MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA SI UN

ALÉM DOS MUROS DA ESCOLA A FORMAÇÃO DE HÁBITOS
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CONCELLO DE MUROS (A CORUÑA) ANEXO VIII SOLICITUDE DA

ESPECIFICACIONES TECNICAS PARA MUROS DE MAMPOSTERIA DE PIEDRA LAS
EXERCÍCIOS DE FUNDAÇÕES E TALUDES MUROS DE SUPORTE VERIFICAÇÃO
HENRIQUE MONTEAGUDO NASCUT EN LA VILA MARINERA DE MUROS

Miré los muros de la patria mía,

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes ya desmoronados

de la carrera de la edad cansados

por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía 5

los arroyos del hielo desatados,

y del monte quejosos los ganados

que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada

de anciana habitación era despojos, 10

mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,

y no hallé cosa en que poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.


Tema y estructura En este poema vuelve Quevedo a meditar sobre uno de los temas que más le atrajo: la presencia de la muerte en la vida. El poema es un soneto, es decir, un poema compuesto por dos cuartetos y dos tercetos de versos endecasílabos cuya rima es en este caso ABBA ABBA CDE CDE.

La estructura interna no se acomoda totalmente a la estructura métrica ya que como elemento organizador cabe mencionar una mirada que va variando su dirección en las tres primeras estrofas y una conclusión en el terceto final, especialmente en los dos últimos versos. El sujeto del poema mira algo: primero la ciudad (es el sentido que tenía entonces la palabra “Patria”), después el campo, y, finalmente, su casa. El cambio del objeto mirado exige un desplazamiento, y ésa sería la función de los verbos de movimiento salí y entré, además de la necesidad de buscar algo nuevo, aunque sin resultado. Esquemáticamente se puede señalar la siguiente organización que mantiene la acción de mirar y varía en lo que mira ( lo subrayado):


Primer cuarteto: Miré la patria (ciudad)

Segundo cuarteto: Salí al campo vi que…

Primer terceto: Entré en mi casa vi que…


Sin embargo, hay algo que unifica todo lo mirado. Y eso es lo que afirman los dos últimos versos con nueva referencia a la mirada (los ojos): y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese recuerdo de la muerte. Cambiará lo mirado, pero sujeto que mira y sentido permanecen: siempre ve la muerte. Son dos versos que se refieren, a modo de conclusión, a todo el anterior recorrido.

1.- Características y variaciones de lo que contempla.

Primer cuarteto En la mirada a su ciudad destaca un campo semántico que ha de tener pleno desarrollo en el poema: la caída. En efecto, los muros están desmoronados (y hay que subrayar la importancia del prefijo que niega del morfema derivativo des-), casi derruidos, cansados y ya caducan (es decir: caen). El causante de esta caída es el paso del tiempo, la carrera de la edad; y la repetición del adverbio ya muestra la importancia del cambio temporal. Este hecho implica una antítesis entre un tiempo anterior y el presente: los muros caídos antes eran fuertes y la valentía es cosa del pasado. Incluso en los dos primeros versos podemos ver cómo los sonidos de más vigor acompañan al pasado y a la patria: la RR, la P, la T (en patria, fuertes); en cambio, otros más suaves o débiles acompañan al momento y a los muros: la M, la R, la D (en miré, muros, desmoronados).

Aunque los actuales especialistas en Quevedo disienten, durante un tiempo se consideraba que los muros podrían representar la decadencia de España. Lo que no cabe duda, más allá de ese simbolismo, es que si la realidad vista representa el paso destructor del tiempo, la muerte, el hombre que mira también desempeña una importante función puesto que su mirada es selectiva. He aquí la subjetividad del texto: entre todo lo que podía mirar, ha elegido unos muros medio derruidos.

