EL CUERPO FRAGMENTADO MIGUEL FELIPE SOSA LA

CUERPO MUNICIPIO (PROVINCIA) VOLANTE ACREDITATIVO DE LA DILIGENCIA DE
FECHA SERVICIO DE PRODUCCIÓN DE ANTICUERPOS SOLICTUD
0870 MASSOPROSTATUM LONGUM CABALLERO 1947 DIAGNOSIS EJEMPLAR GRANDE CUERPO

0958 RENIFER BREVICOECUS CABALLERO 1941 DIAGNOSIS EJEMPLAR PEQUEÑO CUERPO
1 CRIBADO DE ALOANTICUERPOS IDENTIFICACIÓN DE ALOANTICUERPOS ANTIHLA O
1 EN UNA MAQUINA DE ATWOOD LOS DOS CUERPOS

El cuerpo fragmentado en

El cuerpo fragmentado



Miguel Felipe Sosa



La referencia al cuerpo fragmentado, en Lacan por supuesto, remite directamente a la original cuestión presentada en el Congreso internacional de psicoanálisis de Marienbad en 1936, en el de Zurich en 1949 y, posteriormente, en su artículo “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”1. Y específicamente, la referencia al cuerpo fragmentado es indisociable de la descripción de la adquisición de la unidad del cuerpo. Lacan presenta esa unificación de tal manera que nunca se logrará perfectamente. Entonces, en primer lugar, voy a situar el tema de la fragmentación del cuerpo en su contexto propio, el del estadio del espejo, es decir, en el momento en que el niño descubre la forma total de su propio cuerpo en su imagen reflejada en un espejo.


LA IMAGEN ESPECULAR


En el artículo citado, Lacan ubica el estadio del espejo en el tiempo ‑comienza a los seis meses de edad y finaliza a los dieciocho‑ y lo define “como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”2.


La transformación mencionada se refiere a la que se le desencadena al niño cuando se encuentra con lo que Lacan llama “la forma total del cuerpo”3 reflejada en un espejo plano. A esa edad, el niño todavía se encuentra en un estado de incoordinación motriz, de inmadurez, a consecuencia de la “prematuración específica del nacimiento en el hombre”4. Y aunque con excepciones, habitualmente sucede que durante la vigencia de esa prematuración, el niño se encuentra con su propia imagen reflejada en el espejo y allí se reconoce, al contrario del chimpancé que se desinteresa de su reflejo cuando descubre que detrás del espejo no hay nadie. La fórmula más precisa de esta identificación a la imagen especular, cuando se logra, es “ése soy yo”.


Este reconocimiento, dice el mismo texto, “rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado”5. Por eso, Lacan caracteriza el estadio del espejo como “un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad”6. Entonces, la identificación a la imagen especular conduce al niño al hallazgo de un lugar de residencia para el futuro sujeto, en un momento aun de prematuración biológica. Así se inaugura una vía de reconocimiento de la propia identidad en la que la imagen del cuerpo va a aparecer al sujeto como origen de una fantasía de fragmentación o como una totalidad que cabe llamar ortopédica. Es decir que la imagen especular cumple la función de un dispositivo de naturaleza virtual –en el sentido de la óptica‑ que mantiene aceptablemente unido a un cuerpo en ese momento incoordinado, inmaduro, fisiológicamente imposibilitado de experimentar su propia totalidad. Pero la posterior maduración biológica del cuerpo no hará desaparecer esa fragmentación inicial.


Y en este punto preciso, Lacan menciona a Jerónimo Bosco:


Este cuerpo fragmentado [...] se muestra regularmente en los sueños [...]. Aparece entonces bajo la forma de miembros desunidos y de esos órganos figurados en exoscopia, que adquieren alas y armas para las persecuciones intestinas, los cuales fijó para siempre por la pintura el visionario Jerónimo Bosco, en su ascensión durante el siglo decimoquinto al cenit imaginario del hombre moderno7.


La contundencia de este comentario constituye una razón más que suficiente para ver algunas imágenes pintadas por este artista y extraer alguna conclusión de ello. Pero antes de hacerlo, quiero precisar de manera más clara esta cuestión y también presentarles la pertinencia clínica de este tema.


Entonces, continúo con Lacan. Dieciocho años después de la presentación del estadio del espejo en el congreso de Marienbad, en la sesión del seminario del 8 de diciembre de 1954 –El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica‑, Lacan se refiere otra vez al estadio del espejo:


Toda la dialéctica que a manera de ejemplo les presenté bajo el nombre de estadio del espejo se basa en la relación entre, por una parte, cierto nivel de tendencias, experimentadas –digamos por ahora, en determinado momento de la vida‑ como desconectadas, discordantes, fragmentadas –y de esto siempre queda algo‑ y, por la otra, una unidad con la cual se confunde y aparea. Esta unidad es aquello en lo cual el sujeto se conoce por vez primera como unidad, pero como unidad alienada, virtual8.


Y en la sesión siguiente, el 15 de diciembre del mismo 1954, hace mención del cuerpo fragmentado:


El cuerpo fragmentado encuentra su unidad en la imagen del otro, que es su propia imagen anticipada: situación dual donde se esboza una relación polar pero no simétrica. [...] El sujeto [...] está descompuesto, fragmentado. Se bloquea, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen especular. Ahí, encuentra su unidad9.


La afirmación de que de la fragmentación “siempre queda algo” requiere que nos detengamos un momento en esta cuestión para evaluar su alcance. Si la máxima unidad posible de la imagen del cuerpo es ortopédica, la identificación resolutiva (“ése soy yo”) que se inaugura por el reconocimiento de la imagen especular, necesariamente va a quedar afectada de una mayor o menor fragilidad. Por lo tanto, la búsqueda o la conservación de la unidad de la imagen resultará inagotable. Y la relación con el otro, con el semejante que le permite reconocerse en la forma típica de la especie, podrá cumplir la función de confirmación de la experiencia descripta como el estadio del espejo.


