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LOS HOGARES DE ANCIANOS SON LA ÚLTIMA PARADA PARA LA MAYORÍA DE LOS NORTEAMERICANOS

LOS HOGARES DE ANCIANOS SON LA ÚLTIMA PARADA PARA LA MAYORÍA DE LOS NORTEAMERICANOS


Por Muriel Gillick y Len Fishman


"Internar a mi madre en un hogar de ancianos fue la decisión más dura que tomé en toda mi vida", dijo Cynthia Cooper, recordando el día, hace poco más de tres años, cuando supo que su madre no volvería a casa.

Su madre, Frances Zaft, había vivido en su propio apartamento en Randolph, Massachusetts, con mínima ayuda exterior hasta que, a los 88 años, sufrió una histerectomía. Superó la cirugía, pero unos pocos días más tarde se produjo una infección grave, que la llevó a quedarse internada por un período prolongado y luego fue transferida a un centro de rehabilitación. Débil y deprimida, necesitaba ayuda para vestirse, ir al baño y hasta para levantarse de una silla.

"La única alternativa a que fuera a un hogar de ancianos hubiese sido que se mudara conmigo" dijo Cynthia. "Lo que hubiese significado que mi marido se fuera. Necesitaba tantos cuidados".

Para personas como Frances, que requieren de cuidados profesionales de enfermería así como terapia física, la única respuesta es un hogar de ancianos. Actualmente, el 24 por ciento de los norteamericanos mayores de 85 años viven en hogares de ancianos. Según las proyecciones de Peter Kemper y Christopher Murtaugh, publicadas en el New England Journal of Medicine (Revista de Medicina de Nueva Inglaterra) en 1991, el 43 por ciento de los norteamericanos de más de 65 años vivirán en un hogar de ancianos por un tiempo, antes de morir.

Se enfrentan a una serie de desafíos: escoger el hogar adecuado, encontrar maneras de que tenga sentido su vida en su nuevo ambiente y, en última instancia, tomar decisiones respecto de cómo van a morir. Como lo descubrió Cynthia, el proceso puede ser complejo.

Debido a que su madre era paciente del New England Sinai Hospital, el departamento de trabajo social del hospital la envió a un hogar. "Era limpio y la atención era buena" recordó Cynthia. "Pero mi madre no quería comer la comida del lugar. No había comida judía, nada de lo que estaba acostumbrada a comer. Ahí fue que me di cuenta que tenía que conseguir que la admitieran en el Centro de Rehabilitación Hebreo de Boston".

La adaptación a la vida en el hogar no fue fácil para la madre ni para la hija. Frances vivía en un cuarto doble y se quejaba que sus primeras compañeras de cuarto la trataban mal. Ocasionalmente un residente masculino perdido se metía en su cuarto para usar su baño.

"Mi madre se sentía muy a disgusto al principio" dijo Cynthia. "Pero tenía una asistente de enfermería maravillosa. Literalmente trajo a mi madre de vuelta a la vida. Ayudó tanto con su equilibrio mental. Y, honestamente, también con el mío".

Pero no se acabaron allí las decisiones que Cynthia tendría que tomar respecto de los cuidados de su madre. Cuando Frances llegó al Centro Hebreo de Rehabilitación, la trabajadora social del lugar le pidió que escogiera un representante en cuestiones de atención de su salud, la persona a la que se dirigirían los médicos en situación difíciles si Frances no podía tomarlas. Sin vacilar eligió a su hija.

La capacidad de toma de decisiones de Cynthia se vio muy exigida al comienzo de la permanencia de su madre en el lugar. El médico del hogar de ancianos le preguntó a Cynthia si se debía intentar resucitación cardiorrespiratoria en caso de que se detuviera el corazón de su madre y dejara de respirar. ""Habíamos hablado acerca de lo que querría mi madre en términos de ayuda médica si volvía a enfermarse. Cuando una amiga tenía un problema e iba al quirófano o pasaba por algún tipo de intervención yo le preguntaba a mi madre: '¿Querrías eso si estuvieras en su lugar?' Mamá me dijo que no quería que la mantuvieran viva con máquinas. Por lo que sabía lo que quería".

Para muchos familiares ésta es una decisión difícil, aunque, de acuerdo a un estudio de 1989 de Don Murphy y otros colegas, publicados, en los Anales de la Medicina Interna, un paciente de un hogar para ancianos tiene un 3 por ciento de probabilidades de superar un paro cardíaco. Y los pocos sobrevivientes según un artículo de 1996 publicado en los Archivos de Medicina Interna, en muchos casos ya no podrán volver a vestirse ni caminar solos.

