de Einstein. Otro apéndice se añadió más tarde a la obra: se trata del importante escrito Ni vitalismo ni racionalismo, que Ortega publicó en la Revista de Occidente, escrito que amplía y aclara el concepto de la “razón vital”, guardando por ello estrecha relación con lo tratado en esta obra.

 















 4ºAPARTADO: MARCO HISTÓRICO, CULTURAL Y FILOSÓFICO

A) CONTEXTO HISTÓRICO DE ORTEGA.

 

            Ortega vivió a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, pues nació en 1883 y murió en 1955. Veamos en tres apartados las características principales de esta época reciente:

 

  1. La significación del siglo XX.

 

            En nuestro tiempo se han producido enormes transformaciones que han afectado al mundo entero y, además, se han producido con velocidad creciente. Hablaremos aquí de la primera mitad del siglo, pero en la segunda se han acentuado y multiplicado tanto los logros como los peligros de esta época de la historia. Ya decía Chesterton, refiriéndose a la velocidad con la que tienen lugar los cambios en el siglo XX, que en cada década inaugurábamos un siglo. Lo cierto es que se trata de un tiempo de crisis. De grandes avances y tremendas miserias, de conquista espacial y deterioro del planeta. Siglo de grandes posibilidades y grandes decepciones, como las dos guerras mundiales y el auge de los totalitarismos. Sobre nuestras cabezas ha pendido, además, oscilante y peligrosa la espada de Damocles de las armas nucleares. Nos queda el reto y la esperanza, pues los medios existen, de humanizar todo el planeta para convertirlo verdaderamente en la familia humana, en la casa común. El nuevo auge del terrorismo internacional, el largo e irresuelto conflicto palestino-israelí, las enormes y crecientes desigualdades sociales y los problemas derivados de la inmigración, suponen escollos para la convivencia pacífica que es tan importante para toda la humanidad.

 

            2.    Los acontecimientos principales de la primera mitad del siglo XX.

 

            a) Las dos guerras mundiales con sus tremendas secuelas en la conciencia europea. A destacar especialmente el surgimiento de las ideologías fascistas (que aún no han desaparecido).

            b) La revolución rusa de 1917 y la instauración de la República Popular China por Mao Zedong en 1949: los dos principales intentos de lograr una sociedad comunista más o menos sobre las bases de la filosofía de Marx.

            c) El desarrollo tecnológico e industrial, con el consiguiente cambio en la naturaleza (deterioro ecológico) y en la configuración de las ciudades (crecimiento demográfico, etc.)

            d) Los enormes avances científicos que afectan a campos como la medicina (De Broglie descubre los rayos X y Fleming la penicilina. En 1909 aparecen los primeros antibióticos) y la higiene, pero que también han contribuido tanto a cambiar poco a poco nuestra visión del mundo, como a cambiar de modo muy significativo las condiciones de vida de las personas por la influencia de la tecnología.

            -La nueva física: Einstein y su teoría de la relatividad (1905), la teoría cuántica, Rutherford y sus demostraciones sobre el átomo (1911).

            -Entre los cambios prácticos de esta primera mitad del siglo destacamos: las  comunicaciones, la radio y la televisión. En 1903 los hermanos Wright realizan el primer vuelo en avión. Se construye el primer ordenador (1944 Universidad de  Harvard).

            En 1957 la URSS lanza el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik y en 1967 se producen los primeros ensayos de clonación de células animales en EE.UU., pero esto pertenece ya a la segunda mitad del siglo.

            e) Las significativas revoluciones artísticas en pintura, música, literatura (surrealismo, impresionismo, arte abstracto, etc.) y el invento del cinematógrafo.

            f) Y sin olvidar, por supuesto, tanto los avances en la lucha por los derechos humanos y la dignidad y mejora de las condiciones de vida de la mujer, así como los intentos internacionales, seguramente insuficientes, por evitar nuevas guerras, al menos en Europa, y por poner las bases para un mejor entendimiento entre todas las naciones del planeta.

 







  1. La España de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

 

            La historia española del siglo XIX puede resumirse en los siguientes hechos: a) un enfrentamiento continuo entre conservadores y liberales, que originó diversos conflictos civiles (guerras Carlistas, primera República, restauración monárquica con Alfonso XII...); b) las guerras coloniales mantenidas durante la casi totalidad del siglo y que culminaron en 1898 con la pérdida para España de Cuba y Filipinas; y c) el comienzo de la difusión de las nuevas ideas anarquistas y socialistas, que empezó hacia los años 70 (Pablo Iglesias funda en 1878, cuatro años antes de nacer Ortega, el Partido Socialista Obrero Español).