Lacan sostiene que “el sujeto, fragmentado, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen especular. Ahí encuentra su unidad”. Sin embargo, el hecho de que la imagen tenga un lado fundamentalmente engañoso a causa de la discordancia entre la totalidad de la imagen virtual del espejo y la inmadurez del niño, no impide que esa imagen sea formadora, constituyente del yo en la identificación resolutiva. Aquí, a propósito de la imagen, Lacan no utiliza los términos “alienada”, “virtual”, “engañosa”, de manera peyorativa o como vicios que habría que superar. Sólo describe la dialéctica propia de un tipo de identificación, de acuerdo con la naturaleza del dispositivo óptico que la desencadena. Por lo tanto, para hacer posible el estudio de este tema hay que superar la limitación que acarrea el dogma de la supremacía del simbólico, fundamento de la jerarquía mencionada.


Treinta y nueve años después del congreso de Marienbad, en el seminario del 11 de Marzo de 1975 ‑RSI‑, en plena época de manipulación y presentación de nudos, como afirmamos en el argumento de este coloquio, Lacan reitera que


el estadio del espejo consiste en la unidad captada, en la reunión, en el dominio asumido (del propio cuerpo) por el hecho de la imagen, de que ese cuerpo, de prematuro, de incoordinado hasta entonces, parece reunido, (parece) hacer de él un cuerpo, a saber que él lo domina, [...] lo que no sucede en el mismo grado en los animales que nacen maduros: no hay esta alegría del estadio del espejo, lo que he llamado júbilo10.


En este párrafo Lacan expone una vez más las características del estadio del espejo. Es claro que en 1975 ha atravesado todos los seminarios donde la relación especular ha quedado, por ejemplo, subordinada al simbólico o contrastada con el objeto a, pero ninguna de estas u otras elaboraciones canceló la necesidad –teórica y/o clínica‑ de referirse al estadio del espejo de acuerdo a los mismos términos de su presentación original.


Pero además de esta comprobación textual de la permanencia del estadio del espejo en los seminarios de Lacan, quisiera presentarles material clínico en el que vamos a encontrarnos con la necesidad de recurrir al estadio del espejo para hacer aprensible este caso. Debido a que este material proviene de observaciones psiquiátricas, voy a usar la expresión “material clínico” en un sentido laxo, para designar los datos provenientes del archivo de un hospital psiquiátrico o de una monografía escrita por un psiquiatra. Más adelante nos encontraremos con la restricción que la práctica analítica impone al término “clínica”, es decir, el analista.



LAS IMÁGENES DE WAGNER



Voy a comentar un aspecto del caso de Ernst Wagner11, el delirio de plagio. Para ello necesito apoyarme en algunos acontecimientos fundamentales, anteriores a este delirio. Por ese motivo, voy a recordarlos para los que ya conocen el caso y los que no lo conocen tendrán el apoyo mínimo necesario para seguir el hilo del problema al que este caso nos enfrenta a propósito de la relación especular.


El profesor Ernst Wagner (1874-1938), sin antecedentes penales previos, ingresó a la historia de la psiquiatría por los crímenes que cometió durante la madrugada y la noche del 4 de septiembre de 1913, a los 39 años, en dos poblaciones cercanas a Stuttgart, primero en Degerloch, luego en Mühlhausen. En el primer lugar, donde él residía, al despuntar el alba, mató de manera sangrienta a su mujer y a sus cuatro hijos. En el segundo, donde anteriormente había ejercido la docencia, dejó a catorce personas muertas, once heridas y varias granjas incendiadas, en un intento de matar a todos los hombres del pueblo12.


Sorprendentemente, después de haber cometido los crímenes, Wagner salvó su vida a pesar de que los enfurecidos habitantes del pueblo trataron de aniquilarlo. No lo mataron por que los golpes propinados por los vecinos lo dejaron en tan mal estado que parecía muerto. Entonces, lo detuvieron, lo curaron –le amputaron la mano y parte del brazo izquierdos‑ y, posteriormente, recuperó íntegramente su lucidez.


Todavía en el hospital, el 6 de septiembre, ante el juez del correspondiente distrito, Wagner declaró que había dejado unos escritos sobre los motivos y la planificación de sus actos. Él confiaba que cuando el tribunal los conociera, rápidamente lo declararían culpable y lo condenarían a muerte. Explicó que sus crímenes se debían a faltas morales cometidas doce años atrás en ese mismo pueblo. Se trataba de “relaciones contra natura sostenidas con animales”. A su familia la había matado por compasión, especialmente a sus hijos. Como se le parecían, creía que les había transmitido sus “inclinaciones amorales” y por lo tanto podían pasar por los mismos horrores que él. Para evitarles esa desgracia decidió matarlos. Y a los hombres de Mühlhausen los mató para vengarse. Estaba convencido de que ellos sabían de sus faltas morales y por eso lo calumniaban. En un momento veremos en qué se apoyaba Wagner para mantener la certeza de ese fenómeno de significación personal, de ese delirio de relación, de referencia, de observación, o como quieran llamarlo.


Posteriormente, el juez de instrucción hizo comparecer muchas veces no sólo a Wagner sino a testigos que lo conocían, como jefes, colegas, amigos. Y así concluyó que ninguna de las personas interrogadas tenía conocimiento de las faltas a la moral ‑los actos de bestialismo‑ confesadas reiteradamente por Wagner. Por ese motivo el juez de instrucción consideró necesario un peritaje psiquiátrico, y Gaupp se encargó de ese trámite. Las conclusiones del perito determinaron que se desecharan las acusaciones contra Wagner y que fuera recluido en el Asilo para Alienados de Winnental, donde murió el 28 de abril de 1938.