En 1998, Cynthia pensaba que cualquier intervención médica que no fuera la resucitación cardiorrespiratoria estaría bien para su madre. Esperaba que Frances recuperara las fuerzas y el equilibrio emocional. Tenía objetivos simples para su madre. Que siguiera viva y que tuviera la mayor independencia posible.

Entonces Frances hizo lo que alrededor de 300.000 personas de más de 65 años hacen todos los años: se quebró la cadera.

La llevaron al hospital para la cirugía. Durante la breve estadía de su madre en el hospital, Cynthia descubrió que los mejores hospitales en muchos casos no son los mejores lugares para pacientes mayores de hogares de ancianos.

"El hospital fue horrible, de verdad" recordó. "Era el fin de semana y había mínimo personal de enfermería. Mi madre estaba dolorida. La gente entraba y salía y no parecía importarle a nadie. Nadie la conocía. Entonces comenzó a ponerse muy confundida cada noche. Se negaba a comer. Estaba incontinente en la cama. Un día llegué y la encontré con las sábanas sucias y ella me miró y dijo: '¿Dónde estabas?' Me partió el corazón".

Cynthia decidió entonces evitar la estadía de su madre en hospitales en el futuro si fuera posible.

"Llamé al médico y le dije que era hora de concentrarse en la comodidad. Dijo que podía dar orden de 'no hospitalizar'. Mamá aún recibiría medicamentos como antibióticos y píldoras si las necesitaba. Pero si se enfermaba, sería tratada en el hogar, en su propia cama, con las enfermeras que conocía".

Lograr la comodidad en el hogar de ancianos no siempre es fácil. Un informe de 1997 del Institute of Medicine reveló que entre el 40 y el 80 por ciento de los residentes de hogares sufren de dolores regularmente, principalmente porque el personal puede ser renuente a usar narcóticos para aliviar el sufrimiento. Cynthia dijo que habló con el médico del lugar para que se supiera que el principal objetivo para su madre era controlar sus síntomas y en particular el dolor.

Los hogares de ancianos no siempre son buenos lugares para morir, aunque el 24 por ciento de los americanos mayores de 65 años lo hacen en hogares de ancianos, según un informe del 2000 de la Rand Center to Improve Care of the Dying (Centro Rand para la mejora de la atención de las personas en trance de morir). No sólo es inadecuado en muchos casos el control del dolor, sino que los médicos por lo general no se involucran. Algunas familias recurren a programas de atención domiciliaria ("hospice"), que en muchos casos envían una enfermera para hacer recomendaciones respecto del manejo de los síntomas y proveen un asistente personal varias horas al día cuando se acerca el fin. Estos centros ("hospices") comúnmente ofrecen asesoría a las familias junto con los pacientes.

Para Cynthia el capellán del centro ha sido invalorable.

"Me quedo con Cynthia y su madre siempre que puedo" dice Hali Diecidue que, junto con un rabino de tiempo completo, ofrece servicios religiosos, asesoría pastoral, grupos de estudio y reuniones de canto a los residentes. "No nos parece que tengamos que hablar con Frances todo el tiempo. A menudo basta con estar con ella".

Hay hogares más pequeños y no religiosos que no tienen sus propios capellanes, pero la mayoría tiene relaciones con religiosos que llegan de visita regularmente. Muchos familiares de residentes de hogares reciben apoyo de su propio ministro, sacerdote o rabino.

Pese a la decisión de evitar los hospitales y limitar los exámenes, Frances Zaft está viva. Se queda sentada en su silla de ruedas con su pelo blanco ordenado, su ropa limpia y atractiva. Lleva un collar de cuentas, regalo de su nieto. Muchas veces dormita. Periódicamente mira a través de sus grandes anteojos redondos y pregunta: ¿Puedo comer una mazorca tierna hoy?

Cynthia Cooper sabe que su madre está en el último tramo de su viaje por la vida y quiere que el tiempo que le quede sea lo más cómodo y que tenga el mayor sentido posible. En este momento dice Cynthia "las pequeñas cosas son las que cuentan. Mamá lleva pantalones y zapatos azules. Debiera usar medias al tono. Y es importante el contacto físico.

"Es importante tratar a mamá con respeto" dice Cynthia. "No escucha ni oye bien. Tiene dificultad para seguir el hilo de una idea aunque lo escuche. Pero no es 'cariño' ni 'linda'. Es una persona con una familia y una historia. Es Frances Zaft."

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(La doctora Muriel Gillick es jefe de médicos del Centro de Rehabilitación Hebreo para los Mayores en Boston y profesora adjunta de medicina en la facultad de medicina de Harvard. Len Fishman es abogado y presidente del Centro de Rehabilitación Hebreo para los Mayores.)

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Para más recursos y contactos sobre cuestiones del fin de la vida vaya a www.findingourway.net.

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(c)2001, Partnership for Caring, Inc.

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