            Todos estos factores repercutieron en la complicada vida española de principios del siglo XX: por una parte, aunque a comienzos de siglo tuvo lugar cierto desarrollo económico, las desigualdades sociales continuaron y, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, aumentaron notablemente; lo que originó un recrudecimiento de los problemas sociales, pobreza rural, emigración del campo a las ciudades, paro, bajos salarios, etc., que culminó en posturas intransigentes y, en algunas regiones (por ejemplo, Cataluña), degeneró en una lucha abierta entre obreros y patronos; por otra, pese a la liquidación de las últimas posesiones españolas en  América y Filipinas, surgieron nuevos problemas coloniales en el protectorado de Marruecos. Estos problemas políticos y sociales sirvieron de pretexto al general Primo de Rivera para dar un golpe de estado en 1923; dicho golpe fue aprobado por el rey Alfonso XIII, quien le nombró jefe de gobierno; pero apenas contó con el apoyo de una mínima parte de las fuerzas políticas españolas. La dictadura duró hasta 1930 y, a su caída, se estableció la Segunda república (1931) y, cinco años más tarde, estalló la Guerra civil (1936-1939), tras la cual, derrotadas las fuerzas democráticas, se impuso en España la larga dictadura del general Franco.

 

            B) CONTEXTO FILOSÓFICO DE ORTEGA.

 

  1. Vida, obras y etapas del pensamiento de Ortega.

 

Nacido en Madrid en 1883, de padres vinculados al mundo del periodismo y la cultura, se doctoró muy joven en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid y amplió estudios en Alemania. Pocos años después de ganar las oposiciones a la cátedra de metafísica de la Universidad de Madrid se dedica a colaborar asiduamente en distintas publicaciones periódicas.

Su compromiso sociopolítico con la España de su tiempo fue una constante de su vida, hasta su exilio y posterior marginación (regresa España en 1946) durante la dictadura franquista, que le privó de su cátedra. Fundó primero la Liga de Educación Política y luego la Agrupación al Servicio de la República. Pero no fue menos su compromiso con la cultura, fundando la editorial Revista de Occidente (1923) y el Instituto de Humanidades (1948), como recordaremos en el punto siguiente.

La producción filosófica de Ortega es amplia y variada, ocupando sus obras completas, que recientemente se están ultimando y actualizando, una docena de gruesos volúmenes. Destacamos su primer libro: Meditaciones del Quijote (1914), los ocho volúmenes de El Espectador (1916-1934), El tema de nuestro tiempo (1923) -la obra que comentamos-, La deshumanización del arte (1925), La rebelión de las masas (1930), Guillermo Dilthey y la idea de la vida (1933), Meditación de la técnica (1939), Ideas y creencias (1940) o Estudios sobre el amor (1941). Tras su muerte se publicaron varios inéditos, entre los que destacamos: La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, ¿Qué es filosofía?, Origen y epílogo de la filosofía, y Unas lecciones de metafísica.

Un breve apunte para decir que Ortega es un gran escritor, con un estilo muy depurado y elegante. Sabe unir, al interés mismo de lo que dice, una hermosa, clara y sugerente manera de decirlo, haciendo de la filosofía algo más que un mero ejercicio académico: teoría rigurosa sobre las más diversas cuestiones que afectan e interesan al ser humano. Una filosofía de la cultura capaz de reflexionar, por ejemplo, sobre el teatro, los toros, los castillos, el paisaje, las masas, la técnica, cuestiones de psicología, política, religión o literatura, artes y ciencias, siempre atenta a la historia. Y todo ello para intentar proporcionarnos una mejor comprensión de nosotros mismos y de nuestra vida.

En cuanto a la evolución de su pensamiento, suelen destacarse tres etapas: una primera objetivista hasta 1914, la segunda centrada en el perspectivismo (hasta 1923) y una tercera etapa de madurez en la que desarrollaría su raciovitalismo.

 

  1. La generación del 98. Importancia de Ortega para la cultura española.

 

            En 1914 el escritor Azorín publicó una serie de artículos bajo el título de Generación del 98, en la cual incluía a un grupo de pensadores y escritores como Valle-Inclán, Benavente, Baroja, Unamuno o Maeztu, además del propio Azorín. Algunos también consideraron a Ortega miembro de esta generación. El común denominador lo constituía la preocupación por España. En tal sentido, partían de una visión pesimista del presente español, provocada por la profunda crisis moral, política, económica y social de finales del siglo pasado y tendían a poner en cuestión los valores tradicionales de la burguesía, con duras críticas a la monarquía, a los políticos conservadores y liberales y a la Iglesia. Frente a esta situación se pretendía llevar a cabo una serie de actividades regeneradoras encaminadas a incorporar España a Europa, a abrirse al mundo. En tal sentido, y aunque hay que matizar esto, la mayor parte de estos autores manifestaron ideas y sentimientos profundamente anticlericales (Europa era de cultura racionalista o positivista, pero laica) y agnósticos, y muchos de los miembros de esta Generación tendieron a un individualismo de carácter más o menos anarquista, en el que se dejaba sentir cierta influencia de Nietzsche, mientras que otros tendieron a apoyar las nuevas ideas políticas socialistas[1].