Gaupp publicó en 1914 una monografía, versión corregida de su informe pericial, titulada El caso Wagner. Un peritaje médico y un estudio psiquiátrico de psicología criminal. Por él sabemos que uno de los escritos mencionado por Wagner al juez era su Autobiografía, escrita entre 1909, ocho años después de los actos de zoofilia, y 1913, poco tiempo antes de los crímenes. Y también por Gaupp conocemos una parte de su contenido.


Así, nos enteramos de que Wagner estaba plenamente convencido de que las particularidades de su intimidad sexual “anormal”, “amoral” o “contranatura” –como el las calificaba‑ se le notaban, se le veían; es decir que eran parte de la imagen de su cuerpo, por lo tanto visibles para los otros. En consecuencia, estaba convencido de que los otros lo veían como un monstruo, como radicalmente desemejante.


Según Wagner, la primera falta moral grave que cometió, de naturaleza sexual, fue la masturbación. Gaupp cuenta que se inició a los 18 años y entonces la consideró como causa de su debilidad nerviosa. Con esta idea, Wagner compartía las creencias de esa época en los efectos perniciosos del onanismo, considerado en los libros de divulgación como un extravío. Pero esta creencia no terminaba ahí. La opinión generalizada era que a los jóvenes se les notaba el vicio. Por ejemplo, las ojeras eran un signo seguro de la entrega a la masturbación. Dice Gaupp:


La opinión generalizada era que a los jóvenes pecadores se les notaban sus extravíos. Se creía que el onanismo producía debilidad precoz, tuberculosis, debilidad mental y consunción. Tener ojeras era un signo seguro del “vicio”. Una mirada lúcida, se decía, reconoce de inmediato al onanista por su aspecto. Y Wagner lo creía. Se miraba en el espejo, se sentía desgraciado por su continua falta de voluntad para abstenerse, luchaba, se abstenía algún tiempo y recaía13.


El psiquiatra ya había observado desde su primera publicación sobre este caso que el paciente creía


comprobar en sí mismo las consecuencias de sus excesos. Así, se observaba ante el espejo, descubría que tenía mal aspecto [...] y estaba convencido de que se degradaban rápidamente su cuerpo y su alma14.


Gaupp también cita párrafos de la Autobiografía donde Wagner expresa con sus propias palabras su intenso sentimiento de culpa producido por la masturbación. Por ejemplo:


No, el mal de los nervios no surge del alcohol, no proviene del trajín de la gran ciudad, ni siquiera del ajetreo y la preocupación de la lucha por la subsistencia, sino que su causa principal radica en el vicio sexual, en perversiones sexuales de todo tipo15.


O más explícitamente:


Ustedes me verán tal como soy, tal como lamentablemente soy. [...] Empero, lo que confirió a mi vida entera esta dirección tan desgraciada, lo que me costó la juventud y finalmente me orilló a la cloaca más profunda, es que sucumbí al onanismo. Con ello no revelo novedad alguna a la mayoría de los que me conocen. Se me notaba16.


Y, según Gaupp, aunque no desdeñaba a las prostitutas, a los 26 años no había logrado liberarse del vicio.


El psiquiatra cuenta un incidente en el que el tema de la masturbación aparece delirantemente. En la posada:


Un profesor católico apellidado Wingerter habló de un libro sobre la educación china, precisando que los chinos castigaban a los niños perezosos haciéndoles trazos negros en torno a los ojos. Sin motivo alguno, Wagner se sintió aludido y, al regresar a la casa [...] dijo que Wingerter había intentado tratarlo como un verdadero degenerado. Tiempo después, Wagner le reprochó a Wingerter haberlo acusado de onanismo17.


Finalmente, entre el verano –julio‑ de 1901 y el otoño –noviembre‑ de 1902, en el pueblo de Mühlhausen, ocurrieron los actos de bestialismo que determinaron la decisión de Wagner de cometer los crímenes e incendios en ese lugar. Estos actos sexuales con animales, renovaron su delirio de referencia, que incluía la certeza de que los vicios sexuales a los que se entregaba se le veían en la imagen de su cuerpo.


En la Autobiografía, antes de haber cometido los crímenes, Wagner escribe:


Para quitarme de encima sin demora la confesión: Ich bin Sodomit, soy zoofílico. Aunque es bueno que lo haya revelado, no quiero hablar más del asunto18.


La frase Ich bin Sodomit parece la confesión de un rasgo de identidad, insoportable porque se trata de la materia que constituye la monstruosidad. De todos modos, él estaba seguro de que muchos en el pueblo estaban enterados de sus faltas.


Después de los crímenes, en una de las declaraciones ante el juez de instrucción, Wagner dice:


El móvil de mi crimen, como ya lo declaré y repito, fueron las maliciosas habladurías de los demás sobre mí, y por ende también sobre mi familia, por los delitos contra la moral que cometí en Mühlhausen durante la primera parte de mi estancia allí. Del tipo de animales con que practiqué actos impúdicos, como así también de todos los detalles, no he hablado hasta ahora ni voy a hablar. Tampoco diré jamás qué indicios puntuales tengo de que la gente había llegado a enterarse de mis actos inmorales. Simplemente supuse que había gente que sabía de ellos. Qué personas en particular, no lo diré. Creo haber oído alusiones muy precisas de que, aun cuando no se supiera nada exacto, se tenían sospechas de mi proceder; quiero decir: no se me podía comprobar nada porque nadie estuvo parado allí, entonces mal pueden aportar pruebas; pero la gente tiene sospechas y las propaga. Si usted me dice que según sus investigaciones nadie en Mühlhausen tenía sospechas de mí, y que menos aún alguien habló de mí en ese sentido, no puedo más que sujetarme la cabeza entre las manos19.


De todos modos, Wagner proporcionó su versión delirante de la vía por la cual la gente del pueblo se habría enterado de sus actos impúdicos: estaba seguro de que en el lugar donde había sucedido, el bestialismo se le notaba, estaba seguro de que se le veía lo mismo que antes creía que el vicio de la masturbación se le manifestaba por la ojeras.