Segundo cuarteto El sujeto del poema, harto de lo que veía, se desplaza al campo. Probablemente en búsqueda de un panorama distinto, pero la sensación no va a cambiar. Ve el sol que seca los arroyos que bajan de los picos nevados, y el ganado que se lamenta por la sombra que se extiende. Continúa el protagonismo del tiempo pero frente al tiempo cronológico e histórico anterior, ahora es el tiempo natural. ¿Qué ha visto de grave? ¿Sugiere sequías o heladas? Puede ser, pero también puede tratarse de el simple y lógico desarrollo natural (nieve, agua, sol, las sombras del monte). Para explicarse la gravedad de lo que ve y la coherencia del poema, señalemos, por un lado, que todo son imágenes de pérdida: el hielo deja de serlo al separarse desatado (de nuevo el prefijo des-) y convertirse en arroyo, y éste, a su vez, también desaparece más tarde al secarse por la acción del sol; finalmente, la sombra del monte ahuyenta la luz. Y, por otro, encontramos un nuevo ejemplo de la subjetividad del texto: lo que prima está en cómo es la mirada, y en cómo lo cuenta. Así lo demuestra la selección de las palabras: metafóricamente personifica al sol para que beba y seque el arroyo, y al monte presentado como un ladrón que roba (hurtó) la luz, con una nueva antítesis (sombras y luz) en la que triunfa el elemento negativo. ¿Y no será que el ganado, probablemente ovejas, al emitir sus balidos le haya recordado a lamentos, a quejas? De un modo u otro es un paisaje desolador. No ha funcionado la salida.


Primer terceto Agotadas las posibilidades exteriores, en la ciudad y en el campo, acude ahora al espacio íntimo, mi casa, con posesivo como el que acompañaba a la patria mía, por ser ambos lugares propios del hombre, público uno, privado el otro. La casa estropeada (amancillada) no es sino despojos de una anciana habitación y así reaparece la antítesis temporal. La mirada se dirige para cerrar su recorrido a un solo objeto mucho más ligado al hombre: el bastón o báculo; apoyo del hombre y sostén necesario para lo que se inclina, lo que está a punto de caer y así sugiere cómo se halla el hombre. Sin embargo, es el mismo bastón quien se tuerce y pierde su fuerza con nuevo paralelismo con los muros (si un tiempo fuertes éstos, menos fuerte el bastón).


El primer verso del último terceto se puede incluir en la parte de la casa y así las tres serían del mismo número de versos o ser considerado como un verso de transición. En cualquier caso antes de la definitiva conclusión, se refiere a un nuevo objeto, mi espada, con el tercer posesivo. La espada por su relación directa con la persona remite al bastón aunque sin la distancia de quien mira, puesto que afirma sentirla; parece que está entre sus manos, que la empuña. Sin embargo, no hay necesidad de presentar batalla: la derrota aparece desde la primera palabra, vencida. Es el tiempo, la edad, quien acaba con toda posibilidad de resistencia que apenas llega a insinuarse.


2.- Cierre y conclusión Ha acabado la búsqueda y concluye el poema con dos versos encabezados por la conjunción Y, como cierre ordenado al texto. Es la conclusión lógica y definitiva. Vuelve a hacer referencia a la mirada pero con algunos rasgos nuevos: la reiterada negación que encabeza cada uno de los dos versos, el indefinido cosa que se refiere tanto a todo lo dicho anteriormente como a cualquier otro objeto que se le pudiera ocurrir, y, por último, la verdad que por fin aparece explícitamente: a pesar de la búsqueda emprendida, todo recuerda a la muerte, la muerte alcanza a todos los escenarios por los que se pueda mover el hombre. La muerte está en la vida destruyéndola. Es la última y definitiva palabra, y es ése precisamente el lugar que le ha reservado en el soneto. Aunque con un poder que se extiende hacia atrás, a todo lo dicho. Su influencia se ve incluso en la sílaba acentuada casi igual a las dos palabras que le anteceden marcando el ritmo fúnebre y reiterativo del verso final: que no fuese recuerdo de la muerte.

En todo había decadencia, por todo se extendía el poder de la muerte y de su fiel servidor, el tiempo. A diferencia de otros poemas de idéntico tema de Quevedo, en los que esa batalla también se produce en el cuerpo, en éste se ha centrado en aquellos lugares por los que se mueve la persona, que están fuera de él y que contempla. Y esa mirada desde fuera hace que sea menor que en otros textos la lucha, la resistencia e incluso la expresión de angustia. Y eso, unido al tono lógico, sereno, contundente y equilibrado de los últimos versos, da una clara sensación de que nada se puede hacer, de fatalismo.



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