            En cuanto a la significación de Ortega para la vida cultural española del siglo XX hay que decir que ha sido muy grande: Filósofo de primera magnitud, no siempre valorado ni comprendido[2] en su propio país, escritor admirable, periodista casi por destino (antecedentes familiares) y por decisión propia, ha hecho llegar la filosofía a muchas personas que de otro modo no se hubiesen interesado por ella. Claro (“la claridad es la cortesía del filósofo”, solía decir), brillante y sugerente, supo pensar con rigor y hacer de la metáfora instrumento de conocimiento. Se interesó por casi todo y supo llevar su punto de vista filosófico a todos los temas vivos y humanos: la literatura, el arte, la política, la psicología, la historia...

            Sus artículos periodísticos tuvieron además repercusiones políticas. Fundó en 1923 la Revista de Occidente, en la que se publicaron textos fundamentales del pensamiento europeo, y en 1948, junto a Julián Marías, el Instituto de Humanidades. Es verdad que la larga dictadura no benefició la comprensión y difusión de su obra filosófica y aún hoy en día no está valorado como merece entre los filósofos españoles. Pero podemos decir, con Julián Marías, que dotó a España de una filosofía propia y original, muy de nuestro talante, y que hizo posible la filosofía en nuestro país.

            Ortega influyó en muchos grandes escritores y filósofos (como por ejemplo Francisco Ayala o María Zambrano), pero además está su influencia directa en la llamada escuela filosófica de Madrid, con pensadores de la talla de García Morente, Xavier Zubiri, José Gaos, Ferrater Mora, Laín Entralgo o López Aranguren. Todos ellos y otros más han seguido caminos propios, como corresponde a la exigencia de autenticidad que reclamara el propio Ortega para la Filosofía.

 







































1º nociones:vida y cultura 

Estas dos nociones tienen capital importancia en el pensamiento de Ortega y Gasset, de quien se ha dicho precisamente que es un filósofo de la cultura. Persona extraordinariamente culta, supo hacer de la filosofía, además y sobre todo, una permanente y honda reflexión sobre la vida humana.

 

En efecto, la filosofía de Ortega es una filosofía de la cultura que intenta relacionar y armonizar vida y cultura, nociones que tantas veces han sido contrapuestas o enfrentadas. A ello alude el inicio del texto que comentamos, cuando Ortega se refiere al racionalismo y al relativismo como dos intentos fallidos, por unilaterales, de oponer o subordinar una noción a la otra: el racionalismo niega valor y sentido a la vitalidad por considerarla inferior a la cultura, mientras que el relativismo descree de los valores objetivos y universales de la cultura por afirmar y destacar los elementos más propiamente irracionales de la vitalidad.

 

Ortega entiende que en la sensibilidad propia de su tiempo está la capacidad de superar estas visiones parciales y enfrentadas. Él mismo ciertamente distingue entre cultura y vida y reclama los derechos de ésta pero sin menospreciar aquélla: si la vida necesita de la cultura, no es menos cierto que los valores culturales “necesitan el soporte de la vitalidad”. La razón no puede, no tiene que aspirar a sustituir la vida.

 

No podemos olvidar el contexto filosófico de principios del siglo XX, donde resuenan las voces de Schopenhauer y Nietzsche y comienzan a anunciarse otras como las de Freud. Más adelante vendrán otros vitalismos, intuicionismos o existencialismos (que suponen una revisión y una crítica de la racionalidad moderna). Ortega es sensible a esta corriente vitalista, tradicionalmente olvidada o marginada por la filosofía, y nos propone su original raciovitalismo como un intento de superación de teorías ya agotadas. Éste es para él el tema de nuestro tiempo: la conversión de la razón pura, abstracta, en razón vital. Todo el pensamiento de Ortega es la realización sistemática de esta tarea.

 

Para Ortega la cultura es como un movimiento natatorio, un agitar los brazos o un bracear del hombre en el mar sin fondo de su existencia con el fin de no hundirse; una tabla de salvación mediante la cual la inseguridad radical y constitutiva de la existencia puede convertirse provisionalmente en firmeza y seguridad. La cultura es entendida así como aquello que el hombre hace, en su condición existencial de náufrago, para sobrenadar en la vida, intentando comprenderla, creando algún valor en ella. Ahora bien, si la cultura puede salvar al hombre, también nos dice Ortega que esa salvación no debe ser, por otro lado, “excesiva”, porque el hombre también puede perderse en su propia riqueza y su propia cultura puede acabar por ahogarle. El pensamiento, la ciencia, la filosofía, por ejemplo, debieran ayudarnos a vivir una vida más plena, en vez de entorpecer la vida o abrumarla. No vivimos para conocer, para tener cultura; sabemos y comprendemos para vivir.