En una de las entrevistas con Gaupp, por ejemplo, Wagner sostiene: “No creo que la gente haya pensado siempre en eso, como lo hacía yo, pero cada vez que me veían, hablaban del asunto entre ellos”20. O en un careo con amigos: “A menudo pensé que se me notaba, que ustedes lo leerían en mi alma”21. Incluso Gaupp registró esta creencia de Wagner: “Interrogado acerca de cómo podían saber algo si nadie estuvo allí, Wagner opina que eso se veía en él”22. Y en las conclusiones del dictamen pericial, Gaupp incluyó esta creencia de Wagner en que la gente lo veía y se daba cuenta de que había cometido delitos contra natura como una clave del fenómeno de significación personal. El psiquiatra reconoció que para su paciente, “su mala conciencia se delataba en su apariencia exterior, sus gestos y su porte, y la gente lo veía y se daba cuenta de ello, lo que lo convertía en objeto de interés y observación”23.


Sin embargo, después de la matanza frustrada –sólo mató a catorce personas‑, en los encuentros con el juez de instrucción y luego con Gaupp, Wagner se vio obligado a reconocer que nadie estaba enterado de sus faltas contra la moral. Fue confrontado verbalmente, careado, con sus amigos de Mühlhausen y Radelstetten. Y todos ellos se sorprendieron ante la creencia del acusado respecto al conocimiento de sus faltas. Evidentemente, todos declararon la verdad. Y ante el psiquiatra, Wagner tuvo que admitir, hasta cierto punto, que había sido víctima de un delirio. Esto fue muy perturbador para el paciente.


Cito detalladamente un fragmento del diálogo entre el psiquiatra y Wagner sostenido dos meses después de la matanza, en la clínica de Tubinga. Después de haber entrevistado al acusado durante dos meses, el perito Gaupp concluyó el diagnóstico de paranoia, lo que posteriormente dio lugar a la reclusión perpetua de Wagner en un manicomio en vez del desenlace que él esperaba, la pena de muerte:


En esa época me dijo muy cortésmente:


W: Veo en usted al más peligroso de mis enemigos; siempre temo que pueda considerarme y declararme irresponsable de mis actos. Sólo siento temor de usted y de su peritaje. No vaya a creer que me haría un favor con eso. Deseo morir.[...]


La conversación del 18 de noviembre resultó especialmente interesante:


W: Quiero decirle lo que pensé estos últimos días. Veo en usted a un enemigo, no personal, pero pienso que ha minado el sentimiento de certeza que antes tenía; aquí y allá me sorprende el remordimiento. Incluso llego a sorprenderme pensando en la gente de Mühlhausen; en todos aquellos que después de los hechos quedaron completamente borrados de mi memoria durante semanas. No soy tan testarudo como para no poder aprender algo.


G: ¿Por qué dice que soy su enemigo?


W: Porque usted quiere plantear la situación como si yo hubiera sido víctima de un delirio, con lo que me hace perder mucho de mi sostén. Si hubiera sido un delirio, entonces yo tendría que decir que estoy libre de culpa. En tal caso, la gente diría que actué sin premeditación, que antes tendría que haberme cerciorado de que tenía razón. ¿De qué me sirve un saber que no está presente en el momento justo? Sólo me causa nuevos sufrimientos. Si el hecho no hubiera sucedido, todavía ahora estaría reflexionando, día tras día, si debo hacerlo. Admito que estoy a punto de creer sin restricciones que me he equivocado.

G: ¿A qué se refería cuando declaró que había deshonrado a toda la humanidad?

W: Porque lo que hice es algo que va contra la naturaleza24.


En el transcurso de estas entrevistas, Gaupp trató de convencer a Wagner que el delirio de referencia era un error que invalidaba el motivo de sus crímenes. Incluso en presencia de Wagner y del juez de instrucción ya había interrogado a amigos del acusado que declararon que no tenían conocimiento de las faltas que él se atribuía. Por ejemplo, en la conversación del 11 de diciembre:


G: Tengo la impresión de que usted continúa creyendo que hubo habladurías y burlas en Radelstetten. ¿No puede siquiera por una vez confiar en sus mejores amigos?

W: No sé si a usted le iría de otro modo si durante toda una década hubiera estado convencido de algo así.

G: ¿Entonces no puede convencerse de que se equivocó?

W: Bueno, si alguien me preguntara, diría que estoy convencido. Pero, como le digo, siempre me viene el otro pensamiento.

G: ¿No es extraño eso? ¿Desaparecen los motivos para odiar y usted, sin embargo, sigue haciéndolo?

W: Es que estoy acostumbrado a este odio; quizás sólo sea costumbre; acabo de caer en él.

G: ¿De qué depende que lo haga?

W: Se lo digo con franqueza: es que simplemente no puedo terminar de creer que me haya equivocado25.


En otra ocasión, le dijo a Gaupp:


Señor profesor, usted me ha destrozado. No tengo más que un deseo, el de terminar de una vez por todas26.


Al demostrarle que sus vicios no se veían, que los habitantes de Mühlhausen no los habían notado y que por lo tanto no lo habían calumniado, Gaupp destrozó la imagen de monstruo, delirantemente construida, que sostenía la identidad de Wagner. Esta identidad, insisto, dependía de la creencia fundamental de que sus vicios se le notaban. El desmentido de ese delirio le dejó su imagen destrozada, es decir, gravemente fragmentada.


Entonces, veamos atentamente a Wagner. Como dijimos, comenzó a escribir su Autobiografía en 1909, es decir, ocho años después de los actos de zoofilia, y la concluyó en 1913, muy poco tiempo antes de cometer los crímenes. Allí, relata los sufrimientos de su infancia y adolescencia con todo detalle. Escribe sobre su poco respetado padre, muerto cuando él tenía dos años y sobre su madre, de quien Gaupp afirmó que era “una mujer de cascos ligeros” a causa de su “apetito sexual anormalmente intenso”. Describe la degeneración de su familia, pero sobre todo, se describe él mismo como monstruoso. Después de los actos de bestialismo él se consideró una bestia humana, un animal humano que debía desaparecer. El deseo sexual lo convertía en un animal, la escritura lo mantenía humano, pero sólo mientras preparaba la muerte de su familia y los crímenes de Mühlhausen. Después de matar a los hombres de ese pueblo, Wagner quería incendiar el castillo de Ludwigsburg y morir allí, consumido por ese fuego.


Al escribir su Autobiografía, Wagner dibujaba su retrato para afirmar “ése soy yo” y así asumía su identidad de Sodomit. Por otra parte, según él, los varones de Mühlhausen lo veían de la misma manera en que él se describía. Desde esta certeza absoluta, desde ese punto de apoyo de solidez indudable para él, Wagner preparó minuciosamente sus crímenes. Y ése era el objetivo de su vida. Un comentario de Wagner, “es más fácil matar las letras que las personas” podría sugerirnos que la escritura hacía innecesario el acto. Sin embargo, la redacción de su Autobiografía, lo condujo a la sistematización del acto más que a su postergación. No sólo planificó minuciosamente todos los detalles de su operativo sino que construyó con igual cuidado el sujeto de la acción exterminadora, el monstruo que había cometido delitos sexuales imperdonables contra la naturaleza. Incluso, asumía plena y deliberadamente la responsabilidad de sus actos: “Y declaro que asumo la responsabilidad plena en el sentido del Código Penal, y que me siento plenamente responsable”27.


Por su parte, Gaupp, en la ocasión perito en psiquiatría, trató a Wagner como un enfermo mental que debía ser diagnosticado en el marco de un inusitado proceso penal. A pesar de todas las asimetrías que hubieran caracterizado la relación entre estos dos hombres, el psiquiatra ubicó al acusado como un semejante, criminal pero no bestia humana; nunca lo tomó como un ser degradado por las faltas a la moral que habría cometido. La monstruosidad que para Wagner era su definición y que por ser visible creía reconocida por los otros, Gaupp la nombró delirio de relación y el diagnóstico fue de paranoia.


Pero el indudable y constante respeto de Gaupp por Wagner no fue suficiente para que el psiquiatra registrara el efecto que su presencia y sus actos le iban a acarrear a Wagner. Por ejemplo, Gaupp le entregó a Wagner los escritos que publicaba sobre su caso y éste los leía. En 1914, publicó la monografía basada en el peritaje psiquiátrico, La psicología del masacrador. El maestro Wagner, de Degerloch. Estudio psiquiátrico y de psicología criminal del profesor doctor Robert Gaupp, donde incluyó fragmentos de la Autobiografía; en 1920, un texto titulado “El caso Wagner. Un estudio catamnésico, y una contribución al estudio de la paranoia”; en 1921, el artículo “La obra dramática de un paranoico sobre el delirio. Contribución suplementaria a la teoría de la paranoia”; y en 1926, sobre el mismo tema, “De la creación poética de un enfermo mental”. Después de la muerte de Wagner, en 1938, publicó “Enfermedad y muerte del maestro Wagner, el masacrador”. Y siempre sostuvo que aunque Wagner hubiera leído lo que había escrito sobre él, el conocimiento psiquiátrico que éste adquirió sobre la paranoia se debía a la introspección o al autoanálisis de un hombre culto, sensible e inteligente. Excluía absolutamente, es decir, nunca se le ocurrió que Wagner iba a apropiarse como lo hizo de la versión que el psiquiatra construyó sobre su paciente y que llegaría a reemplazar la de la Autobiografía del propio Wagner.


Gaupp estaba advertido de que en las entrevistas periciales se “veía obligado a torturarlo moralmente y a robarle el equilibrio interior que antes tenía”28, pero nunca tomó en cuenta que desde el primer contacto con el entonces acusado, incluía a Wagner en una relación de semejanza desconocida hasta ese momento para él. Y por ese motivo, por la activa falta de reconocimiento del psiquiatra de su participación en la modificación de la identidad de Wagner –de monstruo a paranoico‑ éste hizo el delirio de plagio.



DE MONSTRUO A PARANOICO: WAGNERGAUPP



Después de la conclusión de las entrevistas con Gaupp, Wagner conservaba la seguridad de que su juicio continuaría hasta que lo declararan culpable de los crímenes de Mühlhausen y lo sentenciaran a muerte. Él se asumía como un inminente decapitado. Por eso, el ingreso al hospital de Winnenden como enfermo mental le desencadenó una terrible cólera y la decisión de solicitar la revisión del proceso que había concluido con el retiro de los cargos a causa de la declaración de inimputabilidad. Sin embargo, aceptó sin exaltarse la denegación final de su solicitud, en julio de 1916.


Los siguientes cuatro años los dedicó a la escritura. Corrigió obras anteriores y en 1918 se presentó como candidato al premio Schiller con Absalón. Pero sus esfuerzos por llegar a ser un gran dramaturgo no prosperaron. Wagner se convirtió en paranoico, no en gran o pequeño escritor. Nunca encontró un editor que publicara sus obras, no encontró lectores, no fue reconocido socialmente ni nombrado escritor.