 

Pero si la noción de cultura es rica en Ortega, más importante aún es el concepto que tiene de vida. La vida es, ante todo, la realidad radical. Esto es, la realidad en la que radican o echan raíces todas las demás realidades. Y la vida es siempre mi vida, la vida humana, la vida de cada uno, la vida singular. Por eso dice Ortega que la vida es algo que tenemos que hacer, que no está hecho ni determinado de antemano; por eso mismo es problema, inseguridad, naufragio. Una vida que se desarrolla en el tiempo y en la historia, una vida que se va haciendo en la medida en que nosotros mismos vamos eligiendo lo que queremos ser. Toda vida humana es drama y es biografía. En el texto leemos que la vida es peculiaridad, cambio, desarrollo, historia.

 

La vida, afirma Ortega, es lo que hacemos y lo que nos pasa. La vida es quehacer, porque el ser humano es proyecto, programa vital, en medio de unas determinadas circunstancias. Yo soy yo y mi circunstancia (por circunstancia entiende Ortega todo lo que, en principio, no soy yo, todo aquello con lo que me encuentro, incluso mi cuerpo y mi psique). Vivir es estar en el mundo, actuar en él, estar haciendo algo con las cosas. Pero vivir es también convivir. Si Ortega ha insistido en que la vida y la reflexión auténticas implican soledad, no es menos cierto que una vida plena no se da sin los otros, sin la responsabilidad en el más amplio sentido. “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

 

Si la razón vital es una misma cosa con vivir, como escribe Ortega, la vida misma es esa razón vital, porque “vivir es no tener más remedio que razonar ante la inexorable circunstancia”. Vida y pensamiento, vida y cultura quedan armonizadas en esta filosofía que siempre creyó en el valor de la razón y siempre quiso estar cerca de la vida, atenta a ella.

 















2º nociones:Realidad y perpectiva

 

Conocer el ser de las cosas es, para Ortega, la misión de la inteligencia. La filosofía intenta llegar a la verdad misma, a la realidad misma de las cosas. Pero esta realidad, igual que la realidad del yo o de la conciencia, no se da separada de la vida. La vida, bien lo sabemos, es para Ortega la realidad radical en la que se fundan todas las demás realidades. La realidad radical, aquella con que me encuentro aparte de toda interpretación o teoría, es mi vida. Conviene entender bien esta expresión orteguiana: Radical no quiere decir única, ni la más importante; quiere decir simplemente que es la realidad en la que radican o arraigan todas las demás realidades, pues todas ellas, efectivas o presuntas, tienen de un modo u otro que aparecer en ella (en mi vida). La realidad como tal se constituye en mi vida: ser real significa, precisamente, radicar en mi vida, y a esta vida mía hay que referir toda realidad, aunque ésta pueda trascender o ir más allá de mi propia vida (por ejemplo en el caso o en el supuesto de Dios). Dicho de otra manera, la vida, mi vida, es el supuesto de la noción (y el sentido mismo) de la realidad y ésta sólo resulta inteligible o comprensible desde ella, desde mi vida. El carácter efectivo de la realidad de las cosas se fundamenta en su “radicar en mi vida”, en su “darse en mi vida”.

 

Una vez que hemos explicado el sentido que da Ortega a la palabra realidad, podemos ver cómo aparece esta noción en el texto que comentamos, para descubrir que está íntimamente ligada a la noción de perspectiva. Pero antes recordemos brevemente que Ortega rechaza la concepción que de la realidad tienen tanto el realismo como el idealismo, tanto el racionalismo como el relativismo y subjetivismo. El realismo supone una realidad completamente al margen de la conciencia; el idealismo todo lo contrario. El racionalismo cree que la realidad puede penetrar en el sujeto sin la menor deformación; el relativismo, en cambio, considera problemático o imposible el conocimiento: al conocer deformamos la realidad, la interpretamos cada uno a nuestro modo.

Frente a estas concepciones, entiende Ortega que el sujeto del conocimiento ni es un medio transparente, idéntico e invariable, ni deforma la realidad al conocerla. El sujeto selecciona la realidad, percibe una parte de ella. Aparece así la noción de perspectiva que, lejos de ser la deformación o falsificación de la realidad, es para Ortega la única manera de acceder a ella y conocerla, pues la realidad sólo puede ser vista y conocida siempre bajo una determinada perspectiva, desde un determinado punto de vista. Por eso se dice en el texto que la perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Es su organización. El conocimiento absoluto, la visión desde la eternidad, es para Ortega algo ficticio y abstracto, separado y alejado de lo que verdaderamente sucede: que todo conocimiento lo es de un individuo, de un grupo, de una sociedad, de una época o un momento histórico. El perspectivismo supone aceptar la dimensión histórica de la vida y por eso dice Ortega que la razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital.