El 3 de mayo de 1920 le escribió una extensa carta a Gaupp en la que se presenta como paranoico:


Para usted será causa de satisfacción aún mayor la declaración que hice hoy y que me ubica esencialmente en el campo de su peritaje. Reconozco que mis delitos fueron resultado de una perturbación mental grave, que se puede caracterizar de «delirio de persecución». Hoy entiendo que no fui «perseguido» en Mühlhausen ni en ninguna otra parte. Si interpreté determinadas palabras como lo hice, fue porque hay casualidades y hechos que no guardan relación entre sí y que, si se agregan a circunstancias totalmente excepcionales, producen un efecto de intencionalidad y certeza. Empero, no era necesario ni inevitable que yo las interpretara de esa manera. Aun así, a uno le gusta depositar en la mente de los demás todas esas cosas que le llenan la cabeza. No cabe duda de que ya estaba en mí la tendencia al delirio de relación29.


Pero a esta declaración, el psiquiatra comenta: “El conocimiento de sí y de su enfermedad resulta casi conmovedor”30. Gaupp no reconoce en las palabras de Wagner su propia descripción (del mismo Gaupp) del delirio de relación, es decir, el lugar de donde procede la afirmación de Wagner que reemplaza, especialmente en la relación con Gaupp, al Ich bin Sodomit de la de la Autobiografía. Ya que en la misma carta, Wagner también sostiene:


Hoy en día no hay persona que lamente más sinceramente que yo las víctimas de Mühlhausen. Pero el hecho de que mi familia esté muerta fue, y sigue siendo para mí, el más grande de los consuelos en mi miseria. Si mis hijos eran tan parecidos a mí, ¿qué podían esperar de la vida?31.


Sabemos que la “miseria” de Wagner provenía de sus faltas morales, sus actos sexuales contra natura, los mismos que lo condujeron a cometer los crímenes de su familia y los de Mühlhausen. Por lo tanto, en el escaso espacio exterior a la relación con Gaupp, Wagner nunca dejó de ser el monstruoso Sodomit.


Así las cosas, el cinco de marzo de 1921, seis meses después de la publicación del artículo de 1920 citado más arriba, Wagner envió a Gaupp su nuevo drama Delirio32. Por supuesto, en el envío le solicita su opinión porque según él “es un intento de comprensión profunda por parte de un paranoico del desarrollo psicológico y psicopatológico de otro paranoico”33. Wagner había escrito sus obras anteriores como escritor en búsqueda de un público. Ésta la escribe como paranoico que busca un singular reconocimiento de Gaupp. Sus obras anteriores, excepto Nerón, se referían a temas bíblicos. En cambio, Delirio trata sobre el desenlace de la locura de Luis II de Baviera, rey que adquirió fama por el apoyo que como mecenas, desde el comienzo de su reinado, le otorgó a otro Wagner, a Richard. Sin embargo, el maestro Wagner no menciona este aspecto de la historia ni en su obra ni en la correspondencia con Gaupp. Y quizás con razón, porque no escribió Delirio desde la identidad de su apellido sino desde la del paranoico construido por el psiquiatra.


En el tercer acto de Delirio aparece en escena el psiquiatra del rey que explica al príncipe regente y a los ministros la naturaleza y el tipo de psicosis que sufre el rey. El personaje de Wagner habla como un psiquiatra experimentado sobre la articulación del delirio de grandeza y el de persecución, sobre la manera en que se generan, la función que tienen para el enfermo, el pronóstico de la enfermedad, etc. Y Gaupp insiste en que


es el escritor paranoico que habla sobre la enfermedad paranoica de su héroe con un conocimiento profesional que, debido a que proviene de una experiencia personal, permite una penetración profunda en las relaciones internas de los síntomas paranoicos34.


En este punto, Gaupp está plenamente seguro incluso del carácter apaciguador, casi curativo, de lo que él considera la comprensión por parte del paciente de la naturaleza de su delirio. Y así lo sostiene en su comentario a esta obra de Wagner publicado en 1921. Una vez más, Gaupp excluye que Wagner haya tomado los conocimientos psiquiátricos de los que hace gala el psiquiatra del rey en Delirio de sus escritos sobre Wagner, aunque la literatura más destacada sobre el tema que Wagner leía era la de su propio caso escrita por Gaupp.


Entonces, pocos años después, desde enero de 1923 y durante trece años, dos antes de su muerte, Wagner tratará de convencer a Gaupp en primer lugar, a las autoridades médicas y judiciales en segundo, de que era objeto de plagio por parte del poeta, dramaturgo, novelista, Franz Werfel (1890-1945). El plagio comprometía especialmente, en un primer momento, a Delirio y a la monografía de Gaupp sobre su propio caso, es decir a un escrito firmado por Gaupp y protagonizado por el Wagner del psiquiatra.


Este delirio comenzó después del estreno en un teatro de Stuttgart de la obra El silencioso de Werfel, cuyo primer título había sido El masacrador. En su reclusión, Wagner se mantenía informado de las actividades culturales por la prensa y así se enteró de que la obra obtenía éxito en el público. Por ese motivo, consiguió un ejemplar de ella y la leyó. Es evidente que el primer título del drama de Werfel, El masacrador, coincide parcialmente con el título del primer escrito de Gaupp sobre Wagner, donde su apellido está incluido: La psicología del masacrador. El maestro Wagner de Degerloch. Aparentemente, Wagner creía que después de la publicación de esta monografía, él era el masacrador, por lo tanto, el único sobre el que cabía escribir. Y en un sentido, sólo en uno, sí lo era. Porque en la relación con Gaupp, se reconocía en la descripción del psiquiatra según la fórmula “ése soy yo”. Es decir que el espejo en el que Wagner se veía ya no estaba en la imagen delirantemente construida y sostenida por la mirada de los hombres de Mühlhausen sino que esa nueva imagen estaba descripta en los escritos de Gaupp. Pero ante la persistente ignorancia del psiquiatra de su participación en la atribución de la nueva identidad de Wagner, éste quedó adherido al espejo que era la teoría construida a partir del estudio de su caso. Y el delirio de plagio mostraba que su identidad de paranoico masacrador tenía dos autores, él por el motivo de sus actos criminales y el psiquiatra por las conclusiones de su estudio. Pero después de la destrucción de su imagen de monstruo, el espejo que le restituyó una imagen total de su cuerpo capaz de sustentar una identidad, insisto, estaba en la teoría de Gaupp sobre la paranoia. Pero Gaupp se sostenía, incluso se confirmaba, en su lugar, en su identidad, de psiquiatra en esa misma teoría. Y al no aceptar su participación determinante de la nueva identidad de Wagner como paranoico, tampoco le permitió la separación de su nuevo espejo.


Evidentemente, Gaupp no era psicoanalista, sin embargo su imposibilidad de reconocer y aceptar la transferencia de su paciente, no sólo la señala sino que también indica el lugar y la función que podría haber sostenido un analista para conducir a su paciente a la posibilidad de mantener su identificación resolutiva, o sea, asumir su identidad expresada como “ese soy yo”, sin apoyarse fundamental e irreversiblemente en el delirio o en una teoría sobre su propio “caso”.



JERÓNIMO BOSCO



En un párrafo citado más arriba, Lacan afirma, a propósito de la imagen del cuerpo fragmentado, que “fijó para siempre por la pintura el visionario Jerónimo Bosco, en su ascensión durante el siglo decimoquinto al cenit imaginario del hombre moderno”.


La frase “para siempre” es tan contundente, que obliga, aunque sea mínimamente en esta ocasión, a una interrogación que nos permita extraerle alguna consecuencia.


En primer lugar, Lacan conecta la referencia a la imagen del cuerpo fragmentado a un pintor en su época. Por eso vamos a ver tres detalles de dos trípticos de este pintor, con el objetivo de cernir el substrato del imaginario fijado por Jerónimo Bosco.


Los datos biográficos de este pintor son escasos. Sabemos que nació alrededor de 1450 al sur de Holanda, en una familia de pintores, y murió en agosto de 1516. Por lo tanto, durante su vida, Colón viajó a estas tierras en 1492, Leonardo pintó la Última Cena en 1497, Miguel Ángel pintó el techo de la capilla Sixtina entre 1508 y 1512, Erasmo publicó el Elogio de la locura en 1511.


Como la mayoría de los hombres de su época, profundamente religiosos, el Bosco perteneció a una fraternidad cristiana, la de Nuestra Señora, desde 1486. Por ese motivo, su obra, como corresponde a la pintura del final de la edad media, estaba destinada a los muros de las iglesias. Es sabido que antes de su muerte, en 1516, los trípticos pintados en los talleres de los Países Bajos eran siempre objetos de culto de la fe católica35, aunque no se ofrecían a la devoción de los fieles según el modelo de los iconos bizantinos, ya que los trípticos narraban historias sagradas. Por eso no se conoce un autorretrato de este pintor, no obstante se supone que incluyó su propio rostro en algunos de sus cuadros.


Para limitarnos al tema de hoy, vamos a ver tres imágenes de cuerpos fragmentados. La primera es un detalle de la obra conocida, aunque no nombrada así por el pintor, como El jardín de las delicias, un óleo sobre madera de 1503-1504 (220 x 195 cm), conservado en el museo El Prado, en Madrid.



EL CUERPO FRAGMENTADO  MIGUEL FELIPE SOSA  LA



Figura 1



Según Roger-Henri Marijnissen, todos los autores consideran el panel izquierdo como el paraíso terrenal y el derecho, de cuya esquina inferior izquierda procede el detalle arriba mostrado, como el infierno. Debido a que en la teología cristiana de la época el único lazo entre el paraíso y el infierno era el pecado, el tema del panel central, necesariamente, es el pecado de lujuria, homosexualidad incluida. El mismo autor mencionado sostiene que el mensaje de este tríptico, destinado a los contemporáneos de Bosco, recuerda el destino de condena eterna a la humanidad que se deja arrastrar por sus deseos y vicios. Por eso muestra esa mano mutilada y atravesada por un cuchillo, un castigo del derecho penal vigente en esa época en Bruselas, mientras una espada atraviesa a un hombre lujurioso.


Las dos imágenes siguientes provienen del tríptico de 1504, llamado El juicio final, un óleo sobre madera (163.7 x 127 cm.) conservado en la Akademie der Bildenden Künste de Viena. Los dos detalles proceden del panel central, la tierra invadida por el infierno.



EL CUERPO FRAGMENTADO  MIGUEL FELIPE SOSA  LA



Figura 2


Esta imagen muestra un cuerpo fragmentado cocinándose en una sartén como resultado de la aplicación de una condena.



EL CUERPO FRAGMENTADO  MIGUEL FELIPE SOSA  LA


Figura 3



Aquí vemos un demonio montado sobre una mujer mientras le secciona a otra el brazo izquierdo. Desde arriba, un segundo demonio provisto de un gran pico va a comenzar a destrozarla y desde abajo, la amenaza un tercer demonio provisto de una extremidad (cabeza y cuello) fálica.


En síntesis, el desmembramiento del cuerpo horrorosamente presentado, quizás con pesimismo respecto a la fe de la humanidad de su época, era un llamado de atención sobre el destino de los pecadores no arrepentidos. Y de esta manera, más allá del hecho de que Bosco mostraba castigos como el descuartizamiento, previstos entonces en el derecho penal, la fragmentación se convirtió en el estado potencial propio del cuerpo de los pecadores, es decir de los humanos en general. Y a este imaginario religioso, poblado por las figuras propias de la iconografía cristiana, remite Lacan en su comentario de la pintura de Jerónimo Bosco.


Pero el dominio del cristianismo sobre la imagen del cuerpo tuvo un comienzo, un apogeo y una declinación, lo que restringe el “para siempre” de Lacan. En mi seminario, un trabajo no publicado, me referí abundantemente a la inserción de la imagen del cuerpo en el territorio de la religión y al progresivo abandono de ese mismo espacio. Por ese motivo, no voy comentar ese tema ahora y para concluir les voy a proponer un marco, incluso alguna definición, imprescindibles desde mi punto de vista, para situar la imagen del cuerpo en nuestra época, de manera que su estudio sea posible, tanto teórica como metodológicamente.