 

Este perspectivismo no pretende negar el valor objetivo del conocimiento, de ciertas formas de conocimiento; no pretende caer en un mero subjetivismo. Antes bien, pretende afirmar el valor único, personal e insustituible de cada mirada que se lanza sobre el mundo. Cada vida -escribe Ortega- es un punto de vista sobre el universo. Lo que uno ve no puede verlo otro y todos somos, por decirlo así, necesarios en la búsqueda de la verdad. Ésta, de por sí inalterable, adquiere de este modo dimensión histórica y vital. Cabe, por otra parte, considerar la posibilidad de la verdad absoluta como la suma de todas las perspectivas, y esto es precisamente lo que Ortega atribuye a Dios.

El ser el mundo, nos viene a decir Ortega, no es conciencia ni materia, sino perspectiva. La perspectiva es condición del conocimiento de la realidad, ya que ésta sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista, que necesitan integrarse. La perspectiva no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, que es precisamente una pluralidad de perspectivas. Por otra parte, en el pensamiento orteguiano, la noción de perspectiva se encuentra emparentada con la de circunstancia: es una determinada circunstancia que es nuestra peculiaridad dentro del mundo, lo que nos limita: una perspectiva humana y, sobre todo, histórica.

 



























1ºTema: la doctrina del punto de vista.

 

Nota.- Antes de comenzar este último epígrafe, conviene advertir que “la doctrina del punto de vista” está íntimamente relacionada con la noción de “perspectiva”. En cierto modo, pues, ambos apartados se solapan y se requieren y es muy conveniente entender y recordar lo que hemos dicho de la perspectiva a la hora de desarrollar, como pregunta, la síntesis teórica o doctrinal a la que se refiere este punto.

 

Esencial en la teoría del conocimiento de Ortega es su doctrina de la perspectiva o del punto de vista, que desarrolló primero en un escrito de 1916, que forma parte de su libro o conjunto de libros que es El Espectador, y que luego aparece en su importante obra El tema de nuestro tiempo.

 

            En Verdad y perspectiva, un breve escrito de 1916 que abre su primer tomo de El Espectador, Ortega nos explica que en la tradición filosófica se han dado dos interpretaciones opuestas del conocimiento: el objetivismo o dogmatismo y el escepticismo o subjetivismo. El primero declara que la realidad existe en sí misma y que nos es posible su conocimiento; a la vez, defiende la idea de que la verdad sólo puede ser una y la misma siempre, con independencia de las peculiaridades, cultura y época a la que pertenezca el individuo que la alcance. Desde esta interpretación de la verdad, todo lo que tenga que ver con la influencia de la individualidad y subjetividad llevaría inevitablemente al error: sólo sería posible el conocimiento cuando la verdad se haga presente en el mundo humano sin ser deformada por el sujeto que conoce; de ahí que el sujeto cognoscente deba carecer de peculiaridades, textura o rasgos propios, tenga que ser extrahistórico (estar fuera de la historia) y estar más allá de la vida, puesto que la vida es historia, cambio, peculiaridad. La mayor parte de autores han defendido este punto de vista, particularmente Platón. Frente a esta doctrina tenemos el subjetivismo: es imposible el conocimiento objetivo puesto que los rasgos del sujeto cognoscente, sus peculiaridades, influyen de manera decisiva en el conocimiento. El subjetivismo implica relativismo y termina negando la posibilidad de la verdad (escepticismo), del acceso al mundo, concluyendo en la idea de que nuestro conocimiento se refiere a la apariencia de las cosas. Los partidarios más importantes del subjetivismo han sido en la antigüedad los sofistas y, posteriormente, Nietzsche.

 

            Estas dos doctrinas opuestas tienen, sin embargo, un mismo fundamento, parten de un mismo principio; ambas admiten una tesis errónea: la creencia en la falsedad del punto de vista del individuo. Veamos cómo se forman y separan a partir de este mismo principio: dado que no existe más que un punto de vista individual y que las peculiaridades del individuo deforman la verdad, la verdad no existe, y así tenemos el subjetivismo, relativismo o escepticismo (que en este contexto Ortega tiene a identificar); en oposición, alegan los defensores del objetivismo, dogmatismo o racionalismo (que también en este contexto tiende a identificar) la verdad existe y si existe tiene que existir igualmente un punto de vista sobreindividual, que está por encima del individuo. Ortega insiste con frecuencia en el error de este presupuesto: el punto de vista individual es legítimo porque es el único posible, es el único desde el que puede verse el mundo en su verdad; la realidad, si es tal, siempre se muestra de ese modo. La perspectiva queda determinada por el lugar que cada uno ocupa en el Universo, y sólo desde esa posición puede captarse la realidad. La mirada y el Universo, el yo y la circunstancia son correlativos, se requieren mutuamente: la realidad no es una invención, pero tampoco algo independiente de la mirada pues no se puede eliminar el punto de vista. Cada vida trae consigo un acceso peculiar e insustituible al universo, pues lo que desde ella se capta o comprende no se puede captar o comprender desde otra. Lo que cada uno ve es un aspecto real del mundo. Ortega propone la integración, en colaboración generosa, de las diferentes visiones.

 

            Vemos que Ortega se enfrenta a las dos interpretaciones tradicionales de la verdad: por un lado, el objetivismo es para él una teoría incorrecta ya que todo conocimiento se alcanza desde una posición, desde un punto de vista; es imposible el conocimiento que no sea una consecuencia de la circunstancia en la que se inscribe el sujeto que conoce. Pero ello no le lleva al subjetivismo puesto que esta doctrina también le parece falsa, porque en el fondo el subjetivismo aún sigue creyendo en la realidad una e inmutable, sólo que inalcanzable para nosotros. La realidad es sin embargo múltiple, no existe un mundo en sí mismo, existen tantos como perspectivas; y cada una de ellas permite una verdad: la verdad es aquella descripción del mundo que sea fiel a la propia perspectiva. La única perspectiva falsa es la que quiere presentarse como única, la que se declara como no fundándose en punto de vista alguno.

 

            En El tema de nuestro tiempo, Ortega defiende el perspectivismo alegando que el sujeto no es un medio trasparente, ni idéntico e invariable en todos los casos. Con sus propias palabras, es más bien un “aparato receptor” capaz de captar cierto tipo de realidad y no otro. En la experiencia de conocimiento se produce una selección de la información: de la totalidad de cosas que componen el mundo (fenómenos, hechos, verdades) muchas son ignoradas por el sujeto cognoscente por no disponer de órganos o “mallas de su retícula sensible” adecuados para captarlas, y otras pasan por éstas a su interior. La percepción visual y la auditiva, continúa nuestro autor, es un claro ejemplo de lo que se quiere indicar con esta idea, pues aunque existen un innumerable número de colores y sonidos reales nos es imposible percibirlos todos dadas las limitaciones de nuestros sentidos. Y lo mismo ocurre con las verdades: en cada individuo su psiquismo, y en cada pueblo y época su “alma”, actúa como un “órgano receptor” que faculta en cada caso la comprensión de ciertas verdades e impide la recepción de otras. Por ello la pretensión de poseer una verdad absoluta y excluir de ésta a otras épocas y otros pueblos es gratuita. Cada perspectiva capta una parte de la realidad, de ahí la importancia de todo hombre y toda cultura; todos ellos son insustituibles pues cada uno tiene como tarea mostrar, hacer patente el mundo que se le ofrece en virtud de su circunstancia.


             En muchos textos ilustra el filósofo madrileño su tesis presentando el ejemplo de la perspectiva espacial: el mismo paisaje es distinto visto desde dos puntos de vista; la posición del espectador hace que el paisaje se organice de distinto modo y que haya objetos que desde una posición se aprecien y desde otra no. Carecería de sentido que uno de los espectadores declarase falso el paisaje visto por la otra persona, pues tan real es uno como el otro; pero tampoco nos serviría declarar los dos paisajes ilusorios, por aparentemente contradictorios, puesto que ello exigiría la existencia de un tercer paisaje auténtico, verdadero. Pero tal paisaje no visto desde ningún lugar carece de sentido. La perspectiva es condición de posibilidad de la realidad misma. La propia esencia de la realidad es perspectivística, multiforme; todo conocimiento está anclado en un punto de vista, en una situación, puesto que, en función de su constitución orgánica y psicológica y de su pertenencia a un momento histórico y cultural, todo sujeto de conocimiento está situado en una perspectiva, en un lugar vital concreto. Una realidad que vista desde cualquier punto de vista sea siempre igual es un puro absurdo. El conocimiento absoluto, objetivo e independiente del sujeto cognoscente no existe, es ficticio, irreal. Esta dimensión perspectivística no se limita al mundo físico y espacial, se da también en las dimensiones más abstractas de la realidad como los valores y las propias verdades.

 

            “La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes individuales, sólo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras o haces”, escribe Ortega. De este modo, el perspectivismo le permite a nuestro filósofo superar tanto el objetivismo como el subjetivismo. Pero precisamos de una idea de la razón que sea capaz de recoger las dimensiones perspectivísticas de la realidad, y para ello no nos sirve la razón del racionalismo, que sólo es un tipo de razón, sino la razón vital e histórica.

 

            Ilustremos estas ideas, para concluir, citando al propio Ortega:

 

“Desde este Escorial, rigoroso imperio de la piedra y la geometría donde he asentado mi alma, veo en primer término el curvo brazo ciclópeo que extiende hacia Madrid la sierra del Guadarrama. El hombre de Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta. ¿Tendría sentido que disputásemos los dos sobre cuál de ambas visiones es la verdadera? Ambas lo son ciertamente, y ciertamente por ser distintas. Si la sierra materna fuera una ficción o una abstracción o una alucinación, podrían coincidir la pupila del espec­tador segoviano y la mía. Pero la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo. Aquélla y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede fingirse el punto de vista.