Para ello, voy a mencionar brevemente algunos fragmentos fundamentales de La sociedad del espectáculo de Guy Debord36. El espectáculo, define ahí, “no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes”37. Además, “el espectáculo, entendido en su totalidad, es al mismo tiempo el resultado y el proyecto del modo de producción existente”38. Cabe mencionar que este libro se publicó por primera vez en París, en 1967 y su actualidad, en lo que concierne a la ubicación de la imagen, permanece intacta.


Debord continúa, “el espectáculo no es sino el sentido de la práctica total de una formación económico-social, su empleo del tiempo. Es el momento histórico en que estamos inmersos”39. Y al seguir orientado por el hilo marxista, especialmente por la primera sección del libro primero de El capital, afirma: “El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se ha convertido en imagen”40.


Basta informarse, por ejemplo, sobre los precios estratosféricos alcanzados en las subastas de obras de arte –incluida la de nuestro querido Lucian Freud‑ o sobre los millones de dólares que se mueven en el negocio de la pornografía, para no ignorar que el capital atraviesa las imágenes del cuerpo. Y aunque las consecuencias acarreadas al psicoanálisis por el dominio del capital sobre la imagen del cuerpo las estudiaremos próximamente, quise concluir de manera que este tema quede abierto y orientado hacia los problemas que Guy Debord nos plantea41.




1 Jacques Lacan, “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984, pp. 86-93.

2 Ibídem, p. 87. El subrayado es de Lacan.

3 Ídem.

4 Ibídem, p. 89. El subrayado es de Lacan.

5 Ibídem, p. 86.

6 Ibídem, p. 90.

7 Ídem.

8 Jacques Lacan, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidós, Barcelona, 1983, p. 81.

9 Ibídem, p. 88.

10 Seminario no publicado.

11 La fuente principal del estudio de este caso se encuentra en la cuidadosa e imprescindible investigación de Anne-Marie Vindras, Louis II de Bavière selon Ernst Wagner, paranoïaque dramaturge, E.P.E.L., París, 1993; Ernst Wagner, Robert Gaupp: un monstre et son psychiatre, E.P.E.L., París, 1996 (Ernst Wagner, ¡Ecce animal!: pastor, maestro, masacrador, dramaturgo, Libros de Artefacto/Edelp, México, 2002). En estas dos obras están publicados los trabajos de Robert Gaupp sobre el caso Wagner. Y el artículo “Ernst Wagner déclare: «Ich bin Sodomit», L’Unebevue, n. 11, E.P.E.L, París, 1998, pp. 127-143”

12 Como maestro, Wagner llega a Mühlhausen en julio de 1901. En diciembre de 1902 es trasladado a Radelstetten por haber dejado embarazada a su futura esposa. En mayo de 1912, asume el cargo de profesor titular en Degerloch.

13 Robert Gaupp (1938), “Enfermedad y muerte del maestro Wagner, el masacrador”, en Anne-Marie Vindras, Ernst Wagner, ¡Ecce animal..., op. cit., p. 489.

14 Robert Gaupp (1914), “La psicología del masacrador. El maestro wagner, de Degerloch”, en ibídem, p. 402.

15 Ibídem, pp. 247-248.

16 Ibídem, p. 205.

17 Ibídem, pp. 220-221.

18 Ibídem, p. 240. De acuerdo a la posición que asume en su trabajo, Anne-Marie Vindras traduce Sodomit como “sodomita”. Yo opto por la traducción más establecida de “zoofílico”, el que realiza actos sexuales con animales o de bestialismo. Esta diferencia no implica puntos de vistas excluyentes, aunque la articulación entre ellos no haya sido efectuada.

19 Ibídem, p. 335.

20 Ibídem, p. 375.

21 Ibídem, p. 369.

22 Ibídem, p. 345.

23 Ibídem, p. 408.

24 Ibídem, p. 373.

25 Ibídem, pp. 377-378.

26 Ibídem, p. 383.

27 Ibídem, p. 338. Es evidente que una responsabilidad tan absolutamente asumida sólo puede ser sostenida por el yo de un paranoico.

28 Ibídem, p. 383.

29 Robert Gaupp (1920), “El caso Wagner”, en ibídem, p. 460.

30 Ibídem, p. 463.

31 Ibídem, p. 461.

32 Ann-Marie Vindras constató que el nombre del autor de Delirio está ausente del lugar donde debería figurar. En Anne-Marie Vindras, Louis II de Bavière selon Ernst Wagner, paranoïaque dramaturge, E.P.E.L., París, 1993, pp. 15-94.

33 Robert Gaupp (1921), “L’œuvre dramatique d’un paranoïaque sur le « délire »”, en ibídem, p. 96.

34 Ibídem, p. 99.

35 Roger-Henri Marijnissen, Bosch, Gallimard, París, 1996, p. 11.

36 Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Pre-Textos, Valencia, 2003.

37 Ibídem, p. 38.

38 Ibídem, p. 39.

39 Ibídem, p. 41.

40 Ibídem, p. 50.

41 El tono informal, coloquial, incluso apresurado, de este texto se debe a que así fue presentado en el coloquio Consistencias del cuerpo, organizado por triskel, asociación de la Escuela lacaniana de psicoanálisis, y el Ateneo Psicoanalítico de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, en la ciudad de México, el 6 de noviembre de 2004.

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1 TEMA 1 EL CUERPO HUMANO LA FUNCIÓN DE
10 CAPÍTULO 31 PREGUNTAS Nº 1 TIPO A ANTICUERPOS
10 LOS CUERPOS GEOMÉTRICOS CONTRIBUCIÓN DEL TEMA 10 AL


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