 

           La verdad, lo real, el universo, la vida –como queráis llamarlo– se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo.

Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. «Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo humano», dice Goethe. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales” (El Espectador, libro I. Verdad y Perspectiva).

 

 

 


ORTEGA Y GASSET  PARA LA CONTEXTUALIZACIÓN DE ORTEGA

1 Desde 1913 expongo en mis cursos universitarios esta doctrina del perspectivismo que en El espectador I (1916) aparece taxativamente formulada. Sobre la magnífica confirmación de esta teoría por Einstein, véase el apéndice II.

[1]Posteriormente, los componentes de la Generación del 98 siguieron diversos y contrapuestos caminos: algunos de ellos, Azorín y Benavente, por ejemplo, supieron adaptarse a la burguesía conservadora; Maeztu se orientó hacia opiniones tradicionalistas y aun fascistas; Ortega se centró en preocupaciones culturales, filosóficas y políticas; mientras que Valle-Inclán, Unamuno y Baroja, aunque con distintos matices e intenciones, adoptaron posturas claramente individualistas.

[2]Como Ortega es claro, parece que se le entiende sin gran trabajo al leerlo, pero es necesario ese esfuerzo, que toda filosofía requiere, para comprenderlo del todo. Además, su filosofía, sólo en apariencia poco sistemática, se configura en visiones o miradas de perspectivas distintas sobre situaciones y circunstancias históricas diferentes, lo que también puede inducir a quien lo lea sin sutileza a malinterpretar la lectura.















2ºTema: Tradición moderna y razón vital

 

La filosofía es para Ortega un saber radical en un doble sentido: porque se plantea los problemas últimos, los más radicales, y porque se esfuerza en pensarlos de una manera también radical. Es una necesidad vital de saber a qué atenernos que implica una búsqueda de clarificación acerca de nosotros mismos y acerca de la realidad globalmente considerada. Pues bien, la filosofía de Ortega se inicia con una crítica de la tradición moderna, esto es, una crítica del racionalismo y del idealismo en los que ha consistido buena parte de dicha tradición de pensamiento, pues la modernidad significa para el filósofo español, ante todo, la toma de conciencia de la subjetividad, el predominio del sujeto, según puede apreciarse en Descartes, en Kant y, más aún, en el idealismo alemán que culmina con Hegel.

 

Ortega pretende criticar el racionalismo pero sin caer en el irracionalismo. De igual manera, pretende superar la vieja antítesis entre realismo e idealismo, como en seguida veremos. Ortega no quiere una razón enfrentada a la vida, separada de la vida, una razón pura, abstracta y teórica. No quiere una razón fría, dogmática y estricta, tanto si es metafísica como si representa el tipo de racionalidad de las ciencias físico- matemáticas, que no sabe qué decir acerca de los problemas humanos.

 

La razón naturalista o realista, según Ortega, se detiene ante la extraña realidad que es la vida humana y ello por la sencilla causa de que el ser humano no es una cosa, ni la vida humana es un objeto (por eso no posee naturaleza). Es la conocida afirmación orteguiana que asegura que “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia”.

 

La crítica al racionalismo moderno y a su exaltación de la razón físico- matemática le llevará Ortega a decir que es preciso repensar la vida humana con nuevas categorías o conceptos que sean radicalmente distintos de los que nos aclaran los fenómenos naturales o los fenómenos de la materia. Estas categorías o conceptos serán los de la razón vital.

 

En función de sus peculiaridades históricas y culturales, cada época tiene una tarea fundamental que realizar y un destino. Ortega considera que la nuestra no es otra que superar los principios básicos de la modernidad, superación que en el caso de España servirá además para la renovación de la vida política y social. La época moderna y el espíritu filosófico que la sustenta están en crisis y esta crisis debe superarse con nuevas creencias y nuevas formas culturales y vitales. Cada época está inspirada y organizada en ciertos principios; en el caso de la Edad Moderna, el principio básico que Ortega encuentra es el de la subjetividad, y la filosofía que lo gesta el racionalismo y el idealismo.

El racionalismo considera que la razón es la dimensión principal del hombre y trae consigo la idea de la racionalidad como una capacidad capaz de vincularnos con verdades abstractas, atemporales, ajenas a cualquier elemento histórico y subjetivo. En sus versiones más extremas, el racionalismo es contrario a la vida. Por su parte, el idealismo presenta al mundo como una construcción del sujeto cognoscente, como un contenido de la conciencia que se lo representa. Frente a estos puntos de vista encontramos doctrinas opuestas: el idealismo tiene como contraria la tesis realista típica del pensamiento antiguo y medieval, y al racionalismo se opone el relativismo y el vitalismo irracionalista (el de Nietzsche, por ejemplo). Ortega considera que ninguna de estas dos oposiciones es correcta, que es preciso encontrar una solución a la disputa entre el racionalismo y el relativismo, entre el idealismo y el realismo. Y ello sólo es posible profundizando en el gran descubrimiento de la modernidad (la subjetividad).

 

Ortega rechaza la visión de una razón ahistórica y transpersonal, pero sin proponer una actitud vitalista radical, irracionalista, al modo de Nietzsche; su racio-vitalismo reivindica una noción de la razón que no sea contraria a la vida, la razón vital. Pero antes de explicar en qué consiste ésta hay que tener en cuenta que en la historia del pensamiento se han dado dos interpretaciones opuestas de la realidad y del conocimiento: el realismo y el idealismo.

 

Para la concepción realista la realidad es independiente de la mente que se la representa, tiene una existencia propia, pues el sujeto cognoscente no construye la realidad que conoce. En el auténtico conocimiento nuestra mente es pasiva, es como un espejo fiel de la realidad. La metáfora que mejor muestra esta descripción de la realidad y el conocimiento es la metáfora del sello y la cera: cuando conocemos la realidad, esta impresiona sobre nuestra mente, deja su huella en nosotros (como el sello de un anillo lo hace sobre la cera).

 

El idealismo defiende todo lo contrario: la realidad es una construcción de la subjetividad o mente que se la representa, es inseparable de la conciencia que conoce; de aquí una nueva metáfora, la del continente y el contenido. La conciencia es como un receptáculo en el que existen o están presentes las cosas del mundo. El idealismo subraya el papel del sujeto y concibe la realidad como un mero contenido de conciencia; la filosofía kantiana defenderá este punto de vista. Ortega, estuvo influido en su juventud por el pensamiento neokantiano, pero pronto dejó de lado esta corriente para volver a recuperar la realidad perdida, aunque sin comprometerse por completo con el realismo. Se trata de mantener una posición de equilibrio entre el sujeto y el objeto, entre la mente y el mundo, entre el yo y las cosas.

 

Para expresar su propuesta de una nueva idea del mundo, superadora de la modernidad, Ortega nos presenta la metáfora de los “dioses conjuntos”, dioses de la Antigüedad que eran inseparables y participaban de un destino común; lo mismo ocurre con la realidad; la realidad tiene dos caras, el mundo y el yo, la subjetividad y las cosas y ambos extremos se necesitan mutuamente y no pueden darse uno sin el otro. Ni la realidad es una mera construcción del sujeto ni algo independiente y anterior al sujeto. Los términos yo y mundo, sujeto y objeto, pueden expresarse también con las palabras yo y circunstancias: mis circunstancias están ahí porque yo las atiendo, el mundo no es algo independiente, existe más bien en su relación conmigo, con mi subjetividad (residuo del idealismo); pero el yo no puede darse sin las circunstancias, no puede ser lo que es sino en el ámbito de lo concreto y depende de las cosas para su realización (residuo del realismo).

 

En resumen, para el filósofo español, tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad verdaderamente radical, que es la misma vida humana, pues en ésta arraigan tanto las cosas como el yo que intenta conocerlas y hacerse cargo de ellas.

 

Una de las principales aportaciones de Ortega a la filosofía consiste en su insistencia en que la razón no es algo ajeno a la vida, ni algo que tenga que aspirar a sustituir a la vida. Antes bien, la razón es una función vital y Ortega la interpreta como algo que nos ayuda a vivir más plenamente.

 

La razón vital orteguiana no es un modo de razón entre otros, ni sólo la razón que comprende la vida, sino que para Ortega es la vida misma como razón. Y esto puede entenderse en dos sentidos: en primer lugar, porque la razón vital es una realidad, ya que es el ser mismo de la vida en cuanto que necesita saber a qué atenerse. Y, en segundo lugar, porque la razón vital es un método que le permite a la vida orientarse. La expresión “razón vital” designa en Ortega el hecho de que la razón no es un reino inteligible en el cual la vida participe, ni tampoco algo simplemente añadido a la vida, o separado de ella, sino que es uno de los constitutivos de la vida humana misma, la cual no puede entenderse sin razón.

 

La razón vital o viviente es una razón histórica, que se hace y se desarrolla en la historia, pues la vida misma es histórica. Toda vida humana es biografía. Sólo cuando la vida misma funciona como razón conseguimos entender algo verdaderamente humano. Por eso hemos dicho que la razón vital es la vida misma en tanto que es capaz de dar cuenta de sí misma y de sus propias situaciones. La razón no es algo heterogéneo a la vida, distinto de la vida, pero tampoco es idéntica a ella. Es un órgano o función de la vida que puede convertirse en un instrumento de toda verdadera comprensión.

 



9 DIPLOMADO DE MEDICINA ANTIENVEJECIMIENTO………DRA MARYS ORTEGA TEMA 112
A TI TE DIGO ORACIONES MIGUEL ORTEGA RIQUELME NO
ACTUALIDAD DE ORTEGA Y GASSET LA REALIDAD (ONTOLOGÍA) PARA


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